| Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real.
José Tobías Beato
mediaisla.com
Como es sabido, el primer gobierno dominicano elegido democráticamente, luego de los treinta y un años de la férrea dictadura de Rafael Trujillo, fue derrocado tras apenas siete meses de ejercicio. Juan Bosch pretendió gobernar con independencia política y de criterio, en una época en que los imperios eliminaban las gradaciones de colores, exigiendo que el mundo fuera blanco o negro y punto. Quiso comprar y venderle a todo el mundo, respetar la ideología de cada uno, hacer laica la enseñanza, gobernar con transparencia y honradez, por lo que fue declarado un peligro por los truhanes. La acusación, la de la época: comunista. Cometió algunos errores tácticos y de tacto, que evidenciaban que se estaba en presencia de un intelectual, más que de un estadista, que no es lo mismo, aunque estas actividades humanas tengan puntos tangenciales.
El 25 de septiembre de 1963, la naciente democracia dominicana se vistió de luto. Las esperanzas, pospuestas. John F. Kennedy se negó a reconocer el gobierno surgido como consecuencia del hecho, que fue un triunvirato. Pero el presidente norteamericano fue asesinado en Dallas en noviembre de ese mismo año. Asumió la dirección del estado, el vicepresidente Lyndon B. Johnson. Y éste, a los pocos días, decidió reestablecer plenas relaciones con el gobierno de facto dominicano. Envalentonados por ello, los golpistas apenas dos días antes de La Navidad, fusilaron cobardemente a Manuel Aurelio Tavárez Justo, ascendente líder de la clase media dominicana, que se había sublevado en Manaclas junto a quince guerrilleros más de su partido, el denominado 14 De Junio (bautizado así en honor de la invasión del 1959 contra Trujillo), como protesta contra el golpe de estado contra Bosch, y quien era, no obstante, su enemigo político. No es éste el momento apropiado para juzgar tal levantamiento. Pero lo que sucedió con él, contribuyó significativamente a elevar las pasiones.
Porque Tavárez Justo, conocido popularmente como Manolo, ingenuamente, se plegó a las supuestas garantías que el Triunvirato le ofreció de respetar su vida, en caso de rendirse. No hubo un solo militar herido, lo que confirma la versión de que hubo un acto de rendición y otro de fusilamiento. El señor Emilio de los Santos, quien presidía el Triunvirato, renunció como protesta ante el vil asesinato. Fue sustituido por un importante importador de vehículos que sacó amplios beneficios por el sacrificio (“Cuente los Austin,” rezaba el anuncio sobre los populares carros ingleses de su compañía).
El año 1964 abrió con el más alto presupuesto en la historia dominicana, hasta ese momento: RD$789, 170, 550.00; y como resultó deficitario, el gobierno de facto intentó la estabilización financiera con endeudamientos externos. Así, el 8 de agosto de ese año tomó 4 millones de dólares al AID; y millón y medio en diciembre. La cadena del endeudamiento externo continuó el 9 de febrero del 65 con un préstamo de diez millones; el 12 de abril, con otro de 5 millones. Al día siguiente, día 13, tomó otro de un millón doscientos mil dólares. El 22 de abril, cogió dos préstamos: uno de un millón trescientos mil, y otro por seis millones setecientos mil dólares.
Al tenor de sistemáticas crisis políticas y militares, el grupo inicial gobernante había renunciado, siendo sustituidos por antiguos ministros, a los que el pueblo seguía denominando como ‘el Triunvirato’, a pesar de no ser más que dos personas. Y éstos, buscando el apoyo de los jerarcas militares de entonces, concedieron a aquéllos privilegios increíbles. “El más escandaloso de dichos privilegios fue la autorización de establecer una cantina para vender de contrabando enormes cantidades de bienes de manufactura extranjera que llegaban al país en aviones de la Fuerza Aérea” (Moya Pons, Manual de Historia Dominicana, pág. 532, 11 ed., 1997).
Las protestas populares y las huelgas se sucedían las unas a las otras. Ahora bien, el 20 de abril del 64, sucede un hecho llamado a trascender años más tarde: la fundación del Partido Reformista. Cuando Trujillo fue ajusticiado el 30 de mayo de 1961, el Doctor Balaguer era presidente títere. El poder real lo ejercía Trujillo tras bastidores. De modo que muerto el tirano, Balaguer se convirtió en presidente real. Los meses que estuvo en el cargo, fueron aprovechados por éste para cimentar su prestigio político, conseguir adeptos dentro de los chóferes, campesinos, obreros y sectores profesionales. Para ello usó los cuantiosos fondos del otrora poderoso Partido Dominicano, el partido de Trujillo. En su discurso a la nación el día 17 de diciembre de ese año (1961) Balaguer se había atribuido “la tarea que no supo realizar la oposición: la de minar el régimen cuando aún no había desaparecido el poderío militar que sirvió de sostén a la dictadura, y de establecer las bases en que estamos hoy asentando el estado de derecho que ha de sustituir al régimen despótico que durante 31 años oprimió la conciencia dominicana…No hemos destruido un clan familiar para que la enorme fortuna que ese clan amasó con sangre del país vaya ahora a ser usufructuada por una oligarquía constituida por políticos ambiciosos y por familias pertenecientes a las clases acomodadas.”
