martes, 20 de octubre de 2009

Jefe PN no recibe a Virgilio Almánzar; lo interrogan en inteligencia delictiva


Virgilio Almánzar, presidente del Comité de los Derechos Humanos.

Fuente: listindiario.com

Santo Domingo.- El presidente del Comité de los Derechos Humanos, Virgilio Almánzar no fue recibido hoy por el jefe de la Policía, mayor general Rafael Guillermo Guzmán Fermín, quien se encontraba fuera de la institución ni por otro alto oficial, sin embargo Almánzar se dirigió a la Dirección de Inteligencia Delictiva ubicada en la avenida Máximo Gómez, donde fue recibido por el general Manuel Antonio Fructuoso Heredia y según se informó estaba siendo interrogado con relación a una posible vinculación con el secuestro de Eduardo Baldera Gómez.

Almánzar permaneció alrededor de una hora y media en el antedespacho del jefe de la Policía desde donde ofreció una entrevista telefónica al programa el Gobierno de la Mañana.

Con relación a la inclusión de Almánzar en el expediente judicial sobre el secuestro que habría sido enviado a los tribunales, el vocero de la Policía, general Nelson Rosario, dijo que la institución no había requerido la presencia de Almánzar y que cualquier aclaración debe ser dilucidada por la justicia.

Según informes recibidos por LISTÍN DIARIO en el expediente judicial se cita el nombre del dirigente de los Derechos Humanos, como uno de los posibles implicados, debido a que los investigadores policiales dicen haber detectado varios cruces de llamadas desde los teléfonos de Almánzar con algunos de los alegados secuestradores.

Además se incluyó una nota escrita, alegadamente por Almanzar, en que pedía al grupo que dirigía el hoy occiso Cecilio Díaz, de que continuaran con la operación porque él (Almanzar) tenía forma de sacarlo de la cárcel.

El general Rosario no confirmó ni negó la información, sino que remitió a los periodistas a que investigaran en la justicia porque ya el expediente había sido tramitado al ministerio público.

Presidente JCE afirma es deber de partidos no dejarse infiltrar por narcotráfico


Fuente: elnuevodiario.com.do

El presidente de la Junta Central Electoral, doctor Julio César Castaños Guzmán, declaró hoy que es atribución de los partidos políticos evitar que personas ligadas al narcotráfico o con expedientes judiciales logren obtener candidaturas para diferentes cargos electivos en los comicios para escoger autoridades electas. Castaños Guzmán ofreció esta repuesta luego que el jurista y asesor anti-droga del Poder Ejecutivo, doctor Marino Vinicio Castillo, denunciara que hay personas ligadas al narcotráfico que aspiran a diputados, senadores, síndicos y regidores por los diferentes partidos políticos que existen en el país.

"Es un trabajo del país pero que tiene que hacerse en los partidos políticos también. Los partidos políticos hacen la propuesta de candidaturas y la junta hace la resolución de admisión de candidaturas.Entonces esa es una responsabilidad compartida. Usted como partido político no me puede traer aquí un narcotraficante, usted no me lo puede traer porque ese es su trabajo", redundó.

El juez titular de la JCE hizo un llamado a los partidos políticos para que realicen un discernimiento en sus asambleas y regirse por sus estatutos, los cuales lógicamente impiden que personas indeseables obtengan una candidatura partidaria.

"Ese es un asunto de los partidos; ahora bien, si viene aquí nosotros tenemos la facultad legal al dar la resolución de admisión de candidaturas y la aprobación de los pactos y alianzas, lógicamente si una persona está sub judice o está cumpliendo condena aunque esté en una libertad condicional, esa persona no puede ser admitida en esa resolución por la junta, pero vuelvo y repito es un asunto de una responsabilidad compartida", reiteró.

Castaño Guzmán entiende que se puede hacer un trabajo conjunto de los partidos, la JCE y la Sociedad Civil, para que todos estén pendientes para que esta situación no ocurra, para evitar ese desastre.

Consideró como muy encomiables las declaraciones del jurista y funcionario del gobierno, "y lógicamente nosotros, de él manifestar su deseo de visitarnos, nosotros los recibiríamos aquí en la JCE e intercambiaríamos nuestros pareceres y nuestras opiniones".

Hizo un llamado al liderato político para que asuma su responsabilidad en sus organizaciones y evitar que los indeseables logren infiltrar candidaturas y que la JCE está para respaldar esa postura.

'Japonerías' hispánicas


Por ANA RODRÍGUEZ FISCHER | © Babelia
Fuente: mediaIsla, Boletín 1147

Apenas he parado de reírme a carcajada limpia -sólo lo justo para poder seguir leyendo- mientras tuve en mis manos España, aparta de mí estos premios, el libro de relatos donde el escritor peruano Fernando Iwasaki (Lima, 1961) nos ofrece siete visiones o interpretaciones de la historia de España. Pero que no nos despiste el título, porque si hay un sesgado homenaje al poemario de César Vallejo -España, aparta de mí este cáliz, 1937-, las narraciones de Iwasaki parten de una irreverencia absoluta y, de las dos Españas, se dirigen sólo a la que sabe reírse de sí misma.

