Hay que leer este libro como un salmo en la misa del domingo, es decir, con goce y devoción. Sólo así podremos llegar a su último cielo.
Por René Rodríguez Soriano| © mediaIsla
Yo no lo sé de cierto, pero presiento que el olvido es un camino angosto que se pierde en las furnias que anteceden el anochecer; un arpegio de temblores que se les desgranan en las manos y en las sienes a los amantes minutos antes del ineludible adiós. El poema, sin embargo, es ese indescifrable e instantáneo brazo de mar que nos arropa y nos empapa y nos lava y nos limpia de un plumazo y de una vez de pelusitas, de esporas y la eterna ceguera de las oscuras claridades o la visión singular de Newton, con y sin bañador. Si no, preguntémosle a Fernando Valerio-Holguín, dónde arde más la llama o el deseo o la pasión. O si el poema es el poema o la teoría que lo funda o lo describe. O el poeta, la sartén, el libro, la academia, los bares, la muchacha, el Edén o, simplemente, si es que en verdad nada Eva como ave sobre la piel de Adán. O si es el libro en sí, la piel que se desborda todo cuerpo, y se posa en los ojos que se los sorben y absorben todo carne, fruta o ciega sed.
Yo no lo sé de cierto, estoy seguro de que luego de leer Rituales de la Bella Pagana. Diálogos de amor (Búho, 2009), el lector no sale ileso. Si como dijo Barthes, "La regla es el abuso, la excepción es el goce", el ritmo de lo que se lee y lo que no se lee en estas páginas asalta (y de que forma) el cuerpo de uno, hasta el punto en que ya no es posible distinguir cuál de los dos es el cuerpo objeto de lectura o de placer. ¿Qué decir de un libro y de un autor perdidamente gozones que tejen y entretejen un tejido que desborda los sentidos de placer y goce en toda su extensión? Dejemos que nos cuente el autor:
—Háblame de este libro, ¿con cuáles manos, desde qué cielo, piso, tundra o altiplano puede uno lanzarse con tal tino en pleno centro del cuerpo y del deseo?
—Rituales de la Bella Pagana nació de la lectura de El Collar de la Paloma de Ibn Hazm; y así fue creciendo a retazos, un día sí y otro no, con diálogos escuchados en bares, con confesiones de amigos, con imaginadas razones de filósofos y poetas.
Si tuviera que definir este libro, lo haría citando las "Palabras preliminares" del mismo: "Éste es, de alguna manera, un libro-collage, caótico, como el amor, mitad dolor, mitad ficción, en el que cohabitan leyendas, mitos, rituales paganos celtas, koanes budistas, retratos y autorretratos de palabras, poemas y diálogos de amor."
Para acceder al cuerpo de la Bella Pagana, que escapa continuamente, hay que leer este libro como un salmo en la misa del domingo, es decir, con goce y devoción. Sólo así podremos llegar a su último cielo.
—¿Tiene alguna creencia o religión el amor, la pasión, el fuego, el deseo desnudo y suelto por los páramos de la angustia?
—En el libro, el amor es religión, lo que "religa" al Pintor y al Poeta con la Bella Pagana, quien, en el centro del círculo de fuego, se erige como diosa. Ambos se consumen en el fuego de la pasión. Para el Poeta, "el amor es la única salvación". Como Calixto, tanto el Pintor como el Poeta son la Bella Pagana, a la Bella Pagana adoran y en la Bella Pagana creen.
—¿Sale ileso el poema, el poeta, la lengua o el lenguaje, y sobre todo, la aséptica preceptiva de los géneros?
—Creo que el texto, la lengua y el autor se transforman a sí mismos en la escritura y la lectura, a la vez que transforman al lector. Este texto está escrito a contrapelo de los géneros literarios convencionales. Ni poema, ni cuento, ni novela, es todos a la vez, a pesar de y contra las preceptivas. Este texto funda su propio género.
—¿Y el lector, acaso deba despojarse de alguna vestidura o tara original?
—Este libro debe ser leído desde el cuerpo desnudo, con cada poro, cada pliegue de la piel. La voz, entonces, se hace carne, carne trémula. Leer este libro es, de alguna manera, intentar poseer el cuerpo de la Bella Pagana, que está hecho de esa materia blanda de los sueños, de aire, deseo.
—¿Y el rotito de Barthes y los matices de Verlaine, cómo se multiplican en los viñedos y mandarinares de las tardes de la estepa?
—Perdona que me cite tanto a mí mismo —pero ésa, supongo, podría ser una definición del estilo, cuando uno se cita a sí mismo—. Pero con respecto al erotismo a través del rotito en la tela al cual se refiere Roland Barthes, en uno de los poemas del libro se puede leer lo siguiente: "Y no quieren ser estas notas/garabatos ni ovejas/ni versos ni poema en la noche pensativa,/porque ya se habrán transfigurado en algo más:/el destello de tu carne que el guante roto revela,/¡oh tú, Pagana mía!". En la carne expuesta a través del rotito encuentra el Poeta el erotismo y el poema como inminentes revelaciones.
Por su parte, Paul Verlaine, en su "Arte poética", —y gracias por darme a conocer estos versos— expresa: "Así, el Matiz siempre busquemos./¡Siempre matices, el Color nunca!/Con los matices juntar podemos/sueños con sueños, música y música." El hecho estético como revelación que no llega a manifestarse (Borges) se encuentra precisamente en los matices, en la insinuación. Nunca "decir", sólo "sugerir". A través de las ochenta páginas del libro, el Poeta y el Pintor deambulan por la vasta estepa solitaria en busca de esos matices y sugerencias la estética que exprese su amor por la Bella Pagana.