Es decir que, luego de treinta años considerando a Trujillo “el Mesías de 1930” como le llamó en un discurso memorable; de estudios profundos sobre la historia dominicana en los que concluía que “gracias a Trujillo somos el pueblo más auténticamente igualitario que existe en el Continente americano”, para afirmar luego contundentemente: “La República Dominicana, en más de cuatro centurias de existencia, sólo ha contado con dos figuras excepcionales en la dirección de sus destinos supremos: Ovando en la era colonial, y Trujillo en la moderna” (J. Balaguer, La palabra encadenada, pág. 64 y 76, respectivamente), repentinamente este mismo cortesano, no sólo aparecía como contrario al régimen decapitado, sino que era el héroe que lo había minado y cogido al Minotauro trujillista por los cuernos. Algunos le creyeron eso años más tarde; otros muchos, sobornados, le hicieron coro a la comedia, que frecuentemente devino convertida en tragedia.
(Y esto es historia repetida: así se presentó, a sí mismo, Tomás Bobadilla y Briones en un discurso tan memorable como el de Balaguer, sólo que en el siglo XIX, como el hacedor de la patria, como el primero que dijo las sacrosantas palabras “Dios, patria y libertad”, el hombre que planeó y dirigió el 27 de febrero de 1844, que permitió la separación de los haitianos, tras precisamente haberle servido a éstos durante los años de su intervención dictatorial, desde muy encumbrados cargos. Repentinamente, él era patriota insigne, como quien dice, el padre de la patria. Y los que estaban allí, consintieron en ello con su silencio. Así Balaguer, quien incluso nunca usó mecanismos democráticos, a no ser que fuera forzado por las circunstancias, pues prefirió siempre gobernar “por dedo”. Sin embargo, ahora resulta que es justamente el padre de la democracia dominicana. Y todos callados, una vez más, por conveniencia transitoria).
Sin embargo, por ahora, forzado por la oligarquía antitrujillista y un sector de la pequeña burguesía que veía en Balaguer la continuación del trujillismo, tuvo que marchar al exilio, la noche del 7 de marzo de 1962. Pero el trabajo estaba hecho: en los primeros meses del año 1964 Balaguer recogió los primeros frutos: la creación del Partido Reformista que se uniría de inmediato, tangencialmente, al combate del régimen de facto que presidía el Triunvirato con el fin de derrocarlo. En poco tiempo Balaguer se convertiría —gracias a su indudable talento intelectual, parsimonia y al frío cálculo político cimentado en su conocimiento de los recovecos de la psicología de las masas y del hombre medio dominicano—, en la figura dominante de la política en la República Dominicana por el resto del siglo XX. Por otra parte, debe destacarse que bajo el régimen trujillista, el país era una auténtica isla: no se viajaba al extranjero salvo permiso especial. Las noticias internacionales eran filtradas y el mercado estaba orientado hacia el consumo de los productos que las fábricas o propiedades del tirano producían. Muerto Trujillo los dominicanos comenzaron a viajar, a estudiar en el extranjero otras carreras no tradicionales (medicina, ingeniería civil y arquitectura, derecho, contabilidad).
También viajaban las ideas. Llegaron al país filosofías existencialistas de todas las tendencias, especialmente las más radicales, las de Jean Paul Sartre y el novelista y ensayista Albert Camus. El neoescolasticismo de Jacques Maritain y su insistencia en la posibilidad de la cooperación cuando se persigue un bien común. Helder Cámera y su preocupación por los pobres a través de la Acción Católica. Simultáneamente penetraron las ideas renovadoras del Concilio Vaticano II que originaron múltiples tendencias. Por supuesto, se conoció el marxismo, en tres líneas principales: la cubana, pro-soviética y pro-china y en menor grado algunos pensadores independientes como Antonio Gramsci o Herbert Marcuse. La socialdemocracia, los neo-keynesianos, los pensadores argentinos como Romero, Ingenieros, Aníbal Ponce; los españoles, Ortega y Gasset, Unamuno, el autor teatral Alfonso Sastre, el anarquismo y el alemán Brecht. Los pensadores y políticos peruanos, Víctor Haya de la Torre, y “el amauta” José Carlos Mariátegui. El Psicoanálisis de Freud y Jung, la música de los Beatles y el jazz, el neorrealismo italiano y Benedetto Croce, la nueva literatura latinoamericana. En fin, que la República Dominicana se abrió al mundo. Aunque dentro de esa apertura se fugaron también jugosos capitales.