Todos los cuentos tienen una estructura común: la narración de un
suceso sorprendente (absurdo, grotesco, ridículo), como puede ser la aparición de un brigadista japonés que desconoce el final de nuestra Guerra Civil en las profundidades de una cueva malagueña donde se está desarrollando y transmitiendo en directo un episodio del reality Cavernícolas solidarios; la repercusión del suceso en los medios y en las diversas esferas del poder, con las consiguientes pugnas e intrigas; la explotación comercial del acontecimiento -libros, seriales, excursiones temáticas al lugar de...-, y el desenlace final de la aventura. Además todos los cuentos comparten alguna situación o anécdota, junto con personajes a veces no tan secundarios, ya que estamos ante unos cuentos homotextuales: "Es decir, el mismo texto refrito varias bases según las veces y viceversa". Las bases de los distintos concursos y las actas de los respectivos jurados que los enmarcan son otras tantas joyas que completan este hilarante y vitriólico retrato de nuestra(s) España(s).

Fernando Iwasaki se mueve con admirable desenvoltura y desparpajo por episodios de nuestro pasado épico -gestas jesuíticas o conmemoración de la Liberación del Alcázar de Toledo-, las plurales identidades de la piel de toro, las filias y las fobias de unos y otros, los ritos, las modas y... en fin, la general estulticia en la actual sociedad del espectáculo y la era de la globalización.

Baste mencionar que los relatos a concurso deben tratar del turismo espeleológico o de la gloriosa historia del Sevilla Fútbol Club; exaltar los valores identitarios, los hechos diferenciales y la riqueza cultural de Euskadi; servir para motivar e incentivar la visibilidad de la mujer catalana en todos los ámbitos y estamentos de la sociedad; o promocionar el langostino de Sanlúcar. Huelga decir que la parodia pulveriza tan loables propósitos, gracias al soberbio lenguaje, que además del pastiche opera con tics, frases hechas, correcciones políticas o hablas y jergas de las varias identidades lingüísticas.

Un consejo: no paguen más sesiones de risoterapia y lean España, aparta de mí estos premios. [fontanamoncada]

Miguel Ángel Fornerín: La verdadera patria de un escritor es la lengua en la que vive, habita, escribe y sueña…


Con esto nos quitamos de encima los alardes literarios de personas que se dicen escritores o que aparecen en las listas como intelectuales…


Por Miguel Fontana Moncada | © mediaIsla

De una isla a otra isla, además del Canal de la Mona, hay cientos de miles de historias por contar, no importa que en castellano la "H" sea muda; los tiburones, no. Ese Caribe, lleno de contrastes y contradicciones, con sus migraciones, sus trapiches, sus negros, sus mulatos y su muy particular manera de hacer vibrar a todo tren los cueros, se cruza y se entrecruza en muchos puntos donde lo real, lo soñado o lo real deseado pierden sus verdaderos nombres. Miguel Ángel Fornerín no ha tenido que ir muy lejos para hurgar y desentrañar, como él dice, en la República de las letras de dominicanos y puertorriqueños, en las historias de los narradores tal vez todo lo que no quieren o no pueden decir los cronistas de la Historia, la oficial y la otra.

En sus libros Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setena (2009) y El cuento dominicano y la generación del ochenta (2009), el autor dialoga, indaga y realiza un estudio pormenorizado del entroncamiento entre el discurso fictivo y el histórico en los textos narrativos de los más destacados autores de la generación del setenta en Puerto Rico. De Igual modo, en el segundo, desempolva y escudriña en las bibliotecas internacionales sobre la prehistoria de la narrativa breve de la República Dominicana, a la vez que esboza una interesante panorámica sobre la más joven cuentística que se escribe en la patria de Bosch.

Miguel Ángel Fornerín básico | Higüey, RD

Doctor en Literatura de Puerto Rico y el Caribe. Profesor de la Universidad de Puerto Rico en Cayey y del Centro de Estudios Avanzados de puerto Rico y el Caribe. Ha sido profesor invitado de la Universidad Michel Montaigne, Bordeaux 3 y de la Universidad de Poitiers, Francia en 2003 y 2007. Premio de Ensayo Pedro Henríquez Ureña con su obra inédita La escritura de Pedro Mir en 1995. Ha publicado libros de poesía, ensayo y crítica literaria. http://fornerin.blogspot.com


—Llevas un buen tiempo dedicado al estudio y a la enseñanza de literatura caribeña en Cayey para la Universidad de Puerto Rico y, precisamente, en tu libro más reciente Entrecruzamiento de la historia y la literatura en la generación del setenta (Centro de Estudios Avanzados/Imago Mundi, 2009), exploras una nueva arista de la literatura puertorriqueña, ¿cuáles son los parámetros de los cuales partes y cuáles los autores que te sirven de modelo para el análisis?

—Este libro es producto, en primer lugar, de las discusiones filosóficas sobre la Historia que aparecen luego de la caída del Muro de Berlín. Todas esas ideas del fin de la Historia y el fin de la Modernidad dejaron un amplio debate, que siempre quise llevar a mi lado: la Historia y la literatura. En segundo lugar, tiene que ver con mi estudio de la obra literaria de Pedro Mir que realicé a principios de los noventa. En el marco antes descrito, me era imperativo profundizar en la relación de la Historia y la literatura porque estaba estudiando a un autor que era literato e historiador, no sólo el historiador de Tres leyendas de Colores, El gran incendio y La historia del hambre en la República Dominicana, sino el autor de un libro teórico sobre la historia: La noción de periodo en la historia dominicana. Por otro lado, y finalmente, en Puerto Rico ha habido un debate sobre la memoria (La memoria rota (1993) de Arcadio Díaz Quiñones) y la escritura de la Historia, que me ayudaron a buscar una manera de estudiar estos problemas.

El itinerario de estos estudios sobre el tema es amplio y tiene varios autores en los que me empino para alcanzar las metas que me propuse. Finalmente, la hermenéutica ontológica y fenomenológica de Paul Ricoeur me ayudó a llegar al puerto deseado, que es este libro anclado en la periferia de una cultura. Y digo periferia porque soy un pensador limítrofe de la puertorriqueñidad y los ecos que logre este libro servirán para aquilatar la importancia de mi esfuerzo.

