miércoles, 2 de diciembre de 2009

La pandemia del consumismo


Por Jorge Majfud | © UN Chronicle
Fuente: mediaIsla, Boletín 1153

Los períodos de calentamiento global no son un invento humano. Pero los humanos hemos inventado la forma de convertir un ciclo natural en una anomalía. Su gravedad puede exceder la tragedia de una, de muchas bombas atómicas, pero no vemos la explosión porque vivimos dentro de ella, porque se parece al incontestable capricho de la naturaleza ante el cual solo cabe resignarse.

Los gobiernos del mundo están demasiado ocupados tratando de salvar a la humanidad de "la gran crisis" —la crisis económica—, estimulando el mismo consumo que nos está llevando a la catástrofe. Si la destrucción global aún no ha alcanzado la catástrofe tan temida, es sólo porque el consumismo no ha alcanzado aun los porcentajes tan deseados. En este delirio colectivo, confundimos desarrollo con consumismo, éxito con despilfarro, crecimiento con engorde. La pandemia es considerada un síntoma de buena salud. Su éxito ha sido tan abrumador que no hay ideología ni sistema político en el mundo que no esté concentrado en reproducirla y multiplicarla.

Las nuevas tecnologías podrían ayudar a disminuir las emisiones de dióxido de carbono, pero es improbable que sean suficientes ante un mundo que recién se encuentra en los inicios de su capacidad para consumir, dilapidar y destruir. Pretender reducir la contaminación ambiental sin reducir el consumismo es como combatir el narcotráfico sin reducir la adicción de los drogadictos.

El despilfarro irracional del consumismo no tiene límites; no ha evitado la muerte de millones de niños por hambre pero ha puesto en peligro la existencia de toda la biósfera. Si el exitoso consumismo no es reemplazado por la olvidada austeridad, pronto deberemos elegir entre la guerra y la miseria, entre el hambre y las epidemias.

Está en manos de los gobiernos y en manos de cada uno de nosotros organizar la salvación o acelerar la destrucción. La Conferencia sobre el cambio climático de Copenhague es una nueva oportunidad para evitar la mayor catástrofe que nunca ha enfrentado la Humanidad. Procuremos que no sea otra oportunidad perdida, porque no disponemos de todo el tiempo del mundo. [Jorge Majfud, Linconl University]

El lenguaje de la sinfonía


En un extraordinario trabajo, el semiólogo musical francés Jean-Jacques Nattiez analiza el papel imprescindible que desempeña la música en una obra como En busca del tiempo perdido.


Por Federico Monjeau | © Revista Ñ
Fuente: mediaIsla, Boletín 1153

Antes de entrar en la fascinante investigación proustiana del semiólogo musical Jean-Jacques Nattiez, no estaría de más repasar ciertos puntos de la relación música y literatura y establecer algunos modos en cómo la primera se ha representado en la novela moderna. Vienen rápido a la mente tres modelos bien diferenciados, lo que por supuesto no quiere decir que no haya otros. El Dr. Faustus de Thomas Mann es tal vez el mayor ejemplo de la representación de la música en la novela de ideas; por momentos es teoría musical en estado puro, al punto que para su redacción Mann solicitó la ayuda del filósofo y compositor T. W. Adorno. Para decirlo en dos palabras, en el Dr. Faustus se trata de mostrar cómo la historia de la música y la historia de Alemania se inscriben en una sonata de Beethoven o en una invención técnica de Schoenberg.

En las antípodas de ese modelo crítico objetivista se define la dimensión musical del Ulises de Joyce, que se representa de varias maneras de una punta a otra de la novela pero que se consuma en el audaz salto del capítulo 11, organizado como una obertura en la que primero se enumeran los motivos (palabras sueltas, pequeñas frases) que se desarrollarán a lo largo del capítulo sin una lógica narrativa aparente. Podía decirse que si la música se presenta en la novela de Mann como un objeto de reflexión crítica, en el Ulises lo hace miméticamente, aunque podría dudarse de si el casi onomatopéyico capítulo 11 constituye el elemento mimético más significativo del Ulises; por el contrario, se podría postular que lo decisivamente mimético del Ulises no radica en una seudo música sino en la renuncia a toda generalización, a toda mediación conceptual explícita.

La elaboración musical de En busca del tiempo perdido se ubicaría en la tercera punta del triángulo. En Proust la música siempre llega desde la perspectiva del oyente. Su reino es la metáfora, aunque podría hablarse de una metáfora en diferentes escalas; desde las primeras apariciones de la frase de Vinteuil, ante las que la narración persigue figuras esquivas –fracasando hermosamente, por decirlo así–, hasta la metáfora radical que se descorre, por ejemplo, cuando la narración, ya bien avanzada la Recherche (en La prisionera), asocia el recuerdo de esa frase musical con la memorable descripción de un paseo en coche por los alrededores de Balbec (que tuvo lugar en el segundo volumen), cuando unos árboles alineados se le aparecen al Narrador como si le estuviesen formulando una acuciante pregunta. En la asociación proustiana, la expresión de la música se asemeja a la de la naturaleza, y nada más hermosamente persuasivo podría haberse dicho a propósito del carácter enigmático de ambas expresiones.

