viernes, 13 de noviembre de 2009

Ana Istarú en tono mayor (III de III)


Por Miguel Aníbal Perdomo | © mediaIsla

El erotismo adquiere una nueva categoría, se torna trascendental. Y Ana Istarú se perfila como heredera del optimismo romántico o renacentista, lo cual, por supuesto, no significa ingenuidad. La poeta es consciente de la presencia del mal. No vive a ciegas: en medio de la exaltación vital de sus poemas se cuelan, como ráfagas de ametralladora, alusiones a los problemas de nuestro tiempo. Además del hambre, se mencionan las guerras fratricidas que asuelan Centroamérica, aliadas de la corrosión de la muerte, que su poesía ataca con ardor; al igual que la violencia contra la mujer:

un hombre que golpea a una mujer | mide puño |

sobre un estambre vítreo perturbable |fracturable | sobre cálcareas floras y osamentas . . .

un hombre que golpea a una mujer | asciende | hacia la nada

está vencido (100-01).

Se dice que casi todos los poetas temen a la muerte. En algunos casos esta condición asume ribetes neuróticos. Tal sucedía con Juan Ramón Jiménez, el Premio Nobel español, que desde su más temprana juventud vivió obsesionado con la Inexorable. Pero como dije ya, en la poesía de Ana Istarú la pugna vida/muerte adquiere un cariz singular y recuerda el poema "Rebelde" de Ibarborou en que la protagonista atraviesa el río Leteo cantando, y termina por seducir a Caronte, el barquero de la Muerte. El sujeto en los poemas de Ana Istarú asume la misma actitud desafiante:

soy animal | terrena| efímera por tanto

pero juro tomarle las muñecas | sollozando | mirando a gritos| el pedacito de aire que abandono| la luz a mis espaldas| y todo cuanto quise

voy a batirme| echándole a perder su regocijo (110).

No estamos aquí ante la conformidad al estilo de las coplas de Jorge Manrique, ni mucho menos se trata de la medieval Danza de la Muerte, donde esta tiene la última palabra. El amor a la vida intenta anular la resignación y la inermidad del ser humano cara a la Impostergable. El sujeto lírico sabe que la vida es difícil, pero como los renacentistas, comprende que es una experiencia maravillosa, la única que los dioses nos conceden.

El siglo XX se caracterizó en literatura por la constante ruptura con los movimientos precedentes –propio de la modernidad-, por el afán de novedad. Tanto que, según el filósofo argentino José Manuel Sebreli, la búsqueda obsesiva de la originalidad absoluta lleva este movimiento a ser incomprensible; renuncia a la comunicación con el público y elige ser elitista y a veces incluso solipsista para goce de su propio creador. Además, conduce a la falsa conclusión de que la incomprensión es inherente a toda gran obra de arte, que el aburrimiento es signo innegable de valor, y el público ha debido adaptarse a ese tedio (368-70).

En cambio, Ana Istarú ha creado una poesía de cuya permanencia nadie duda, sin que haya en la poeta ninguna obsesión formal. Es verdad que en algunos momentos prescinde de la puntuación y las mayúsculas –técnicas vanguardistas-, pero con frecuencia su poesía se acerca a estrofas clásicas, ensayando la métrica tradicional, el octosílabo y la rima asonante incluso. Así mismo su lengua poética nos recuerda la tradición española, a la Generación del 27 y a las poetas postmodernistas de Hispanoamérica. La originalidad de Ana Istarú la determinan su vitalidad y optimismo, que la conducen a modificar cualquier tema que toque, dándole un nuevo giro y presentándolo ante nuestros ojos desde una perspectiva novedosa.

No sorprende entonces que una de las figuras literarias más abundantes en los textos de Ana Istarú sea la anáfora, que surge de una gran compulsión comunicativa. Otro de sus recursos favoritos es la alegoría –muy del gusto medieval-, cuya gran plasticidad sirve para conferirles concreción a las ideas obsesivas, sobre todo a la muerte, la enemiga solapada, que es necesario identificar para tenerla a raya. La prosopopeya es otra valiosa figura usada en los poemas, que a veces recorre un camino inverso y va de lo animal a lo humano, pero la clave sagrada, es el amor; el sentimiento que subyace en todo el tinglado poético, lo que impulsa a las parejas al tálamo nupcial, a la fiesta del sexo y por último genera el milagro de la concepción y, en consecuencia, el parto, y la supervivencia humana. Así, el erotismo todopoderoso adquiere una dimensión muy original en estos poemas. Ana Istarú más que una rebelde, es la portavoz de la mujer nueva, anunciada por las postmodernistas de comienzos del siglo XX, y que acaba de nacer entre nosotros. BIBLIOGRAFÍA: Austerlitz, Paul. Merengue: música e identidad dominicana. Trad. María Luisa. Santoni. Santo Domingo: Secretaría de Estado de Cultura, 2007. Istarú, Ana. Poesía escogida. San José: Costa Rica, 2007. Sebreli, José Manuel. Las aventuras de la vanguardia. Buenos Aires: Sudamericana, 2000.

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