—¿La historia, como disciplina, es un tema o clave inherente a la generación del setenta o ha estado presente en generaciones anteriores? ¿Nombres, elementos de transición?

—La Historia tiene su disciplina de estudio que es la historiografía. Un saber que Croce desarrolló en Italia y que en Alemania fue fundado Leopold Von Ranke y siguen Spengler...la escuela de Baden y de Frankfurt, etc. En Puerto Rico la disciplina de la Historia, el interés historiador, es de los románticos como Alejandro Tapia y Rivera, y seguirá con la historia positivista… Lo que me ha parecido interesante es el movimiento de la Nueva Historia de los años sesenta y el entrecruzamiento del texto de ficción con el texto histórico. Las discusiones dentro del campo de la Historia las conozco porque he estado en las controversias de los historiadores en Puerto Rico en las últimas dos décadas y he asistido como fundador y ponente a distintas reuniones de la Asociación Puertorriqueña de Historiadores.

En mi libro planteo la permanencia del historicismo
como cosmovisión en la cultura puertorriqueña y el interés de la Generación del Setenta en estos temas. Una de las figuras más importantes en ese esfuerzo por reformular, pensar y rescribir el pasado, es José Luis González, autor de las novelas La llegada (1980) y Balada de otro tiempo (1978); pero anterior a él, Luis Hernández Aquino, había escrito La Muerte anduvo por el Guasio (1959) y existía la preocupación historicista. Ahora bien, lo que planteo es la dedicación muy especial de esta generación a entrecruzar los textos de ficción con un referente histórico que busca repensar el presente puertorriqueño. Los nombres son muchos, en el libro trabajo a Edgardo Rodríguez Juliá, que es el fundador en la novelística de esa época con La renuncia del héroe Baltarsar (1974), Tomás López Ramírez que lo atisbaba en Cordial magia enemiga (1970), Ana Lydia Vega y Magali García Ramis en Falsas crónicas del sur (1991) y Las horas del sur (2005) respectivamente. Y claro quedaron fuera por razones de espacio otros autores como Olga Nolla en El castillo de la memoria (1996) y Rosario Ferré en Maldito amor (1989).

Me interesó un tema colindante, la familia como metáfora de la nación; tema que inicia Magali García Ramis en su libro de cuentos La familia de todos nosotros (1978), lo sigue Edgardo Rodríguez Juliá con Puertorriqueños: álbum de la sagrada familia puertorriqueña a partir del 1898 (1989) y Tomás López Ramírez, con Paraje de transito (1997). Creo en fin, que la dedicación de esta generación a pensar el pasado se da como una forma de comprensión del presente. De ahí que coincida con Croce en que la Historia es una manera de pensar, de pensar nuestra relación con el tiempo o nuestra historicidad.

—¿Dónde se encuentran y se distancian ambos discursos –la historia de ficción y la Historia como tal?

—La historia y la ficción son dos discursos lingüísticos (es decir que sólo se dan en lo que llamaba Gadamer la linguisticidad). Lo que ocurre es que la Historia como práctica de los historiadores tiene una especificidad distinta a la de los creadores literarios. Y esas estrategias discursivas son las que he revelado en este libro, pienso en el ensayo dedicado al libro de Luis López Nieves La verdadera muerte de Ponce de León (2000). Si distinguimos, entonces, la relación especifica de cada género, podemos pensar la ficción como mímesis creativa y la Historia como mímesis del pasado, que busca ser un discurso verdadero y legitimado por el documento. Lo que planteo, siguiendo a Ricoeur, es que los relatos se encuentran y buscan la especificidad de ese encuentro en cada texto. Lo que nos aleja de postular la ficción como mentira y la Historia como verdad.

—Además del cuento y la novela, ¿cuáles otras modalidades de la literatura entran en el estudio?

—Con esta obra trato de hacer un estudio narratológico, que no está limitado a géneros específicos, sino a aquellos donde se relata una historia (story), pero podría trabajar con la Historia (history). Me interesó la relación de la Historia con la crónica; el cuento y la novela predominan en esta relación. En cuanto a la relación historia-crónica nos interesa la forma en que nos aproximamos al pasado. Un discurso pretende ser objetivo, como el de la Historia y otro pretende ser mixto entre lo literario y la ficción. Uno busca la historia en el pasado y otro la trabaja desde el presente. En la Historia, el historiador que realiza la configuración busca desaparecer a favor de la objetividad, pero en la crónica, es el protagonista, el punto de donde se focaliza. Me parece interesante el intento de estudiar la crónica con la fotografía, lo que ocurre en el capítulo dedicado a Puertorriqueños: Álbum de la sagrada familia… de Edgardo Rodríguez Juliá. También trabajo la crónica en los cuentos de Ana Lydia Vega, el choteo y la caribeñidad en su obra. Como la emigración y la familia en Paraje de tránsito de López Ramírez y en Las horas del sur de García Ramis.

—Eres dominicano, con más de 20 años de residir y ejercer docencia en Puerto Rico, pero siempre has mantenido un sólido nexo con la cultura y la literatura dominicana. Este mismo año, acaba de salir tu libro El cuento dominicano y la generación del ochenta (Imago Mundi, 2009), ¿qué aspecto específico de la narrativa dominicana y una de las más jóvenes generaciones de narradores dominicanos estudias en este libro?