Pero la música, tanto en su forma ideal (las obras de Vinteuil) como en su forma real (dramas de Wagner o cuartetos de Beethoven), constituye una trama riquísima en la novela de Proust, y difícilmente otra investigación la haya captado tan agudamente como la de Nattiez.

Por detrás de los objetos ideales se encuentra un horizonte histórico, que es lo que Nattiez llama el espacio poiético: "El horizonte a partir del cual el artista, el escritor o el filósofo elaboran su propia concepción del mundo, sus propias ideas, su propio estilo". Y el horizonte musical proustiano es, en rigor, más alemán que francés: no menos que Wagner y Beethoven, la estética de Schopenhauer define el fondo de la Recherche.

Nattiez traza el paralelo Proust-Wagner en más de un frente. No sólo en las citas explícitas o implícitas, sino en la naturaleza de ambas producciones artísticas; es evidente que Proust se identifica con la búsqueda de unidad y con la gran extensión (en la obra misma, como también en la vida del autor) de la empresa wagneriana, que tiene su culminación en la Tetralogía. Pero la novela de Proust también está orientada por un ideal redentor wagneriano, que encuentra en Parsifal su gran coronación. Nattiez reconstruye las referencias a ese drama y en particular al Encantamiento del Viernes Santo en los borradores de El tiempo recobrado (edición Henri Bonnet, 1982), referencias que serán estratégicamente suprimidas en la redacción final de la Recherche, donde lo real se reemplazará por lo ideal. Escribe Nattiez: "A partir del momento en que Proust tuvo la idea de que el absoluto artístico se revelaría al Narrador por el intermedio de una obra musical, y que esta obra sería la amplificación de la misma Sonata que había conducido a Swann al fracaso, no había ninguna razón para conservar, en Le temps retrouvé, una referencia concreta a Parsifal. Era necesario que el Narrador conociera la revelación gracias a una obra de arte imaginaria, pues en la lógica de la novela, una obra real es siempre decepcionante: la aprehensión del absoluto sólo puede ser sugerida por una obra desencarnada, irreal e ideal". Pero hay otro elemento en esta sustitución, que es el partido por la música pura que toma Proust. Agrega Nattiez: "Esta obra debía ser una pieza de música cuyo contenido no fuera transmitido por el lenguaje: en ese sentido, un fragmento de ópera [...] no podía convenir. Y no es casual que, en uno de los esbozos, se lo vea a Proust dudar entre un cuarteto y una sinfonía."

La obra ideal funciona como elemento de revelación y redención. La Sonata había conducido a Swann al fracaso, pues estaba asimilada a su enamoramiento de Odette, como también al amor del Narrador de Albertina. Escribe Nattiez: "El narrador puede tener acceso a la revelación sólo cuando ha logrado sobrepasar las ilusiones del sentimiento amoroso, sobre todo después de la penosa experiencia del beso de Albertine, de la misma manera que Parsifal, después del beso de Kundry, es capaz de asir el misterio del Grial y triunfar allí donde Amfortas fracasó. Parsifal alcanza la comprensión perfecta en el momento de escuchar El encantamiento del viernes santo; el Narrador, al escuchar el Septeto [de Vinteuil]".

Nattiez reconoce tres etapas en la búsqueda del absoluto artístico proustiano, que coinciden con los tres momentos de la comprensión musical en la Recherche: "Al principio, percepción vaga e indecisa, luego intervención de la inteligencia razonante que busca comprender la obra en diversas direcciones; por último, elevación de la inteligencia hacia la purificación del contacto con la obra, ya capaz de asir una verdad". Concluye Nattiez: "Si en la última fase el Narrador puede ver en la música el ejemplo de lo que debería ser la obra literaria, no es sólo porque el Septeto reproduce las innumerables preparaciones, reminiscencias y conexiones que deben, según Proust, caracterizar la obra novelesca, sino también, y sobre todo, porque la música constituye un tipo particular de lenguaje que puede servir de modelo a la literatura".

El progreso de la música en la novela y el progreso de la novela misma tienen otro fondo significativo en los cuartetos de Beethoven, que Proust había oído por el Cuarteto Capet en la Salle Pleyell en 1913 y tres años después se los había hecho tocar en su casa por el Cuarteto Poulet, y sobre los que dejará un significativo párrafo en A la sombra de las muchachas en flor: "Son los mismos cuartetos de Beethoven (los cuartetos XII, XIII, XIV y XV) los que han tardado en dar vida y número a los cuartetos de Beethoven, realizando de este modo, como todas las grandes obras, un progreso, si no en el valor de los artistas, por lo menos en la sociedad espiritual, en la que entran hoy ya muchos de esos elementos imposibles de encontrar cuando nació la obra, es decir, seres capaces de amarla. Eso que se llama posteridad es la posteridad de la obra."

