viernes, 13 de noviembre de 2009

Juan Carlos Mieses: el exilio te permite repensar tu vida y tu país bajo una óptica desapasionada…


La presentación de El día de todos, la novela de Juan Carlos mieses está programada para este jueves 12 de noviembre a las 7:00 PM en el Teatro Guloya (Arzobispo Portes #12, Zona Colonial). Presentador: Manuel Mora Serrano


Por Ruth Herrera | © mediaIsla

Hace años que su residencia es el extranjero. México, Brasil, Francia se han convertido en sucesivas moradas. La distancia le permite posar la vista desapasionada sobre su país, el nuestro; le da libertad de pensamiento y le cura de prejuicios.

Poeta laureado en los años ochenta y noventa —dos premios Siboney y un Pedro Henríquez Ureña en su haber—, más el premio internacional Nicolás Guillén, otorgado en México y Cuba, Juan Carlos Mieses es un creador disciplinado y minucioso, abierto a lo imprevisible y a las sutilezas, a los rompecabezas de caracteres y destinos.

Juan Carlos Mieses Básico

Nació en Santa Cruz del Seybo (República Dominicana) en 1947. se licenció en Letras en la Universidad de Tolouse, Francia, país donde vive en la actualidad. Su carrera literaria se inició y expandió desde la poesía, género en el que ha publicado varios libros: Urbi et Orbi, premio Siboney de poesía (1983) y traducido al occitano; Flagelum Dei, premio Siboney de poesía (1985); Gaia, premio Pedro Henríquez Ureña de poesía (1991); Dulce et Decorum est… (1997) y Aquí, el Edén (1998). Su poemario Desde las islas fue escogido Premio Inernacional Nicolás Guillén, otorgado en México (2000). También es autor de cuentos y de obras teatrales llevadas a escena en su país, como Los siete sueños de Meuda-San (1991) y Ópera Merengue (1995). El día de todos es la primera novela que publica.

—Una novela thriller o de conspiración, pero desarrollada a ritmo de tambores, dioses y poderes del más allá. Una mezcla nada convencional, pero la novela me convenció, diríamos que "funciona".

—Es cierto que la carga emocional y el suspenso que arrastra la novela "El día de todos" acerca la novela a la definición de un thriller a lo anglosajón; esa impresión se debe también al hecho de que no haya realmente un personaje central, pero no estoy seguro de que sea esa la definición más idónea.

—Los tambores de la cultura haitiana, si no enfrentados, al menos trazando líneas paralelas a la oración silenciosa de los cristianos dominicanos. Dos mundos, dos naciones, dos visiones. ¿Tu apuesta se encamina hacia la convivencia, hacia el conflicto o hacia la dispersión? Dime primero como escritor.

—Los símbolos nos rodean, nos definen y nos sirven para demarcar toda clase de límites; los tambores en este caso son puertas a un mundo mágico; al igual que los hombres, los dioses hablan lenguas diferentes; Allah usa la voz humana, Jehová la del bronce, Damballah la del cuero y la madera. Por otra parte, como no tenía la menor idea de cual era la solución del conflicto ― me refiero al de la novela ―, un final que reflejara la incapacidad general de encontrar una simple solución al complejísimo problema de convivencia entre dos pueblos me pareció adecuado, así que opté por otras soluciones; por ejemplo, cada personaje llega a la conclusión lógica de sus propias acciones.

—¿No tenías la menor idea de la solución al conflicto o no te atreviste a darle una solución?

—El final de un libro depende en gran medida de su propia dinámica. Tal como la novela se fue formando resultó inadecuado un final que fuera al mismo tiempo una síntesis general. La multiplicación de los narradores exigía la multiplicación de las soluciones. Además, y eso lo descubro ahora, el hecho de que el conflicto que genera la acción no se resuelva, devuelve al texto parte del carácter verosímil que la trama inicial le había quitado.

—En tu novela, no puede decirse que "los malos" están de este lado y "los buenos" del otro. No es una novela maniquea, no estamos en las antípodas. ¿Los estereotipos e ideas preconcebidas o esquemáticas pueden contaminar el disfrute de una obra de ficción?

—Sin duda. Algunos lectores estarán más o menos inclinados que otros a disfrutar de una fantasía si ésta les recuerda algo importante para ellos o si no logran desligar lo real de lo imaginario. Así como la realidad, la de los hechos y la de los prejuicios, se inmiscuye en la creación también interfiere en la lectura. Contra los prejuicios el escritor tiene el escudo de su ética personal y profesional, pero la lectura también pone a prueba nuestros propios valores éticos y nuestra capacidad de abstracción.

—¿Esta novela es un grito de alerta, la concreción de una pesadilla (para algunos), un retrato de las víctimas, la denuncia de la indiferencia…?

—Para mí es sólo un reto de creatividad, un rompecabezas de situaciones, de caracteres y de destinos enfrentados a soluciones de orden técnico y a métodos que hay que reinventar para encontrar el camino hacia una síntesis final dentro de un ambiente dramático. Para el lector es una aventura diferente que se desarrolla en su interior echando mano a sus instintos, a sus ideas, a sus fantasmas o a sus convicciones políticas o religiosas. A cada lector toca rescribir el libro de una manera que será siempre diferente a mis intensiones o a mis pretensiones.

—Un poeta laureado pasa a la narrativa de largo aliento. ¿Significa una búsqueda de nuevos canales de expresión, de otros públicos, o de formas más adecuadas para lo que tienes que contar?

—A veces he querido escribir un cuento y me ha salido un poema como me sucedió con "Flagellum Dei". Otras he comenzado una carta y he terminado con un cuento como pasó con "Ay Rosalía". La novela es un género que permite una libertad diferente a la de la poesía. Mis novelas, hablo en plural porque escribiré otras, siempre han estado en mí, las he estado construyendo a lo largo de mi vida mientras hacía otras cosas. Creo que a todos, escritores o no, nos pasa lo mismo y arrastramos algunos proyectos hasta que llega un momento en que las condiciones espirituales, técnicas, de tiempo o de oportunidad nos permiten realizarlos.

—Tú ha hecho vida, y vida literaria, fuera de la isla. ¿Qué ventajas o desventajas tiene la distancia?

—Vivir en el extranjero aunque disfrutes de privilegios es siempre una forma de exilio y el exilio te permite repensar tu vida y tu país bajo una óptica desapasionada, ver el bosque desde una montaña, ver la tierra desde el suelo lunar, verte a ti mismo desde afuera. Te da una libertad de pensamiento que a menudo, en un ambiente de opinión más uniforme, no puedes acceder. Te cura muchos prejuicios y te pone en contacto con puntos de vista diametralmente opuestos a los tuyos. Te obliga a mirar dentro de ti con tus propios ojos y no con los ojos de los demás, pues en el extranjero eres como invisible y si quieres existir debes descubrir, hurgar en sus propias entrañas hasta dejar traslucir tu yo íntimo y verdadero.

—Dijo Susan Sontag que "la poesía debe ser exacta, intensa, concreta, significante, rítmica, formal, compleja". ¿Compartes estos calificativos? ¿Cuáles serían los tuyos?

—A la parte intelectual, racional del hombre le resulta difícil aceptar el carácter silvestre de algunas cosas. Susan Sontag era una mujer excepcional, y cuando uno posee una mente analítica, una sensibilidad y una erudición como la de ella es difícil no tratar de definir lo indefinible. Quizás la poesía es todo lo que ella dice, pero creo que nunca será sólo eso y siempre será más que eso. [Ruth Herrera, Repuublica Dominicana, periodista y editora]

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