—Sobre lo primero te diré que vivo en Puerto Rico, pero mi escritura tiene como objetivo el estudio de la literatura de ambos países. La diferencia es que mis vivencias, mis prácticas cotidianas se encuentran de este lado. Pero vivo en la república dominicana de las letras. En el pensar lo dominicano, como lo hago con lo puertorriqueño. Soy profesor de literatura dominicana y puertorriqueña en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y todo eso me permite pensar la patria lejana y vivir en esta otra patria, donde algunos me niegan ciudadanía y muchos me aprecian. Aprecian lo que hago. En medio de todo esto, está la maldición de la nación, cuando fue definida desde una perspectiva territorial y lingüística. Estoy consciente de que la verdadera patria de un escritor es la lengua en la que vive, habita, escribe y sueña con un porvenir mejor para sus semejantes.

El libro El cuento dominicano y la generación del setenta (2009) es un proyecto de estudio sobre la narrativa breve en Santo Domingo. Creí necesario poner en blanco y negro esa práctica de la escritura, al no encontrar en la bibliografía dominicana un estudio que planteara el desarrollo del cuento dominicano; quehacer que había dado figuras de la talla de un Juan Bosch, quien plantea la modernidad del cuento en Camino real (1933), a un Fabio Fiallo, principal figura del cuento Modernista Cuentos frágiles (1908) y a Virginia Elena Ortea, Risas y lágrimas (1903). Era un imperativo hacerme una idea de ese desarrollo y de las tendencias del cuento dominicano en el siglo XX. Por eso realicé esta investigación. No está terminada, pero le da una ojeada general al problema. Sin embargo, trabajo de forma más detenida el grupo de escritores del ochenta, en el que se destaca la cuentística de René Rodríguez Soriano.

El libro tiene una primicia: el primer estudio de Los cuentos que Nueva York no sabe (1949) de Ángel Rafael Lamarche, un libro que funda la literatura dominicana en el extranjero, desde la perspectiva de la generación del cuarenta: el Universalismo. Obra que pone en el centro de sus preocupaciones la relación del hombre con la cosmópolis. Allí se encuentra el primer cuento policial y de ciencia ficción que conocemos en la narrativa dominicana. Es un libro desconocido para la mayoría de los lectores y estudiosos dominicanos y un iniciador de nuevos caminos par la narrativa del país.

También aparece en este ensayo una lectura de El candado (1959) de Sanz Lajara visto de desde la hipótesis de que esta obra participa de la revaluación del negro, que plantea de los problemas de la negritud. Interesante la narrativa de Sanz Lajara en la medida en que afloran en ella los problemas de grupos subalternos signados pos su condición racial como los indios hispanoamericanos y el negro. No dejo apuntar la importancia que le da este autor al tema del poder.

—¿Cuáles aspectos y rasgos caracterizan y diferencian a esa generación del ochenta, de narradores de las anteriores? ¿Crees que mantienen nexos con los maestros del género en la isla o han roto totalmente con la tradición?

—Cuando estudiamos textos de autores que aún escriben, es muy difícil realizar afirmaciones definitivas. Así que veo este libro como el estudio de una literatura en movimiento. Y específicamente a la generación del ochenta como un grupo que va decantándose más allá de sus pretensiones juveniles. Son las obras las que hacen al escritor. No los alardes narcisistas o los discursos de de su época. Del Ochenta conocemos a mucha gente que ha escrito libros de cuentos, pero pocos se han dedicado con tesón a ese género y han logrado una individualidad creativa, como René Rodríguez Soriano. Se dice que una paloma no hace verano. Pero los cambios más significativos en el narrar, las distintas estrategias narrativas que se usan, el lenguaje como creación poética y la forja de un microcosmos particular está en su obra. Hablo de muchos otros autores, como Ramón Tejada Holguín, Ángela Hernández, Manuel García Cartagena, entre otros. Pero viendo el asunto desde la presencia de un corpus que nos permita estudiar una literatura sólida, no creo que se pueda ir más allá. Pasa lo mismo con la generación anterior: Peix, José Alcántara Almánzar y Armando Almánzar Rodríguez, son los que más se han dedicado al relato breve. Los demás pueden haber escrito obras admirables como Diógenes Valdez, Manuel Rueda, Efraím Castillo, Roberto Marcallé Abreú… Hay muchos narradores que escriben cuentos, ahora bien, lo importante es encontrar a un narrador que haya trabajado con dedicación este género y plantee una ruptura. Veo en los del setenta una transición, una ruptura con el cuento de Bosch, una influencia del Boom en Virgilio Díaz Grullón, René del Risco, Miguel Alfonseca, Marcio Veloz, Pedro Peix y Alcántara Almánzar. Pero hay mucho que estudiar, entre ruptura y tradición en esta época. La ruptura la veo más clara en René Rodríguez Soriano, en los ochenta.

—¿Crees que existe verdaderamente una literatura dominicana escrita fuera de los límites geográficos de la isla? ¿Nombres u obras que pudieran darnos pistas sobre el trabajo de los escritores dominicanos de ultramar?

—Interesante pregunta, tal y como se plantea, el asunto nos lleva a decir que siempre la literatura dominicano ha tenido exponentes en ultramar. Empezando por los del Monte, (Francisco Muñoz del Monte y Félix María), que vivieron en Cuba y Puerto Rico; José Ramón López, que vivió en Caracas y Mayagüez; Francisco Carlos y Virgina Elena Ortea, quienes también vivieron en Mayagüez; Jesusa y Manuel de Jesús Galván, quienes vivieron en San Juan de Puerto Rico y Nueva York; Juan Bosch, que publicó cuentos en Cuba y Chile, y ensayos en Venezuela y Puerto Rico. A lo que debo agregar el trabajo de Pedro Henríquez Ureña en México, Fernández Spencer en España y Manuel del Cabral en Argentina…en fin, siempre hemos tenido una literatura dominicana en ultramar. Pero sé que de lo que me preguntas es de la llamada diáspora de la literatura dominicana. Estos no son escritores exiliados, que por razones políticas viven en el extranjero. Son personas que han nacido o que han emigrado muy temprano en su vida a Estados Unidos y otros países.