Nattiez detecta la persistencia de esos cuartetos en el plan general de la Recherche: "Aunque el septeto incluya un piano, un arpa, una flauta y un oboe, Proust habla aquí solamente de las cuerdas. Para quien haya oído los últimos cuartetos de Beethoven, las calificaciones de 'penetrante' y 'chillón', así como la 'acritud' parecen verdaderamente pertinentes. El juicio de la posteridad sobre la profundidad de los cuartetos es absolutamente idéntico a lo que se nos dice aquí de las últimas obras de Vinteuil"

En la visión de Nattiez, la presencia beethoveniana significaría a la vez una corrección de la postulación de absoluto wagneriano por su realización en la forma idealizada del cuarteto de cuerdas. La forma "sin materia", para decirlo en los términos de Schopenhauer, cuya estética guía la obra de Proust tanto por la prominencia de la música dentro del sistema de las artes como por la idea de una completa entrega espiritual; la pura contemplación que tiende a librarnos del deseo y, en consecuencia, de un sufrimiento constantemente renovado.

Adorno escribió que la Recherche de Proust –a la que su Teoría estética no debe poco– es obra de arte y metafísica del arte, y difícilmente algo revele con tanta claridad la doble condición de la novela novela como este formidable ensayo de Nattiez que la editorial Gourmet acaba de acercar al lector local en la cuidada traducción de la musicóloga Antonieta Sottile.

martes, 1 de diciembre de 2009

Los muertos del miedo


Por Gorka Andraka | © Gara
Fuente: mediaIsla, Boletín 1153

Lo raro son estos días. Lo raro es este andar por casa con el miedo a cuestas, que el miedo sea libre, siga libre, con lo que calla, separa, mata. "Un corresponsal español en Rabat me llamó un día asustado porque habían hecho una pintada en su puerta", cuenta el escritor Juan Goytisolo, desde hace años exiliado en Marruecos. "Fui a verle y la frase, en árabe, decía: `Aicha, te quiero'. Esa era la amenaza". Toda una declaración de amor… y de guerra.

Ese joven pintor enamorado podría ser Kadero, pienso ahora, aunque él era argelino. Apenas llevaba mes y medio en Bilbao, recién llegado de su tierra, y ya se sentía una amenaza. Con sólo 19 años, entre desconocidos, otra lengua y cultura, sin papeles, sin antecedentes penales, desarmado… Kadero atemorizaba a la gente. Hace tres semanas, una patrulla de la policía lo confundió, como no, con un delincuente e intentó detenerlo. Kadero se lanzó a la ría para huir y murió ahogado. El miedo se lo llevó, el suyo, el nuestro. Otra víctima más de la Ley de Extranjería y de la criminalización que sufren las personas inmigradas.

"Un día los ojos se mirarán y no habrá juicios ni faltas", presagia el poeta sevillano José María Gómez Valero. "Cuando llegue ese día, / ese día no señalado, / ese día poco importante, / nada de lo que ocurra nos sorprenderá. / Lo raro son estos días. / Lo raro es este andar por casa / sin quitarnos el abrigo". Este miedo que crece cuanto más seguros contratamos, el pánico que provocan el vecino y el hermano. [lilibrik]

Rituales de la Bella pagana, un libro como el amor, caótico y desnudo…


Hay que leer este libro como un salmo en la misa del domingo, es decir, con goce y devoción. Sólo así podremos llegar a su último cielo.


Por René Rodríguez Soriano| © mediaIsla

Yo no lo sé de cierto, pero presiento que el olvido es un camino angosto que se pierde en las furnias que anteceden el anochecer; un arpegio de temblores que se les desgranan en las manos y en las sienes a los amantes minutos antes del ineludible adiós. El poema, sin embargo, es ese indescifrable e instantáneo brazo de mar que nos arropa y nos empapa y nos lava y nos limpia de un plumazo y de una vez de pelusitas, de esporas y la eterna ceguera de las oscuras claridades o la visión singular de Newton, con y sin bañador. Si no, preguntémosle a Fernando Valerio-Holguín, dónde arde más la llama o el deseo o la pasión. O si el poema es el poema o la teoría que lo funda o lo describe. O el poeta, la sartén, el libro, la academia, los bares, la muchacha, el Edén o, simplemente, si es que en verdad nada Eva como ave sobre la piel de Adán. O si es el libro en sí, la piel que se desborda todo cuerpo, y se posa en los ojos que se los sorben y absorben todo carne, fruta o ciega sed.

Yo no lo sé de cierto, estoy seguro de que luego de leer Rituales de la Bella Pagana. Diálogos de amor (Búho, 2009), el lector no sale ileso. Si como dijo Barthes, "La regla es el abuso, la excepción es el goce", el ritmo de lo que se lee y lo que no se lee en estas páginas asalta (y de que forma) el cuerpo de uno, hasta el punto en que ya no es posible distinguir cuál de los dos es el cuerpo objeto de lectura o de placer. ¿Qué decir de un libro y de un autor perdidamente gozones que tejen y entretejen un tejido que desborda los sentidos de placer y goce en toda su extensión? Dejemos que nos cuente el autor:

—Háblame de este libro, ¿con cuáles manos, desde qué cielo, piso, tundra o altiplano puede uno lanzarse con tal tino en pleno centro del cuerpo y del deseo?

—Rituales de la Bella Pagana nació de la lectura de El Collar de la Paloma de Ibn Hazm; y así fue creciendo a retazos, un día sí y otro no, con diálogos escuchados en bares, con confesiones de amigos, con imaginadas razones de filósofos y poetas.

