Por Gorka Andraka | © GaraFuente: mediaIsla, Boletín 1134La esperanza de las pequeñas cosas. El murmullo del caño, el canto ancestral de sus aguas... Sonidos, gestos, maneras que conviene reivindicar ahora que nuestras ciudades y pueblos se hunden en obras. Un manantial en cada plaza, un grifo en cada esquina...
En el pequeño pueblo australiano de Bundanoon –unos 2.500 habitantes- está prohibida, desde esta semana, la venta de agua embotellada por su impacto en el medio ambiente. Los vecinos aprobaron la insólita propuesta después de que una empresa de bebidas anunciara que iba a extraer agua de una reserva subterránea de la localidad para, una vez envasada en Sidney, venderla luego, entre otros lugares, en Bundanoon. Las autoridades locales, que apoyan la prohibición, construirán más fuentes y los comercios y bares repartirán envases reutilizables con el lema "Bundy on tap" (Rellena en el grifo).
El agua embotellada no hay por donde beberla. Ni es más sana, ni más segura, ni, por supuesto, adelgaza. Pagas el envase, el 90% de su coste. Además, aunque hace falta un millón de litros de petróleo para fabricar 10 millones de botellas, y tardan 700 años en descomponerse, el 80% no se reciclan. Como los chinos nos alcancen, ahora beben sólo ocho litros de agua embotellada por persona y nosotros 140, el planeta quedará plastificado.
"El día / que los hoteles de lujo ofrezcan agua en botijo / en vez de embotellada en minibar / estaremos de verdad aproximándonos / a la sociedad ecológica", aventura Jorge Riechmann. El día que los planes urbanísticos sustituyan las rotondas por fuentes habremos puesto la primera gota del mundo nuevo. ¿Para cuándo un Ministerio de Fuentes Públicas?
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