Lo primero que creo pertinente es aclarar que, teniendo en cuenta la presencia de una cultura híbrida, los más connotados de esos escritores ponen en jaque la noción de literatura nacional, en la medida en que lo nacional estaba definido a partir de la lengua. Ahora tenemos una literatura dominicana escrita en inglés, es decir, hay una dominicanidad híbrida que se expresa en la lengua sajona y que los nacionales sólo pueden disfrutar a través de la mediación de un traductor. Es la literatura de Junot Díaz, Julia Álvarez, Nelly Rosario y demás; una literatura de anticipación. Como existe en estos textos una ruptura con la literatura nacional en español, mucha gente dice que esos no son escritores dominicanos. Pero creo que se equivocan. Su dominicanidad es controversial y lo que debemos entonces, pensar es que la dominicanidad ha cambiado tanto dentro como fuera. Somos una cultura híbrida fluida. Dentro, una cultura que convive con la haitiana y fuera, con la experiencia de las emigraciones. Creo que ahí residen las discusiones de los artículos de la Constitución sobre la nacionalidad y el voto en el exterior. Lo de fuera, unas veces, se deja afuera y cuando conviene, se le integra. Es un discurso de poder, que aleja o acerca a esa dominicanidad viajera.

Otra cosa muy distinta, es preguntar por la existencia de una literatura dominicana en el extranjero. Es problemático desde una epistemología literaria, en la medida en que existen textos y discursos, pero esta literatura está en movimiento y no podemos hacernos una idea muy clara de ella. Se está haciendo; es muy reciente. Y creo que con esto nos quitamos de encima los alardes literarios de personas que se dicen escritores o que aparecen en las listas como intelectuales, etc. Quisiéramos leer sus obras, no los discursos sobre ellas. Son pocos los escritores que viven fuera de los que podamos hacernos una idea clara de su trabajo, si dejamos a Eugenio García Cuevas, Néstor Rodríguez, que han realizado un trabajo en la crítica literaria y cultural y uno que otro que han publicado un par de libros. Creo que tienen mucho camino por recorrer.

—¿Y la crítica, cuál es el criterio de la crítica literaria dominicana con relación a los escritores que no residen en la Patria?

—No creo que la crítica literaria dominicana se haya interesado por esta materia. Al menos, Giovanni Di Pietro que ha escrito un libro sobre Julia Álvarez (La dominicanidad de Julia Álvarez, 2002) y varios ensayos sobre Junot Díaz, a los cuales remito al lector interesado. Pero ni Diógenes Céspedes, Bruno Rosario Candelier, Manuel Matos Moquete, Manuel Núñez ni Odalís G. Pérez. Han tratado este tema. Me faltaría hablar de Franklin Gutiérrez y Daysi Cocco De Filippis, que son los críticos que viven en Nueva York. Luego tenemos discursos de gente que reseñan libros o realizan estudios culturales. Pero no hay una crítica literaria dominicana que haya trabajado el fenómeno de la literatura híbrida y a los escritores que no viven en el patio. ¿Y por qué? Porque lo que hacemos fuera no cambia la cultura dominicana. No la pone en juego. El que intentó revolverla fue Silvio Torres Saillant, pero sucumbió postrado frente al presidente Fernández y una medallita de patriota.

No hay un trabajo epistemológico sobre la dominicanidad desde afuera, que pueda cambiar el hecho de que el centro se considere origen de los discursos de la dominicanidad. Primero, porque es una opción de poder, mientras Santo Domingo sea la ciudad letrada, ella construirá y reinventará el deseo de comunidad. Y los discursos tienen un valor político. Nueva York no podrá imponer su discurso. Lo de Silvio fue un alarde. Alarde que se pude ver como un gesto valeroso; pero sucumbió ante los poderes que dominan la construcción discursiva de lo dominicano. En fin, que lo que se hace con lo que se fueron es olvidarlos. Es algo desgraciado, pero es una verdad. La visita de uno de "la diáspora", la puesta en circulación de uno de sus libros o la participación en una Feria del libro, es el encuentro de Narciso con su trasero. Un espacio sólo retomado cuando nos conviene y les conviene a los poderes discursivos. Los de afuera están fuera.

—¿Consideras que la crítica literaria dominicana actual cumple realmente con lo que decía Martí del "ejercicio de criterio"? ¿Interpreta y juzga o simplemente está dividida en grupos que se autodefienden y contraatacan cada vez que sienten lesionados sus epidermis o intereses?