Si tuviera que definir este libro, lo haría citando las "Palabras preliminares" del mismo: "Éste es, de alguna manera, un libro-collage, caótico, como el amor, mitad dolor, mitad ficción, en el que cohabitan leyendas, mitos, rituales paganos celtas, koanes budistas, retratos y autorretratos de palabras, poemas y diálogos de amor."

Para acceder al cuerpo de la Bella Pagana, que escapa continuamente, hay que leer este libro como un salmo en la misa del domingo, es decir, con goce y devoción. Sólo así podremos llegar a su último cielo.

—¿Tiene alguna creencia o religión el amor, la pasión, el fuego, el deseo desnudo y suelto por los páramos de la angustia?

—En el libro, el amor es religión, lo que "religa" al Pintor y al Poeta con la Bella Pagana, quien, en el centro del círculo de fuego, se erige como diosa. Ambos se consumen en el fuego de la pasión. Para el Poeta, "el amor es la única salvación". Como Calixto, tanto el Pintor como el Poeta son la Bella Pagana, a la Bella Pagana adoran y en la Bella Pagana creen.

—¿Sale ileso el poema, el poeta, la lengua o el lenguaje, y sobre todo, la aséptica preceptiva de los géneros?

—Creo que el texto, la lengua y el autor se transforman a sí mismos en la escritura y la lectura, a la vez que transforman al lector. Este texto está escrito a contrapelo de los géneros literarios convencionales. Ni poema, ni cuento, ni novela, es todos a la vez, a pesar de y contra las preceptivas. Este texto funda su propio género.

—¿Y el lector, acaso deba despojarse de alguna vestidura o tara original?

—Este libro debe ser leído desde el cuerpo desnudo, con cada poro, cada pliegue de la piel. La voz, entonces, se hace carne, carne trémula. Leer este libro es, de alguna manera, intentar poseer el cuerpo de la Bella Pagana, que está hecho de esa materia blanda de los sueños, de aire, deseo.

—¿Y el rotito de Barthes y los matices de Verlaine, cómo se multiplican en los viñedos y mandarinares de las tardes de la estepa?

—Perdona que me cite tanto a mí mismo —pero ésa, supongo, podría ser una definición del estilo, cuando uno se cita a sí mismo—. Pero con respecto al erotismo a través del rotito en la tela al cual se refiere Roland Barthes, en uno de los poemas del libro se puede leer lo siguiente: "Y no quieren ser estas notas/garabatos ni ovejas/ni versos ni poema en la noche pensativa,/porque ya se habrán transfigurado en algo más:/el destello de tu carne que el guante roto revela,/¡oh tú, Pagana mía!". En la carne expuesta a través del rotito encuentra el Poeta el erotismo y el poema como inminentes revelaciones.

Por su parte, Paul Verlaine, en su "Arte poética", —y gracias por darme a conocer estos versos— expresa: "Así, el Matiz siempre busquemos./¡Siempre matices, el Color nunca!/Con los matices juntar podemos/sueños con sueños, música y música." El hecho estético como revelación que no llega a manifestarse (Borges) se encuentra precisamente en los matices, en la insinuación. Nunca "decir", sólo "sugerir". A través de las ochenta páginas del libro, el Poeta y el Pintor deambulan por la vasta estepa solitaria en busca de esos matices y sugerencias la estética que exprese su amor por la Bella Pagana.

—¿Dónde empiezan y donde acaban sentimiento y conocimiento en las costas de la carne húmeda, encendida, deseada y deseante?

—No existe oposición entre sentimiento y conocimiento, como se ha querido ver tradicionalmente. El amor es conocimiento. Sólo se llega a conocer lo que se ama. Los silogismos están inscritos en la piel de la Bella Pagana. Para tratar de ganar su cuerpo, el lector debe ser domador de palabras. A su empírica belleza el Poeta propone, entonces, una epistemología del amor. "El amor es conocimiento. Te conozco porque te amo. Te conozco en la piel. Te conozco en los besos, las caricias. Y como en el vino o la poesía, en ti he encontrado mi verdad", le dice el Poeta a la Bella Pagana.

—¿Y el académico y el gozón, dónde comulgan y se desencuentran?

—Como siameses irreconciliables, con dos cabezas y dos corazones distintos, los dos Fernandos discuten y luchan hasta el amanecer en la prosa o el verso. Uno agoniza, en el aula, en la solemne conferencia y en incesantes aburridas reuniones del claustro, mientras el otro se va a los bares a beber grandes tragos de tafiá y a fumar cigarros de las islas y a escribir versos tristes en pedazos de servilletas. Uno se va de viaje mientras el otro se queda. Uno desea lo que el otro tiene; y cuando lo consigue no se conforma, en el presente o el pasado, del aquí/entonces, del allá/ahora. Sólo en la poesía —prosa o verso— logran reconciliarse los dos.

—¿Y entre el Paraíso y el Infierno occidentales?

—El tan anhelado Paraíso puede ser también un infierno. Para el poeta y el pintor, la búsqueda de la felicidad a través del amor es un síntoma, pero un síntoma que es gozo al mismo tiempo: Croce e delizia al cor, como canta Violeta en La Traviata.