Al desaparecer la dictadura, el mercado interno —creado y ampliado al principio por las diversas industrias de Trujillo, pero mermado y cercado en los últimos años por éste mismo debido a su monopolio económico y a errores políticos graves, como el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Betancourt—, creció rápidamente, y los dominicanos empezaron a gustar de las bondades producidas por países más avanzados que el nuestro. Así, el hombre medio dominicano empezó a usar la leche en polvo, las ‘compotas’ para niños, las sopas enlatadas o en cubitos, jamones extranjeros, carnes y jugos enlatados; jabones, productos para la piel y el cabello, vinos y whiskeys, máquinas de escribir eléctricas, electrodomésticos, vehículos, etc.
Todo muy bueno; pero esos gustos, tenían y tienen un problema: ¡hay que pagarlos! Para hacer tal, se descansaba básicamente en tres pilares: en primer lugar, en una agricultura de subsistencia, con técnicas de producción anticuadas, o fundamentada en unos pocos productos: café, tabaco, cacao. En segundo lugar, el endeudamiento externo, como ya hemos visto más arriba someramente. El ahorro interno no se estimulaba ni en sueños. No se hacía una acera, si no era con un préstamo (cualquier semejanza con el presente siglo XXI es mera coincidencia). En tercer lugar, se descansaba esencialmente en la industria azucarera. Y producir azúcar, para decirlo con las palabras de quien fuera director del Listín Diario, el periódico más prestigioso de aquella época, don Rafael Herrera, “con su aire industrial, es fuente de atraso y dependencia económica para nuestro país”. Y cito a Herrera, porque nadie, a no ser un loco fanático, podrá acusarlo de radicalismo o de falta de rigor mental. Hacer del azúcar la columna vertebral de la economía fue una decisión trágica que aún tiene sus consecuencias negativas, hasta el punto de poner en riesgo la existencia misma de la nacionalidad dominicana. Pero es éste un tema tan complejo que vale la pena tratarlo en otra ocasión, amén de que nos alejaría profundamente del tema inicial.
Una vez más: los requerimientos de crecimiento en vías de comunicación, casas, edificios, industrias, obras de infraestructura en general no contaban con los debidos recursos, puesto que como país subdesarrollado nunca se apartó una porción de los mismos para dedicarlos al ahorro. Ni tampoco había un plan de desarrollo. Lo poco que podía ahorrarse, vamos a hablar claro, se lo robaba y roba un pequeño grupito, que desde esa época nadie señala. Esto es, que ese reducido número de personas que accedía a la cosa pública y observaba un comportamiento delincuencial, en lugar de ser estigmatizadas públicamente, tenían por lo contrario elevado reconocimiento social. Su prestigio era y es tal, que todos deseaban su amistad, y eventualmente, alguna borona de lo robado. Porque siempre se ha criticado no el que se robe, sino que se “coma solo”. Antes de la caída de la dictadura trujillista, Juan Bosch precisamente había profetizado dos cosas: que a la desaparición de Trujillo las masas se lanzarían sobre los bienes que el tirano había acumulado para sí y para sus familiares, cosa que sucedió como sabemos. Y lo segundo que, cuando fuera abatido dicho régimen, “los dominicanos debemos esperar en corto plazo la primera guerra social de nuestra historia” (J. Bosch, La Fortuna de Trujillo, pág. 51, cuarta edición 1997, Ed. Alfa y Omega). Pues bien, si a todo lo dicho más arriba, unimos la represión política, la falta de libertad, la miseria de la gran mayoría de la población, la rigidez social, la vuelta a los usos de privilegios de casta por parte de una minoría que se creía muy superior, cerrándole el ascenso social a los más humildes, a los “hijos de machepa”, para usar el vocabulario de Bosch en aquella época, al tiempo que las clases sociales eran de por sí embrionarias, tenemos en La Revolución de Abril de 1965, y tras la máscara de la restauración de la constitucionalidad perdida que fue su divisa inicial (la reposición del gobierno de Bosch), hay que ver en ella el inicio de esa larga batalla social que tras casi cincuenta años aún perdura, sin que se vislumbre ni remotamente el acceso a una sociedad más justa, armoniosa y desarrollada. [José Tobías Beato, dominicano, autor de La mariposa azul, 2002]
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