miércoles, 25 de noviembre de 2009

Jorge Volpi: América Latina no existe


La cercanía del Bicentenario "sólo sirve como mecanismo de distracción nacionalista", asegura, provocador, el autor mexicano, que presentó en el país "El insomnio de Bolívar", Premio de Ensayo Debate-Casa de América.


Por Guido Carelli Lynch | © Clarín
Fuente: mediaIsla, Boletín 1152

Triste noticia la de enterrar a América Latina. Más, si se tiene en cuenta que entre 2009 y 2012, Argentina, Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador, El Sal­vador, México, Paraguay y Vene­zuela celebrarán los 200 años de sus respectivas independencias. Triste noticia, si se cuentan los muertos de la causa continental.

Tal vez el tricentenario de 2110 encuentre una América unida de Alaska a Ushuaia bajo el nom­bre de los Estados Unidos de las Américas, quizás entonces quepa hablar de integración regional, del sueño de Bolívar, y no de su in­somnio. Pero hoy, otra vez, procé­selo, América Latina no existe.

La provocación sale de la boca del mexicano Jorge Volpi, sen­tado cómodo en el lobby de un hotel cinco estrellas del micro­centro porteño, adonde viajó para presentar El insomnio de Bolívar. Cuatro consideraciones intempes­tivas sobre América latina en el si­glo XXI, que le valió el Premio de Ensayo Debate-Casa de América. "La vieja idea de América Latina que tanto fascinó al mundo occi­dental, mezcla de dictaduras de compromiso político; de eso prácticamente ya no queda nada. Es esa la América Latina que ya no existe", explica con su tono tran­quilo el también ganador del Pre­mio Biblioteca Breve –el mismo galardón que ayudó a construir el espejismo del boom , que ahora desmitifica.

Mercosur, Unasur, Comuni­dad Andina, Unión Sudameri­cana, ALBA, ALCA: "Al carajo", como dijo Hugo Chávez en la re­cordada Cumbre de Mar del Plata. Al carajo también con la mentada integración regional, podría decir Volpi, que insiste: "América La­tina no existe". "No existe como una realidad sociopolítica com­pleta. Ni tampoco existe como el sueño bolivariano de una Améri­ca hispana por completo unida. Quizá lo que no existe son estas imágenes construidas de América Latina que habían estado vigentes hasta hace muy poco tiempo. Lo que existe ahora es una América Latina distinta, fragmentada, que se conoce muy poco a sí misma, que es prácticamente incapaz de mantener flujos constantes de in­formación de un país a otro, aun­que a veces sean incluso vecinos", larga sin pausas y sin vehemencia Volpi. Para él, lo que queda de la región está sometido a la nueva ló­gica de la globalización, que admi­te como corriente central todo lo que viene de los Estados Unidos y de Europa. Todo eso en el marco de un continente donde EE.UU. y Brasil comienzan a ser las dos po­tencias fundamentales que guían a las demás, dos potencias que no hablan castellano.

—¿Qué significa ser latinoame­ricano hoy?


—Uno puede seguir diciendo que es latinoamericano porque sigue teniendo esta carga, por un lado nostálgica y por el otro lado idea­lista, de cercanía con los habitan­tes de los demás países, pero que en términos reales ya tiene un pe­so muy limitado.

—En su libro señala que la posi­bilidad de un futuro latinoameri­cano está inexorablemente ata­do a la relación con EE.UU.

—Es paradójico, pues estamos lle­gando a un nivel de normalidad que significa que los conflictos tienden a ser resueltos directa­mente en los países. Y salvo la amenaza de Chávez, que termina siendo a veces mucho más dis­cursiva que real para los Estados Unidos, el resto de los países no están en absoluto en la agenda central de EE.UU. Ni siquiera ahora, en la era Obama. Puede ser que nos encontremos frente a un EE.UU. mucho más tolerante, abierto y dispuesto al diálogo y a la no intervención que en la era Bush, pero al mismo tiempo es un momento en el cual EE.UU. no tiene en absoluto a América Latina como prioridad. La priori­dad número uno de Obama hoy es interna, y la segunda es la agenda de seguridad en Oriente Medio. En ese panorama, América Lati­na ya no es la región más pobre, tampoco es una de las regiones de mayor crecimiento, es una región relativamente normal, pero que para los ciudadanos de América latina representa una normali­dad endeble, una normalidad en la cual, por un lado, la democracia no está por completo consolidada, y segundo, el problema central de América latina que es la pobreza sigue sin resolverse.