La Bella Pagana es el Paraíso: "¿Quién que no haya sospechado al final de tus muslos el Paraíso..."; y es también el Infierno: "Si algún día pudiera deshacer el malentendido de/ nuestro amor —porque el amor no es más que un/malentendido— me comería todas las frutas del/Paraíso con tal de salvarme en su cuerpo".


En Rituales de la Bella Pagana, la frontera entre Paraíso e Infierno es muy frágil.

¿Es la bella pagana la cosa en sí o la cosa para sí?

—La Bella Pagana es la "cosa en sí", es la belleza, el conocimiento, el deseo, por tanto, inasible y misteriosa. Sólo podemos tener una premonición de lo que ella es. De ahí que el Filósofo, el Poeta y el Pintor se afanen en representarla, traten de asirla constantemente. La Bella Pagana siempre se escapa; nunca será la "cosa para nosotros".

—¿Y Fernando Espejo, se pinta, se piensa, se escribe o se refleja en las aguas del olvido o del deseo?

—Como ante un autorretrato, Fernando Espejo se piensa y se escribe en "las aguas del deseo" —para citarte—, pero no vive la vida. Como el Viejo Filósofo, piensa que "debería llorar en una escala pentatónica su incapacidad de poder comerse la naranja, de creer en Dios, compadecerse del mendigo o de amar a esa Joven Pagana de piel broncínea".

—Y para concluir, tres koanes de este pupilo de lector perdido en un arpegio de temblores y de asombros ante el ardid de una pantera que se queda, habitando en el recuerdo y en las manos, llena de música: ¿Cuál es la esencia del deseo? ¿Qué es el poema? ¿Por qué escribe, pinta o existe el poeta, el pintor y el filósofo?

—El deseo no tiene esencia, es fundador e infinito y como tal inasible, en la voz y la mirada. Todo deseo nace de una carencia. Cuando crees haber logrado satisfacer un deseo ya estás deseando de nuevo. Asimismo, el poema es deseo concretizado en palabras, por lo tanto carencia. El Poeta, el Filósofo y el Pintor están condenados a repetir sus deseos en sus obras, a causa de una carencia, pero sin llegar a alcanzar la justa medida. Creo con Lacan que los tres, cuando aman, piensan, escriben o pintan dan lo que no tienen, lo que les falta.

Fernando Valerio-Holguín Básico

La Vega, RD 1956. Poeta, narrador, ensayista y docente universitario. Estudió literatura latinoamericana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y se doctoró en la Universidad de Tulane. Actualmente, es profesor de literatura y cultura afrocaribeñas en Colorado State University. Ha publicado sus cuentemas, prosemas y ensayos en revistas, periódicos y antologías de la República Dominicana y del extranjero. Ha publicado: Viajantes insomnes (1983), Poética de la frialdad: La narrativa de Virgilio Piñera (1996), Arqueología de las sombras: La narrativa de Marcio Veloz Maggiolo (2000), Memorias del último cielo (2002), Autorretratos (2002), Café insomnia (2002), Las eras del viento (2006), Banalidad posmoderna: Ensayos sobre identidad cultural latinoamericana (2006) y Presencia de Trujillo en la narrativa contemporánea (2006). Los huéspedes del paraíso (2oo9) y Rituales de la Bella Pagana (2009).

La soledad y sus colores


Por Daniela Cruz | © MEDIAISLA

El poeta siempre está solo. De hecho, es un pleonasmo. Poeta es tan sinónimo de soledad como lo es del amor o la pasión, la emoción o la tristeza. Los poetas sienten muy fuerte las emociones, los dolores, las traiciones, la vida. La poesía es la capacidad de rompernos la piel para sentir en las carnes el sol. En El color de la soledad, Pedro Ovalles se permite desollar al poeta, (porque desnudar está muy manido) meterlo adentro del fuego, volverlo uno con las materias y las circunstancias. El poeta es incapaz de abstraerse de los temas universales, de los temores y preocupaciones y Pedro lo comprende muy bien.

La soledad tiene sus colores y esos colores vienen dados por la presencia que como espejismos se evocan y se acercan. Nunca estamos verdaderamente solos: la evocación de la ausencia es ya presencia. Y esta contradicción entre la soledad del poeta y la no soledad de los seres humanos es lo que encontramos aquí. Esas vetas coloridas como el amor, el sexo, la mujer, la religión, la espera, Dios, la naturaleza, la ciudad, el tiempo testifican el poder de las palabras para dar existencia a las cosas, porque "basta que sea nombrada para que sea presencia como lo es el viento, como lo es el agua".

Los versos se amontonan rememorando el pasado, lo aprendido duramente al final de la jornada, cuando confesamos a la almohada los demonios combatidos. Reconocen la imposibilidad de tocar realmente el interior de las cosas, que aún el fuego mencionado anteriormente guarda siempre su intimidad, su espacio restringido. Todo el poemario es un discurso sentencioso, verdades de aplicación en la vida cotidiana.

El poeta afirma la inocencia del amor, su posibilidad dolorosa, la satisfacción que brinda ese sentimiento en el tiempo. No puede desligarse de esa convención cultural que lo vincula con el sexo, incluso lo reivindica como "hostia necesaria para poder vivir y conocer a Dios"; y lo evoca en el mismo sentido cuando lo vuelve requisito para el amor: "para amarte solo hay que provocar el fuego".