—La crítica literaria dominicana se reduce a unos cuantos nombres. Y a una historia de grandes logros. Debo decirte que esta actividad la fundaron Max y Pedro Henríquez Ureña. Que la dictadura de Trujillo limitó el ejercicio crítico a las obras de Balaguer, una historia literaria positivista y un recuento de libros y autores hasta llegar a Fernández Spencer. De ahí en adelante, el trabajo lo han realizado el grupo que he mencionado más arriba y unos cuantos que ahora nos dedicamos a valorar los textos literarios. Pero debemos significar que existen los críticos literarios y los críticos culturales. Algunos hacen los dos tipos de críticas. Pero la literaria se ejerce menos que la crítica cultural, a menos que no sea en tesis realizadas en el extranjero. Creo que si hablamos de crítica nos referimos a ejercicio de criterio, a un pensamiento sobre lo literario como manifestación de la cultura dominicana. Ahora bien, hay otro grupo de gente que escribe crítica, sobre todo para saludar la aparición de un libro. Pero no hace crítica trascendental. ¿A qué llamo crítica trascendental? A la que dialoga con el sistema de representación literaria y con el sistema de la cultura. Aquella que se empina en las tradiciones de la crítica. Para nosotros la tradición hispánica se echa de ver en Fernández Spencer y Bruno Rosario Candelier; la tradición francesa, en Diógenes Céspedes, Manuel Matos Moquete y Manuel Núñez, y la norteamericana en los críticos que han estudiado en Estados Unidos. Una crítica no es una actividad en sí mima; es un acto de pensamiento que toma la literatura como medio y se afianza en la cultura, la historia y los discursos de la época y contra ellos.

Falta la crítica de ocasión, la que generalmente encontramos en los periódicos y puede ser una crítica de capilla, de grupos. La otra, por su carácter científico, debe ser inclusiva. Aunque tiene sus limitaciones, es una crítica que establece su marco de acción. Sus propios límites.

—Y la poesía, ¿ha secuestrado el crítico al poeta de los libros iniciales o podemos esperar en un futuro nuevas incursiones en los ámbitos del poema?

—La crítica y la poesía son dos actividades muy distintas. Y si le agregas a eso, ser profesor universitario y la participación en coloquios, conferencias y seminarios, da como resultado que sólo se vea lo que hacemos en el campo de la crítica. Sigo escribiendo poesía aunque no con la constancia que quiero. Me acostumbré a escribir libros de poesía, no poemas sueltos. Lo que complica las cosas. Necesito hacer un plan ara escribir poemas. Planificar un libro de poemas donde quiero un lenguaje, un tema… algo distinto a lo que he realzado anteriormente. No me gusta repetirme. Aunque es bueno decir, que siempre escribimos una parte del gran poema que es nuestra vida. Pienso muchas veces: "ahora dejo un poco la crítica y me dedico a la poesía". Otras veces, me digo: "tal vez cuando sea viejo, volveré a ser el poeta que fui en mis años mozos". No sé; pero la poesía vive en mí. Tengo constancia que las habilidades de poeta las tengo. El tiempo dirá cuando sorprendo a los amigos con otro poemario.

—¿En cuáles otros proyectos, además de la enseñanza y el estudio de la cultura y la literatura del Caribe anda Miguel Ángel Fornerín?

—Estoy escribiendo ensayos y ponencias para varios eventos que se organizan en este año. Pero lo que más me interesa es difundir el libro Entrecruzamiento de la Historia y la literatura en la generación del 70. Ya se ha presentado en Cayey, Ponce y San Juan. La próxima parada será en Mayagüez, el 22 de octubre (lo presentarán el historiador Carlos Hernández y el crítico Mario Cancel) y el 14 de noviembre en La Tertulia de Río Piedras (lo presentarán Eugenio García Cuevas y Andrés L. Mateo). El año próximo estaremos en la Universidad de Puerto Rico en Carolina y terminaremos con un coloquio en Cayey. Me quedan el libro sobre el cuento y tengo en prensa Andrés L. Mateo la aventura espiritual de la dominicanidad que aparece en este mes. Luego me embarcaré en un libro sobre la ensayística dominicana y otro sobre narrativa hispanoamericana, que ya tengo comenzado. No creo que tenga tiempo para algo más, pero iré a ver el mar.

La cuenta contracorriente


Por Gorka Andraka | © Gara
Fuente: mediaIsla, Boletín 1147

No tener a nadie. ¿Se puede ser más pobre? N´Demba, un senegalés que vive en Sevilla, cayó enfermo y fue hospitalizado. En el tiempo que pasó ingresado recibió la visita de varios compatriotas y amigos. Entre ellos, Susana, la joya sevillana que me contó esta historia. El vecino de habitación de N´Demba, un español, sorprendido ante el constante ir y venir de gentes que atesoraba la cama del africano, preguntó: "¿Y éste quién es? ¿Por qué recibe tantas visitas? ¿Es alguien famoso?". No, no lo es, ni rico ni importante ni poderoso, al menos para nuestra bolsa de valores.

Las principales lenguas del África subsahariana no disponen de
palabras para designar al pobre en el sentido económico de este término. Sus distintas maneras de decir "pobre", traducidas a nuestro idioma, vendrían a significar algo así como "huérfano". Muchos pueblos africanos, en todos los aspectos de su vida cotidiana, cuando hablan de miseria no se refieren exactamente a la falta de dinero. Pobres son los que están solos, sin apoyo social, sin una comunidad, otras personas, que los arropen y acompañen.

Hace casi 20 años ya que la ONU declaró el 17 de octubre "Día
Internacional para la Erradicación de la Pobreza". Con la crisis económica ensañándose con los más desprotegidos, recién alcanzados los mil millones de hambrientos en el planeta, suena obsceno restarle valor y mérito a la cartera. Aún así, conviene no olvidarlo: hay vida, riqueza, más allá del dinero, aunque no lo parezca. Hagamos cuentas. Contracorriente. Si apartamos la pasta, ¿qué nos queda? ¿A cuánto asciende nuestra fortuna? Descontemos. Comparemos. No hay duda. Los más pobres, los sin nadie. [lilibrik]

José Saramago: La muerte es la inventora de Dios


Una "lógica impecable" caracteriza Caín, la última novela del premio Nobel, profundamente seria y llena de humor, en la que el escritor reescribe libremente la historia "mal contada" del personaje bíblico


