Por JORDI GRACIA | © BABELIA
Fuente: mediaIsla.net, Boletín 1126
En la trayectoria intelectual y política del uruguayo Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920-Montevideo, 2009), fallecido el pasado 17 de mayo, confluyen virtudes insuperables para convertirlo en icono de una progresía occidental predispuesta a mitologías acogedoras y sentimentalmente cálidas. Sus años de exilio, su compromiso político con la izquierda, su sintonía de edad y época con los nombres intocables de la narrativa hispanoamericana del último medio siglo (pero sin pertenecer a cuadra alguna), incluso su vinculación particular con España a través de Joan Manuel Serrat o la simpatía misma de Manuel Vázquez Montalbán son avales altamente cualificados para que su nombre resuene entre tantísimos lectores de la izquierda sensible pero algo decapitada de símbolos. Una virtud objetiva del autor es la calidad de algunas de sus obras, para mi gusto, en particular, antes que su poesía, La tregua y, sobre todo, Primavera con una esquina rota.
La biografía de Hortensia Campanella cuenta algunas de estas cosas, pero siempre demasiado poco, como si el respeto por el autor no sólo fuese insuperable sino genético y tan activo que ha volatilizado la aptitud misma de una cierta distancia crítica. Da pistas de la importancia de su vinculación a la revista Marcha, apunta menos de lo que sería gustoso leer en torno a él y Juan Carlos Onetti -con el reciente ensayo de Mario Vargas Llosa al fondo, y su libertad de juicio- o incluso un crítico del valor de Ángel Rama y otros equipos intelectuales de la izquierda; subraya una y otra vez su vocación de compromiso y defensa de los más vulnerables, pero no da mucho más que el retrato de un hombre bueno, íntegro, inteligente y casi de una pieza. Es todavía la biografía de un escritor con peso de icono y así es difícil ir más allá de la peripecia más externa y el relato algo banal de una vida. Le falta el conflicto y el dolor, le falta la duda y el arrepentimiento y hasta explota escasamente una noción tan original como el desexilio -con el tiempo "nos convertimos en un modesto empalme de culturas, de presencias, de sueños"-, desaprovechada entre tantas páginas a ratos aduladoras y a ratos tan respetuosas del personaje que no asoma la persona. La embarazosa devoción del biógrafo no basta para que el resultado sea una buena biografía, incluso si se trata de escribir la vida de un hombre bueno.
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