Este poeta se muestra heterosexual, pero no machista, y en su discurso la mujer, aunque destino de sus deseos y pasiones, es un sujeto sexual, que actúa con la misma soltura con que lo hace en la realidad soterrada de los convencionalismos.

No somos inmutables, el contacto con el exterior nos cambia, nos vuelve otros iguales y distintos a la vez. Y esos cambios despiertan la ansiedad de la búsqueda, del encuentro, la celebración de la vida, de lo bello y lo terrible.

El tiempo también es otra de las preocupaciones del poeta y su relatividad se manifiesta, por eso afirma que "la eternidad es un oscuro instante". Y tal vez es ese instante en el que la soledad "se torna en reunión de dioses".

Pero no. Lo dejaremos hasta ahí. No diremos nada de lo anterior, eso lo dirían los eruditos, los teóricos, los críticos de arte, los grandes intelectuales de la literatura. Empecemos diciendo que El color de la soledad miente. Dice que tiene 50 poemas, cuando en realidad son 49 porque el 36 es el 28 repetido. Que hay poemas largos y poemas cortos, buenos y malos, filosóficos y sentenciosos, sexuales y citadinos, celestiales y sufridos, conversados y declamados, fuertes y débiles, dulces y salados, agrios y amargos. Miente cuando nos inventa relaciones que no existen, nos pinta universos deseables, nos vuelve más miserables, nos enrostra posesiones que carecemos, nos hace creer en Dios pero nos envía al infierno de la soledad que pregona colorida.

Este poeta que supuestamente habla en El color de la soledad no existe. Y no existe porque el poeta es un personaje que nos inventamos los vivos para manipular la realidad, para poner en lágrimas de mujeres lo que no podemos defender con manos de hombres. Una caricatura que vocifera asustado, que es cursi y también renovado, un reflejo de su creador, una sombra agrandada de las oscuridades que escondemos en las palabras.

El color de la soledad nos miente, con Moca idealizada gracias al orgullo patrio, con Santiago evocada desde su percepción limitada al Cerro del Castillo. Nos engaña con la eternidad, con el silencio. Nos fabula, nos habla de amor como si fuese la cura para todos los males (hasta la envidia), pinta inocente esa enfermedad jodida y contagiosa. Sublima el abrazo, esa falacia que se inventaron los traidores para clavar el puñal sin mirar a los ojos. Pedro Ovalles se vale de estos poemas para mentirnos. Nos miente y le dejamos mentir, para poder luego mentir nosotros. Y la mentira en el fondo es una búsqueda desesperada de la verdad.

La palabra no es 'pobreza'


Marcada por 200 millones de personas ancladas en la miseria, la economía del continente no ha conseguido superar el peso de obscenas desigualdades sociales.


Por MARTÍN CAPARRÓS | © BABELIA
Fuente: mediaIsla, Boletín 1153

Soy argentino: nací en un país que nunca creyó que fuera parte de América Latina hasta que, hace unos años, en medio de la peor crisis de su historia, empezó a aceptar que lo era. No fue, para nosotros, un hallazgo feliz.

Quizá no debería decirlo, pero para los argentinos empezar a ser latinoamericanos fue dejar de pensarnos como una sociedad con un Estado muy presente, buena salud y educación públicas, cierta capacidad industrial, infraestructura de servicios eficiente, mercado interno suficiente, cierta cultura, clase media cuantiosa y una desigualdad moderada en los ingresos. Y descubrirnos como una sociedad desregulada salvaje, exportadora de materias primas, sin garantías estatales de bienestar, con violencia creciente, educación escasa y una extrema polarización de clase: ricos muy ricos y pobres bien pobres. Muchos pobres, cada vez más pobres. Ése fue el precio de empezar a llamarnos latinoamericanos: nadie querría pagarlo.

—O sea que para usted decir latinoamericano es algo así como un insulto, mi querido.

—Yo no diría un insulto, licenciado. Más bien una tristeza suave, o a veces una rabia.

En general, cuando un habitante del Occidente más o menos rico piensa en Latinoamérica imagina, antes que nada, recursos naturales, selvas vírgenes, mujeres y hombres menos, músicas dulzonas, imaginación desenfrenada. Y, justo después, se detiene en la Sagrada Trinidad Sudaca: violencia, corrupción, pobreza. No disimulen, primos gallegos, catalanes, vascos: ustedes también piensan en eso. Y nosotros: uno de los deportes clásicos en cualquier encuentro de latinoamericanos de acentos variopintos es el Campeonato del Peor: quién tiene en su país más corrupción, mayor violencia, más pobreza. Lo cual nunca se resuelve -los sudacas somos orgullosos- y entonces podemos pasar a la etapa siguiente y postular que las tres están perfectamente ligadas: que la violencia es un producto de la exclusión creada por la pobreza y profundizada por la corrupción de los poderosos -o algo así. Pero que no sabemos, claro, cómo salir del círculo vicioso.