Por FRANCESC RELEA | © Babelia

Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad". José Saramago (Azinhaga, 1922) ha vuelto a escribir de un tema que le inquieta. Lo ha hecho esta vez a través de una figura bíblica con mala prensa. Caín (Alfaguara), última novela del premio Nobel de Literatura de 1998, tiene grandes posibilidades de levantar las iras de algunos sectores católicos. Nada nuevo para el escritor portugués, que en 1991 generó una polémica mayúscula con El Evangelio según Jesucristo. En aquella ocasión, el Gobierno luso se sumó a la campaña contra Saramago, al vetar su nombre como candidato al Premio Literario Europeo. El primer ministro era el conservador Aníbal Cavaco Silva. Hoy es el presidente de la República. El veto indignó al escritor, que decidió autoexiliarse en Lanzarote, donde reside con su esposa, Pilar del Río, desde entonces.

¿Se puede repetir la historia ahora con Caín? "No. Ya metieron una vez la pata. No repetirán la experiencia, a no ser que quieran caer en el ridículo", dice Saramago, con aparente convicción. La entrevista tiene lugar en su casa lanzaroteña, refugio del escritor, a la que acuden amigos de todos los rincones. Dentro de unas horas tiene prevista la llegada de Mario Vargas Llosa. "El Evangelio... provocó las reacciones más violentas en sectores católicos de Italia. Me llamaron provocador", explica. "En mi opinión, los católicos no tienen motivos para enojarse con Caín, porque no tiene nada que ver con ellos. El libro habla del Antiguo Testamento, y me parece que los católicos no leen la Biblia ni el Antiguo Testamento. Tienen el Nuevo Testamento, que es un texto simpático con parábolas bonitas. Creo que Caín sentará mal a los judíos, porque la Torá es su libro. Me llamarán de nuevo antisemita. No me importa. He escrito el libro que quería y creo que es una buena obra literaria". Una obra que reescribe libremente una historia, la Biblia, que según el autor no ocurrió. Y para ello usa elementos de esta historia, Babel, Jericó, Sodoma y Gomorra, Moisés en el Sinaí. Entonces ¿qué ha escrito? ¿Una fantasía? "Sí, pero en mis fantasías hay mucha lógica, y esto ocurre en muchos de mis libros. Le propongo al lector un punto de partida que puede parecer absurdo. Pero después, el desarrollo es siempre de una lógica impecable". Acaso pretende hacerle la competencia a la Biblia. "De ninguna manera. No pretendo que el lector crea haber visto la luz después de leer el libro. Sólo propongo que piense en sus propias creencias y qué espera de ellas. ¿La vida eterna? ¿La condena al infierno?".

En la controvertida novela del Evangelio, Saramago humanizó la figura de Jesucristo. Algunos lectores de su último libro apuntan que ahora humaniza la figura de Caín. Pone cara de póquer, medita un instante y hace la siguiente reflexión: "Lo que pasa es que Jesús humaniza la figura de Dios. Jesús suavizó y matizó el Dios del Antiguo Testamento. Nunca tuve la conciencia de que estaba humanizando a Caín, pero, claro, es el fratricida, el asesino de su hermano Abel. En castellano hay la palabra cainita, que habla por sí sola. Siempre he pensado que la historia de Caín es una historia que ha sido mal contada en la Biblia. Como la de David y Goliat. Goliat nunca ha podido acercarse a David, David venció porque tenía una onda, que era la pistola de la época".

De dónde viene esa obsesión por escribir de Dios, pregunto, porque el tema de fondo es Dios, aunque ahora sea a través de la figura de Caín. "Puede parecer extraño", dice. "Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos". El ateísmo del autor tiene sus matices. "Ateo es sólo una palabra. En el fondo, estoy empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene que ver con la creencia en un Dios superior y eterno, que un día me condenará, me parece una chorrada".

Las páginas de Caín son implacables con Dios. "No", replica. "Soy implacable con la especie humana, que ha inventado el Señor". Bueno, pero el libro dice, entre otras cosas, que Dios no es de fiar, que es capaz de pactar con Satán, que está rematadamente loco. Le trata de rencoroso, maligno, corrupto... Le acusa de despreciar la Justicia. Y así hasta el final, donde afirma que Dios acaba por arrepentirse de haber creado el hombre. "Sí, por eso, según la Biblia, ordenó el diluvio y exterminó a la humanidad, a excepción de Noé y su familia. El libro es una lucha entre el hombre y Dios. Con Caín, que no era precisamente un santo sino todo lo contrario, pero en el fondo más limpio de mente y más transparente".

Mientras escribía, Saramago tropezó con un problema narrativo que parecía no tener solución: el paso de Caín por el tiempo. ¿Qué hacer? "Inventé, no el futuro ni el pasado, sino lo que llamo otro presente. De repente, Caín se encuentra en otro presente, no importa que sea pasado o futuro. Creo que conseguí conservar el humor en un tema tan complicado. El libro es divertido y profundamente serio". No es una ironía premeditada, asegura. Nunca premedita nada. La historia marca el camino de cómo tiene que ser narrada. "Soy una mano obediente que intenta no hacer nada en contra de la lógica y de lo que estoy escribiendo. Que acepta lo que quiere la propia historia. La ironía es una constante en todos mis libros. El humor aparece por primera vez en El viaje del elefante, y se repite en Caín. No fue una decisión consciente, simplemente ocurrió así".