—Usted analiza la caída de las grandes narrativas en América latina ¿Cómo afecta eso a los habitantes de cada país?

—La caída de las grandes narrati­vas, el fin de esa época utópica, también le llega a América Latina y se manifiesta de dos maneras distintas, contemporáneas y para­dójicas. Por un lado ha desapare­cido esta división entre izquierda y derecha y la cadena utópica. Pero, al mismo tiempo, en muchos de los países, lo que ha terminado por pasar es la ansiada llegada de la democracia, entendida en muchos momentos anteriores de América Latina como esa utopía posible. La democracia, que está en todos los países del continente, con la excepción de Cuba, ha ter­minado en muchos casos por des­encantar a los ciudadanos, porque no resuelve de manera inmediata todos los problemas que frecuen­taban anteriormente. Entonces, a partir de ese desencanto, surgen estos nuevos liderazgos carismá­ticos populistas que intentan revi­vir las grandes narrativas. Ese es el mayor anhelo de Hugo Chávez; el de crear una nueva gran na­rrativa de un continente con una globalización alterna, controlada desde luego desde Venezuela, en contra de la que se lleva a cabo en el resto del mundo. En Europa se sigue vendiendo la imagen de una izquierda latinoamericana unifica­da, pero en realidad no es verda­dera. Se trata de fenómenos casi siempre nacionales y distintos.

Crítico activo, cínico por mo­mentos, a Volpi le tocó lidiar con la caída de las grandes narrativas en la política y también en su campo; el de la literatura. Lejos de la nostalgia que inunda a los editores españoles, no lamenta que la mecha del boom latinoame­ricano se haya extinguido. "Somos la primera generación que nunca creyó en esas grandes narrativas. No hay una generación desencan­tada de los 60, porque en realidad nunca estuvo encantada con algo. La mía ha sido la generación bisa­gra a la que le ha tocado observar el derrumbe de esas narrativas y el paso a una indiferencia o a una profunda desconfianza de las generaciones siguientes hacia lo político, hacia el compromiso, ha­cia la democracia, hacia la vincu­lación de lo intelectual en la vida política", explica este organizador de los festejos del 80 cumpleaños de Carlos Fuentes, quien no ha dudado en señalarlo más de una vez, como su sucesor literario.

Dentro de los numerosos cli­chés del ser regional que Volpi revisa hay uno en particular, que "supimos conseguir" y que le arranca una sonrisa franca. "Los argentinos son esa entrañable excepción a casi todo. Es un este­reotipo, por supuesto; pero que se confirma en muchos sentidos", anuncia este activo participante de ferias y congresos literarias ibero­americanos. Para él, la concreción de ese lugar común se revela no solamente en la propia visión que en general la Argentina tiene de sí misma, sino también por una serie de peculiaridades históricas que efectivamente la distancian de otras partes del continente. "Mien­tras Chávez, Evo Morales, Correa o Uribe van socavando la demo­cracia desde adentro, reformando las constituciones ad hominem para mantenerse en el poder; la excepcionalidad argentina hace que aquí ni siquiera eso haya sido necesario. La peculiaridad única en el continente y pues, en reali­dad en el mundo, es cómo un pre­sidente puede hacer que su esposa se convierta en candidata, gane la presidencia, y cómo se abre ahora la posibilidad de que regrese otra vez Kirchner en un tercer perío­do" , interpreta Volpi. Para este extraño caso de autor y director de programación de un canal de te­levisión, ese rasgo de la excepcio­nalidad argentina se inscribe en la tradición de las mujeres políticas fuertes, que marcaron la historia nacional, y que no se ha reprodu­cido en ningún otro lugar.