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Ciudad del Este es el triunfo de lo falso. Las calles y los puestos y los locales rebosan de falsificaciones mayormente chinas: las zapatillas falsas, por supuesto, y los falsos perfumes franceses y las lacostes tan falsas como una descripción y las pilas y pilitas falsas y las falsas camisetas de fútbol y los bolsos Vuitton o Mandarina perfectamente falsos y los encendedores y los relojes y los licores y los remedios falsos: aquí lo único verdadero es la falsificación. Alguien trata de convencerme de que fabrican falsas hamacas paraguayas pero no sabe explicarme cómo se logra ese portento. Entonces otro me cuenta que, a la noche, todo se llena de falsas mujeres que son, en verdad, nenas -y me impresiona un poco tanto esmero.

Hace calor. Por las calles atestadas de vendedores y compradores -en Ciudad del Este no hay más categorías posibles- cruzan chicos cargados de cajas y más cajas, muchachos que tratan de venderme un cortapelos, chicas que me ofrecen estampitas de vírgenes, y el polvo se mete en todas partes y los gritos se meten y el olor de tantos sudores combinados. Ciudad del Este es sudaca sin velos y, en medio de todo eso, una tienda enorme elegantísima la convierte en metáfora boba de América Latina. Entre el olor y el polvo y esos gritos, el edificio de vidrios y de acero: la Monalisa es un duty free de aeropuerto con perfumes relojes lapiceras maquillaje maletas de las marcas correctas y lo atienden las chicas más correctas y hay poca gente y hay silencio y el aire es fresco muy correcto y, en el sótano, para mi gran sorpresa, aparece la mejor bodega al sur del río Bravo: esos grandes vinos franceses que aquí no bebe nadie, nada por menos de cien dólares. El caos, los vivillos, las falsificaciones, la pobreza activada rodeando el lujo más abstruso. Ciudad del Este, ex Puerto Stroessner, Paraguay, Triple Frontera, es un curso exprés perfecto sobre Latinoamérica.

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Mucho más que la pobreza, esa miseria: la diferencia obscena.

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Aunque en los últimos años la economía de Latinoamérica ha crecido un poco, en cifras de ministerios y bancos internacionales; el continente tiene, además, un tercio de las aguas limpias del mundo, las mayores reservas de petróleo, cantidad de minerales, plantaciones, tierras, poca gente. Hubo milagros chilenos, peruanos, casi colombianos, incluso mexicanos y por supuesto brasileños. Pero la economía latinoamericana sigue marcada por su dependencia de los mercados internacionales -el continente es más que nada un productor de materias primas o, como se dice ahora, de commodities- y, sobre todo, por aquello que llaman la pobreza: 200 millones de personas -dos de cada cinco- que no comen todo lo que deberían.

—Uy, ustedes los sudacas no paran de hablar de su pobreza. ¿Será para tanto?

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Es difícil imaginar la realidad de la pobreza desde las calles de una ciudad rica. Creo que recién lo entendí hace unos años, cuando fui a un campamento del movimiento de campesinos Sin Tierra brasileño, en medio del Amazonas. Los ocupas rurales me alojaron en la choza de una mujer de 30 años que no estaba allí -y se llamaba Gorette. Aquella noche, imperdonable, espié sus posesiones: en su choza había una cocina de barro, un machete, 4 platos de lata, 3 vasos, 5 cucharas, 2 cacerolas de latón, 2 hamacas de red, las paredes de palos, el techo de palma, un tacho con agua, 3 latas de leche en polvo con azúcar, sal y leche en polvo, una lata de aceite con aceite, 2 latas de aceite vacías, 3 toallitas, una caja de cartón con 10 prendas de ropa, 2 almanaques de propaganda con paisajes, un pedazo de espejo, 2 cepillos de dientes, un cucharón de palo, media bolsa de arroz, una radio que no captaba casi nada, 2 diarios del Movimiento, el cuaderno de la escuela, un candil de kerosén, tres troncos para sentarse, un balde de plástico para traer agua del pozo, una palangana de plástico para lavar los platos y una muñeca de trapo morochona, con vestido rojo y rara cofia. Eso era todo lo que Gorette tenía en el mundo -y digo todo: exactamente todo y nada más. Aquella noche empecé a entender qué era la pobreza. O lo supuse.

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Porque después me pareció que la palabra pobreza no servía para describir las sociedades latinoamericanas. Pobreza es una palabra demasiado amplia: describe, suponemos, la condición de los que tienen casi nada. Gorette, por ejemplo: su austeridad extrema era la norma en aquel campamento de campesinos que habían decidido ir a buscar sus vidas al medio de la selva; ninguno de sus vecinos y compañeros tenía mucho más. Pero es un caso cada vez menos frecuente: en América Latina, la mayoría de los pobres vive en asentamientos precarios alrededor o dentro de las grandes ciudades, o sea: enfrentados al martilleo constante de que otros sí tienen todo lo que ellos no. Lo cual, a falta de mejor palabra, querría llamar miseria.