La novela termina con una discusión, cargada de reproches mutuos, en el umbral de la gran puerta del arca de Noé, entre Dios y Caín: "Caín eres el malvado, el infame asesino de su propio hermano. No tan malvado e infame como tú, acuérdate de los niños de Sodoma". Es la eterna discusión entre el hombre y Dios, precisa el escritor. Una discusión sin salida. "Ni él nos entiende a nosotros, ni nosotros le entendemos a él. Son dos entidades que no se han entendido, no se están entendiendo y no se entenderán".

Saramago lo escribió en cuatro meses, la mitad del tiempo invertido en su anterior libro, El viaje del elefante. En ambos casos, reconoce, tenía prisa por escribir, en una carrera contra el tiempo. No podía bajar el ritmo. "Ahora ya puedo darme el lujo de reducir la velocidad. Cumpliré pronto 87 años. La vida es como una vela que va ardiendo, cuando llega al final lanza una llama más fuerte antes de extinguirse. Creo que estoy en el periodo de la última llamarada, antes de la extinción. Lo digo sin dramatismo. Tengo muy claro que no voy a vivir mucho más. Ahora estoy en una fase en la que sí creo que puedo hacer un trabajo y lo puedo hacer bien, quiero hacerlo. Después acabará todo y quedarán mis libros, que pienso seguirán siendo leídos. Espero, si la salud aguanta, terminar la novela que tengo entre manos". No revelará nada del próximo libro. Tan sólo un detalle: ya tiene decidida la última frase. No habrá sorpresas ni cambios sobre la marcha. No suele haberlos en su escritura. "Creo que soy un escritor lógico".

Pilar del Río va y viene por la casa, como siguiendo en la distancia la conversación. Saramago habla con cierta parsimonia, pero no da muestras de cansancio. Pasamos de la literatura a la política, su otra gran pasión. Le gusta hablar de política. Toma carrerilla y no para. Las primeras críticas son para el Partido Socialista (PS), que ha gobernado en Portugal los últimos cuatro años y medio con mayoría absoluta, y que seguirá en el poder después de ganar las elecciones del pasado 27 de septiembre. "El Gobierno socialista ha hecho políticas de derecha y el problema es que no hay ningún palacio de invierno para asaltar. Lo peor de todo, y esta crisis lo ha demostrado, es que la izquierda no tiene ideas. Ningún partido de izquierda, más o menos roja, más o menos rosa, ha presentado una sola idea para combatir la crisis. Y con los sindicatos ha ocurrido lo mismo. Su fuerza está dormida, domesticada. Me parece que Marx nunca ha tenido tanta razón como ahora. Pero eso no es suficiente. Haría falta una reflexión profunda, partiendo de Marx".

Es sabido que el premio Nobel portugués es militante del Partido Comunista desde los años sesenta. Un PC que no tiene parangón en la Unión Europea, de larga tradición estalinista, que sigue llamándose comunista, que conserva la iconografía bolchevique, hoz y martillo, bandera roja, que sigue soñando en épocas pasadas, probablemente más próximas a lo que representaba la antigua Unión Soviética, y que, contra viento y marea, tiene un electorado inquebrantable de medio millón de votos, que representa alrededor del 8%. El escritor admite que "es muy posible" que el PCP viva anclado en el pasado. "Lo que pasa es que tenemos una herencia, de la que no puedo despegarme. Y es posible que esta herencia no tenga mucho que ver con la realidad actual. Pero ¿por qué la realidad actual tiene razón?". Su militancia comunista tiene, probablemente, más de sentimentalismo que de convicción. "Los sentimientos cuentan. No me reconocería en ningún otro partido. Puede que sea mi culpa, y que esté enquistado en ideas del pasado, pero yo también tengo mi propio pasado. Francamente, no sabría convivir en otro partido si mañana dejara el PCP. No me pasa por la cabeza". Entonces ¿por qué sigue en el Partido? "Por respeto a mí mismo. He sido muy crítico con mi partido. Dije en una ocasión que nunca dejaría el partido, con una condición: que el partido no me deje a mí. Dejarme a mí sería un cambio radical de rumbo. No creo que eso ocurra". Tuvo una incursión, fugaz, en la política activa, cuando fue presidente de la asamblea municipal del Ayuntamiento de Lisboa. Duró cuatro meses y acabó enojado hasta con su propio partido. No le quedaron ganas de repetir la experiencia, aunque en alguna ocasión aceptó ir en las listas electorales en lugares no elegibles. "Creo que sería un diputado muy bueno", dice sin cortarse. "Siempre he dicho lo que he querido, y también es cierto que la dirección del partido nunca ha hecho nada para impedírmelo".

Saramago hace tiempo que no sube a su escritorio, en el piso superior de la casa, porque la estrecha escalera entraña un riesgo demasiado alto. El estudio tiene una hermosa vista con el Atlántico al fondo, la mesa de trabajo, anaqueles con los libros más queridos, pinturas, recuerdos. Ahora escribe en la biblioteca construida en un edificio anexo a la casa, que alberga su colección particular, convenientemente catalogada, a la espera de su traslado a la Casa dos Bicos, un edificio emblemático del gótico lisboeta, construido en 1523, que será la sede de la Fundación José Saramago, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de la capital. "La fundación es cosa de Pilar", dice el escritor. La compañera inseparable, traductora de sus últimos libros, es el motor del engranaje. "No sólo el motor, también las ruedas". En la recta final de su vida, contempla una vuelta, tal vez parcial, a su querida Lisboa, donde tiene una casa. "Ahora nos vamos a Italia y luego nos quedaremos unas semanas en Lisboa. Allí siento que estoy en casa. Nunca pensé que viviría en una isla en medio del Atlántico, a 100 kilómetros de la costa africana". Todo parece a punto para el regreso.