viernes, 12 de agosto de 2011

Manolo, De Edwin Disla


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Giovanni Di Pietro

Esta novela de Disla nos sorprende sobremanera. En otros lugares, no hemos sido muy misericordiosos con él como novelista. Pero, como todo en el mundo cambia y, gracias a Dios, a veces por lo mejor, vemos que las cosas también cambiaron con él. Tenemos en mente las primeras dos novelas, a las cuales leímos hace largo tiempo. Ahora resulta que hemos leído su más reciente, ésta que comentamos, y Dioses de cuello blanco, sobre la cual ya escribimos. O sea, que Disla no se ha conformado con los fáciles laureles que con harta facilidad algunos críticos despistados siempre están listos a ceñirles a cualquiera, cosa demasiado común en este país. Por el contrario, decidió embarcarse en un riguroso ejercicio de superación que le ha dado inesperados resultados, como en la presente obra.

Manolo es una larguísima novela que supera las 500 páginas, con muchísimos protagonistas y una mezcla asombrosa de datos históricos y recreaciones imaginativas de los ambientes. A cualquiera que la lee progresivamente sin dejarla, le asombrará ver cómo el novelista logra llevar a cabo su titánica tarea de orquestar todos sus elementos para llegar hasta el final, sin nunca decaer en lo más mínimo en el ritmo de la narración. Los protagonistas, de los principales a lo más insignificantes, sobresalen siempre. Las situaciones descritas también. El tema central, que es el del antitrujillismo primero y de la guerrilla después, está enfocado de manera magistral. De modo que podemos decir sin ambages que esta es una novela que le funciona y muy bien a Disla y por la cual lo podemos felicitar con toda sinceridad.

Queremos dejar esto establecido, porque conocemos muy bien el ambiente novelístico del momento, en el cual a cualquier obra de muy modesta o hasta mediocre catadura frecuentemente se la alaba desmedidamente, con el resultado que nunca sabemos, en verdad, quién está haciendo un trabajo serio en el campo y quien no. La primera regla de cualquier crítica literaria es la de seleccionar, sin miedo, entre lo que es el grano y lo que es la paja. Indudablemente, Manolo no se encuentra entre la paja.

Cuando salió esta novela, en 2007, si bien me acuerdo, se escribió mucho acerca de ella. Tenía que ser así por la figura que trataba, Manolo Aurelio Tavárez Justo. Por eso, mucha tinta se gastó en determinar cómo Disla la había presentado: Un ingenuo, un mujeriego, sin aureola de mártir y cosas por el estilo. Si se habló de la novela como novela, no le pusimos caso, pues es nuestra costumbre siempre hacer nuestra propia lectura de la obra antes de dar una opinión al respecto y no llevarnos tanto de lo que dice lo que es esencialmente una crítica periodística, muy a menudo amañada por el amiguismo y los intereses espurios.

Como quiera que sea, es verdad que Disla aquí redimensiona la figura heroica de Manolo. No le interesa la hagiografía, sino el aspecto humano del líder de masas que dejó hermosas páginas escritas en la historia del país. No por eso tenemos en su Manolo a una figura que él irrespeta. De principio a fin se ve la enorme simpatía que siente por ella. No ve a Manolo como la encarnación de un símbolo impoluto de una idea, sino más bien como un ser de carne y hueso que, dentro del ambiente de la dictadura de Trujillo y los tiempos que le siguieron, supo tomar una posición vertical, sacrificarse y hasta morir por ella. O sea: el rechazo de la hagiografía es, en fin, lo que hace el protagonista central, y, como consecuencia, lo que también hace la novela lo que es. De no haber sido así, todo se vendría estéticamente abajo, y tendríamos una novela fracasada en todos los sentidos.

A lo mejor esta manera de Disla presentar a Manolo sorprendió y seguro que hasta ofendió a mucha gente, que estuviera o no de acuerdo con los ideales que representara. Porque es siempre cómodo, tanto para un bando como para el otro, empujar la canonización de un hombre como Manolo, pues es sólo de esta forma que los que estaban con él pueden seguir viviendo en su memoria y los que se le oponían desarmarlo como algo viviente dentro de la sociedad que controlan y quieren seguir controlando. Un santo subido en un altar inaccesible es siempre menos incómodo que uno que se encuentre todavía caminando entre la gente e inspirando actitudes rebeldes. El Manolo de Disla, en otras palabras, bajó del pedestal. Y es bueno que lo hiciera, pues eso hace que sus ideales todavía sigan vigentes en la sociedad actual, tan propensa al olvido y a los más mezquinos compromisos. Esto, fuera del aspecto literario, es, entendemos, el gran valor que tiene esta novela, y es así que debería verse.