El decálogo de la democracia en América Latina que traza Vol­pi comienza con los liderazgos carismáticos de los caudillos de­mocráticos. "Ejercen liderazgos y prometen que van a ser capaces de transformar al país porque tienen métodos mucho más drásticos, porque verdaderamente cumplen su palabra, son capaces de trans­formar al país incluso modifican­do la legislación con tal de resol­ver los problemas cotidianos de la gente", advierte.

—¿Pero el deterioro institucional es sólo discursivo?

—No. Los políticos llegan al poder de manera legítima, por medio de las urnas, pero en esta paradoja lógica que sólo ocurre en la demo­cracia –el único sistema que pue­de irse desmantelando desde den­tro– van incrementando cada vez más el control que ejercen sobre los distintos poderes que deberían de existir pluralmente en un Esta­do democrático. Los otros poderes, el Congreso y el Poder Judicial son constantemente objeto del ataque de estos liderazgos para minar su credibilidad. Y, en efecto, en casi todos los países, uno tiene la peor impresión posible tanto de los legisladores como de los jueces. Luego, existen pugnas por y con los medios de comunicación, refe­réndums, encuestas y recursos de democracia directa para ir ganan­do mayor legitimidad y sancionar lo que está siendo en el fondo un engaño a la legalidad. –

—¿Y por qué no existe un proyec­to intelectual latinoamericano? ¿Es imposible?

—No hay un medio realmente que llegue a todas partes, tal vez el único caso, y siempre por cable, es otra vez la televisión, CNN en español que sí llega a todas par­tes, pero ni siquiera es un medio latinoamericano. Fuera de eso, en realidad son muy pocos los instru­mentos que pueden existir a nivel continental para aumentar el nivel de conocimiento de lo que ocurre en América Latina. Tampoco en Internet, tenemos más bien algu­nos espléndidos sitios nacionales en los que colaboran escritores de otros países, pero el problema está más bien en que ninguno de ellos tiene un peso real continen­tal. Probablemente el que más lo tenga sea el diario El País, que otra vez, no es latinoamericano. No sé si un proyecto común es inviable, simplemente no existe por ahora.

—América latina no existe ¿Para qué debería servir este Bicente­nario latinoamericano?

—Debería servir para hacer una conmemoración crítica. No quiero decir que realmente no haya nada que celebrar. En efecto, América latina no había gozado de una eta­pa de paz ni de derechos cívicos tan poderosa como la que vivimos ahora en estos dos siglos. Sin em­bargo, quedan en la agenda pro­blemas por resolver, empezando de manera central por la desigual­dad. No obstante, lo que más me preocupa de los festejos es esta carga típicamente nacionalista. Casi siempre tienen el único obje­tivo, no de unir al país en abstrac­to, sino de unir al país en torno al gobierno de turno. Y eso hace que en las celebraciones de cada acto de prácticamente todos los paí­ses, el centro está en convertirse en, como dice el lema mexicano, "200 años orgullosamente mexi­canos, o argentinos, o chilenos o lo que sea." Y, en medio de una crisis global como en la que vivi­mos, con una enorme cantidad de conflictos sin resolver, solamente sirve como mecanismo de distrac­ción nacionalista. El Bicentenario debería servir para observar las independencias de América La­tina como un fenómeno de toda la región, para tratar de entender verdaderamente su naturaleza y, en segundo lugar, para reflexionar sobre qué problemas podríamos resolver de aquí en adelante.

Volpi Básico | Escritor. México, 1968.

Junto a sus colegas de la Generación del crack, novelistas mexicanos que comienzan a publicar en los 90, apostó por una literatura que retomará algunas líneas del boom, en especial su interés por construir novelas que lo contarán todo y desbordarán hacia territorios de la política, la historia o las ciencias. En la trilogía que inició con "En busca de Klingsor" (1999) trazó un arco narrativo que cruza la segunda mitad del siglo XX, en especial el vínculo entre las innovaciones científicas y la construcción del poder. Como ensayista, ha abordado temas como la revolución zapatista, la escritura de ficción o la figura de Simón Bolívar. Desde 2007 dirige Canal 22, el canal cultural de la televisión pública mexicana. Además obtuvo el Premio José Donoso por el conjunto de su obra narrativa. [giecoleon]

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