No es lo que dice la Academia: en su diccionario, miseria figura como "estrechez, falta de lo necesario para el sustento o para otra cosa, pobreza extremada". Pero lo que llamo miseria es la desigualdad brutal, concentrada en un mismo territorio, y sus efectos de enchastre y de violencia: la humillación constante. La pobreza latinoamericana no suele aparecer en un contexto de carencia, de imposibilidad: no un desierto sudanés, no un pantano bengalí. Son villeros o pobladores o favelados junto al barrio caro pomposo custodiado: pobreza con escándalo de despilfarro cerca. La pobreza común es dura pero crea vínculos, redes, tejidos sociales; la miseria de la desigualdad los rompe, deshace cualquier intento de construcción compartida. El diezmo más rico de los latinoamericanos gana más de 30 veces más que el más pobre; en España, por ejemplo, la proporción ronda el 10 a 1. La esperanza de vida de mis vecinos de Buenos Aires es de 76 años; los habitantes del Chaco, una provincia de este norte, se mueren -en promedio- a los 69. O sea: un porteño vive un 10% más que un chaqueño -y la proporción es parecida si se comparan habitantes de San Pablo y Alagoas en Brasil, o Lima y Cuzco en Perú. Muchas otras cifras podrían decir lo mismo: pedestre, suelo creer que nada es más decisivo que vivir o no.

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Digo: miseria. Una sociedad que produce el triple de los alimentos que precisa -pero uno de cada seis chicos sigue desnutrido. O, dicho de otro modo: aquella bodega con sus Château Mouton-Rothschild en medio de la selva de chiringuitos falsos. Eso es, ahora, todavía, América Latina. Y así nos sigue yendo. [Martín Caparrós, Buenos Aires, 1957. Autor de Una luna (Anagrama, 2009]

PRD ve balance negativo del gobierno de Calderón


La administración de Felipe Calderón ha arrojado un saldo negativo para los mexicanos: desempleo, crisis económica, caída de remesas, más inseguridad pública; en comparación con lo que ofreció en la campaña, a tres años de distancia hay más ingobernabilidad, menos productividad y mas pobreza y México es el país con el peor desempeño económico en Latinoamérica.

Así lo afirmó el presidente del Secretariado Estatal del Partido de la Revolución Democrática (PRD) en Guanajuato, Miguel Alonso Raya. En conferencia de prensa, el dirigente perredista indicó que en el país hay más ingobernabilidad y menos productividad, hay más pobreza y México tiene el peor desempeño económico de todo el continente americano durante 2009.

En estos tres años, añadió, el poder adquisitivo de los trabajadores cayó en un 21 por ciento y mientras que el salario mínimo pasó de 48.67 a 54.80 pesos, el precio de la canasta básica pasó de 80.83 139.85 pesos, de acuerdo con un estudio de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

La caída de las ventas petroleras, la disminución de los montos de las remesas provenientes de Estados Unidos y el golpe duro de la influenza al turismo en México, han contribuido al desastre económico mexicano: hay seis millones de pobres adicionales con relación a diciembre de 2006, hay más desempleo y más malestar social, resaltó.

También denunció que durante los dos gobiernos mexicanos emanados de las filas del Partido Acción Nacional (PAN), casi 50 mil millones de dólares fueron depositados en cuentas bancarias de mexicanos en el extranjero, revelan cifras oficiales del Banco de México (BdeM).

Otra característica de la gestión de actual responsable del Poder Ejecutivo Federal es que la violencia urbana ha subido en espiral y son prácticamente incontenibles las ejecuciones y desapariciones. En la lista de víctimas destacan en primer lugar mujeres humildes, sobre todo, residentes en Ciudad Juárez, y después, periodistas —en particular los que cubren notas policíacas y de seguridad pública-, policías, militares, políticos en cargos de procuración de justicia y de seguridad pública, empresarios que se niegan a pagar extorsiones a los delincuentes organizados y jueces. Concluyó que el combate policiaco al crimen organizado ha generado más violencia.

Alonso Raya cuestionó: el gobierno mexicano anhela festejar el bicentenario del inicio de la lucha por la independencia y el centenario de la revolución mexicana, en medio de una crisis severa; ¿cómo atreverse a gastar millones de pesos mexicanos, mientras millones de mexicanos no tienen empleo o han sido víctimas de secuestro sin que los autores hayan sido atrapados?

El balance del gobierno de Calderón es negativo, dijo: hoy vivimos peor en relación a 2006. Parece una burla que el slogan del gobierno de la república mexicana sea: Vivir mejor, precisamente cuando vivimos con más miedo, más inseguridad y más pobreza.


El gobierno de Guanajuato debe replantear el presupuesto

Alonso Raya señaló que se confirma la decisión de la Comisión Nacional del Agua (Conagua) de no entregar agua a agricultores del distrito 011, ubicado al sur del estado, en consecuencia debería de tener un recurso para solventar este problema, eso no se refleja en el asunto del presupuesto, no hay un esfuerzo real de una reingeniería para poder destinar a otro tipo de programas. Planteó al gobierno del estado bajar el recurso destinado a salarios y hacer un lado los festejos del Bicentenario en el marco del próximo año.


Refundación del PRD

El líder estatal perredista informó que los días que del 3 al 6 de diciembre el PRD realizará en Oaxtepec, Morelos su Congreso nacional con la finalidad de discutir estatutos, línea política, programas y principios. También anunció que el partido iniciará en 2010 una campaña de afiliación y reafiliación.