—¿Dónde empiezan y donde acaban sentimiento y conocimiento en las costas de la carne húmeda, encendida, deseada y deseante?
—No existe oposición entre sentimiento y conocimiento, como se ha querido ver tradicionalmente. El amor es conocimiento. Sólo se llega a conocer lo que se ama. Los silogismos están inscritos en la piel de la Bella Pagana. Para tratar de ganar su cuerpo, el lector debe ser domador de palabras. A su empírica belleza el Poeta propone, entonces, una epistemología del amor. "El amor es conocimiento. Te conozco porque te amo. Te conozco en la piel. Te conozco en los besos, las caricias. Y como en el vino o la poesía, en ti he encontrado mi verdad", le dice el Poeta a la Bella Pagana.
—¿Y el académico y el gozón, dónde comulgan y se desencuentran?
—Como siameses irreconciliables, con dos cabezas y dos corazones distintos, los dos Fernandos discuten y luchan hasta el amanecer en la prosa o el verso. Uno agoniza, en el aula, en la solemne conferencia y en incesantes aburridas reuniones del claustro, mientras el otro se va a los bares a beber grandes tragos de tafiá y a fumar cigarros de las islas y a escribir versos tristes en pedazos de servilletas. Uno se va de viaje mientras el otro se queda. Uno desea lo que el otro tiene; y cuando lo consigue no se conforma, en el presente o el pasado, del aquí/entonces, del allá/ahora. Sólo en la poesía —prosa o verso— logran reconciliarse los dos.
—¿Y entre el Paraíso y el Infierno occidentales?
—El tan anhelado Paraíso puede ser también un infierno. Para el poeta y el pintor, la búsqueda de la felicidad a través del amor es un síntoma, pero un síntoma que es gozo al mismo tiempo: Croce e delizia al cor, como canta Violeta en La Traviata.
La Bella Pagana es el Paraíso: "¿Quién que no haya sospechado al final de tus muslos el Paraíso..."; y es también el Infierno: "Si algún día pudiera deshacer el malentendido de/ nuestro amor —porque el amor no es más que un/malentendido— me comería todas las frutas del/Paraíso con tal de salvarme en su cuerpo".
En Rituales de la Bella Pagana, la frontera entre Paraíso e Infierno es muy frágil.
—¿Es la bella pagana la cosa en sí o la cosa para sí?
—La Bella Pagana es la "cosa en sí", es la belleza, el conocimiento, el deseo, por tanto, inasible y misteriosa. Sólo podemos tener una premonición de lo que ella es. De ahí que el Filósofo, el Poeta y el Pintor se afanen en representarla, traten de asirla constantemente. La Bella Pagana siempre se escapa; nunca será la "cosa para nosotros".
—¿Y Fernando Espejo, se pinta, se piensa, se escribe o se refleja en las aguas del olvido o del deseo?
—Como ante un autorretrato, Fernando Espejo se piensa y se escribe en "las aguas del deseo" —para citarte—, pero no vive la vida. Como el Viejo Filósofo, piensa que "debería llorar en una escala pentatónica su incapacidad de poder comerse la naranja, de creer en Dios, compadecerse del mendigo o de amar a esa Joven Pagana de piel broncínea".
—Y para concluir, tres koanes de este pupilo de lector perdido en un arpegio de temblores y de asombros ante el ardid de una pantera que se queda, habitando en el recuerdo y en las manos, llena de música: ¿Cuál es la esencia del deseo? ¿Qué es el poema? ¿Por qué escribe, pinta o existe el poeta, el pintor y el filósofo?
—El deseo no tiene esencia, es fundador e infinito y como tal inasible, en la voz y la mirada. Todo deseo nace de una carencia. Cuando crees haber logrado satisfacer un deseo ya estás deseando de nuevo. Asimismo, el poema es deseo concretizado en palabras, por lo tanto carencia. El Poeta, el Filósofo y el Pintor están condenados a repetir sus deseos en sus obras, a causa de una carencia, pero sin llegar a alcanzar la justa medida. Creo con Lacan que los tres, cuando aman, piensan, escriben o pintan dan lo que no tienen, lo que les falta.
Fernando Valerio-Holguín Básico
La Vega, RD 1956. Poeta, narrador, ensayista y docente universitario. Estudió literatura latinoamericana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo y se doctoró en la Universidad de Tulane. Actualmente, es profesor de literatura y cultura afrocaribeñas en Colorado State University. Ha publicado sus cuentemas, prosemas y ensayos en revistas, periódicos y antologías de la República Dominicana y del extranjero. Ha publicado: Viajantes insomnes (1983), Poética de la frialdad: La narrativa de Virgilio Piñera (1996), Arqueología de las sombras: La narrativa de Marcio Veloz Maggiolo (2000), Memorias del último cielo (2002), Autorretratos (2002), Café insomnia (2002), Las eras del viento (2006), Banalidad posmoderna: Ensayos sobre identidad cultural latinoamericana (2006) y Presencia de Trujillo en la narrativa contemporánea (2006). Los huéspedes del paraíso (2oo9) y Rituales de la Bella Pagana (2009).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haga sus comentarios por favor.