Manolo representa, en verdad, la pasión del Manolo hombre. Que fuera ingenuo en muchos sentidos, y mujeriego por añadidura, no importa; lo que sí importa es que, desde un principio, ese hombre decidió sacrificarse por los demás o por su país. Ante el oprobio de la tiranía no se quedó tranquilo en sus obvias ventajas sociales olvidándose de lo que ocurría a su alrededor. Por el contrario, quiso enfrentarse al problema y tratar de resolverlo. Como consecuencia, sufrirá el martirio de la cárcel y la tortura. Al caer Trujillo, vio la necesidad de seguir luchando para crear un país mejor. Cuando tuvo que emprender la lucha política, lo hizo. Y subió a las montañas cuando había que hacerlo. En todo este trágico trayecto, su sacrificio por los demás es lo que cuenta. Siempre, hasta en su último grito ante la muerte inminente. De ahí que podemos hablar de la pasión de Manolo como la pasión de un Cristo. La primera estocada que recibe al final, cuando lo matan atado a un árbol (madero), es a su costado, como el Cristo. En las cárceles trujillistas es humillado y azotado también como el Cristo. Sus seguidores lo adoran o lo rechazan y traicionan, igual que el Cristo. Las mujeres que se enamoran de él, son sus Magdalenas. El legado que deja son enseñanzas que siguen en el imaginario dominicano hasta el presente, igual que el del Cristo hasta este mismo día. No se puede leer la novela sin eventualmente empezar a ver estas conexiones entre la figura del Cristo y la de Manolo en términos de una pasión. En términos de un sacrificio. Y quizás sea esto, todo sumado, más allá de las lecciones históricas e ideológicas, el verdadero mensaje que sale de la novela.

Que esto es así lo podemos ver no solo en todo el transcurso de la novela, sino también en lo que el mismo novelista nos dice en el Epílogo a través del protagonista de Tito, quien lo representa, especialmente en las páginas 608-609, donde encontramos ese mensaje. Tito, después de hacer un resumen de la pasión de Manolo, y cómo a él no le interesaba el discurso ideológico ni de las derechas ni de las izquierdas, sino el bienestar del pueblo dominicano todo, concluye: “era un Cristo y los Cristos nacieron para sacrificarse por los demás.” Más claro de esto no puede ser. Y es desde esa perspectiva que el novelista seguro quiere que leamos la novela.

Como hemos explicado en otras ocasiones, en la novelística dominicana muy a menudo los protagonistas son simbólicos. En general, los protagonistas femeninos simbolizan el país, la patria, y los masculinos el pueblo. Esto de hacer de Manolo un Cristo es, pues, significativo por parte de Disla. Lo es porque de ahí podemos deducir una moraleja inevitable acerca de cómo ve a ese país y su pueblo. La figura femenina predominante en la novela es, obviamente, Minerva. ¿Qué es lo que ella busca dentro del contexto de la dictadura? La libertad del país. Pero ella no actúa sola. A su lado tiene a Manolo, el cual anhela tanto la libertad del país, como también establecer un nuevo orden económico y político. La muerte de Minerva significa el fin de la tiranía y la libertad. Pero esto no conlleva automáticamente un cambio social y político. Este cambio se encarna, entonces, en Manolo, quien, inspirado por el recuerdo y los ideales de su mujer, tratará de concretizarlo de ahí en adelante a través de su acción práctica y su ideología. En la novela, pues, todo lo que le sucede a Manolo en tanto que figura histórica hay que leerlo en clave simbólica, como lo que le sucede al pueblo dominicano. Si Manolo, como mártir por sus ideales, es eliminado y, sin embargo, reaparece constantemente en el devenir del país hasta el presente, eso quiere decir que el pueblo dominicano, pese a ser reprimido, brutalizado, humillado y engañado en toda su historia, todavía sigue esperanzado en que es posible crear un mejor país. Esta es una manera de acercarse al contenido de la novela para extraer de ella esa moraleja que decimos.

Como quiera que sea, no vamos a adentrarnos en un análisis exhaustivo del contenido de Manolo. No es necesario. Cada lector puede fácilmente hacer el suyo y llegar a sus propias conclusiones. Nosotros sólo queremos dejar por sentado que esta novela de Disla es una obra a la cual hay que ponerle atención, tanto por su contenido como por los resultados estéticos positivos que contiene. El texto en sí, por ejemplo, está más trabajado que el de la otra novela que mencionamos y logra una dimensión lírica sin nunca convertirse en un texto lírico per sé, lo que, en efecto, no era muy adecuado dentro de las circunstancias que se describen. Es un texto que se lee rápido y con gran interés, cargado de tensión y que mantiene siempre su ritmo, hasta en esas muchas onomatopeyas que el autor se permite y que pudieran parecer bastante gratuitas. Los protagonistas resaltan y son convincentes, desde los involucrados en la lucha hasta los humildes campesinos, los guardias y las mujeres estupendas. Centrales y espléndidamente desarrollados son los protagonistas de Manolo y Minerva, sin duda. O sea, que Manolo es una novela sin desperdicios y que fácilmente entrará en la historia novelística del país como una excelente novela en todos los sentidos.

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