jueves, 4 de junio de 2009

Don Delillo: Apocalipsis al nivel de la calle


El tiempo comenzó a cambiar cuando los dueños de las corporaciones empezaron a recibir más respeto y consideración que los jefes de Estado.


Por Matilde Sánchez | © Clarín

Es una de las voces más brillantes de la novela posmoderna estadounidense, cuyas visiones lo emparentan con George Orwell, en un registro que conjuga el realismo con la ciencia ficción. Don DeLillo reflexiona aquí sobre Nueva York, la ciudad que lo hizo escritor, las limusinas, la velocidad y el dinero: "La tecnología nos ha vuelto maleables, inocentes y muy supersticiosos".

Caminar ahora por la zona del Ground Zero ya no sólo habla del 9/11. Ahora es además una metáfora —grotesca, por lo textual– del "derretimiento" de los mercados. El sitio participa como ningún otro de lo que el filósofo y urbanista francés Paul Virilio llamó el accidente global , la catástrofe local que se centuplica en lugares apartados en virtud de un relato colectivo ejemplarmente dominante. Crisis de crisis encadenadas a las que se suman ahora las narrativas de la alarma sanitaria, todo ello alimentado y producido por las cadenas de noticias, en tiempo real, las 24 horas. No es la vida estrictamente; es la realidad, mitad inevitable y mitad inducida, de las pantallas y pizarras electrónicas de Times Square. Ese es el universo DeLillo: el Apocalipsis "al nivel de la calle".

Nadie tuvo mayor antena que este escritor, nacido en el Bronx pero hoy vecino de Brooklyn, para narrar las corrientes que alientan en la multitud, ya se trate de una estampida ecológica o de la marea de fanáticos rumbo al superclásico de béisbol. Exploró todas las posibilidades del accidente, incluido el avatar de los mercados y encontró la forma y el lenguaje para representar las grandes avenidas del presente –y digo avenidas porque ningún otro autor norteamericano auscultó con tanta sutileza los devenires de la ciudad cosmopolita, un camafeo del mundo a escala, en este, el tiempo que Jacques Derrida llamó "modernidad tecnocapitalista".

El primer libro que lo dio a conocer en grande fue Ruido de fondo , con el que ganó el National Book Award en 1985. Allí una familia bien acolchada en el consumo y los paraísos suburbanos de pronto se ve lanzada al éxodo. Y en 1991 vino el premio Faulkner del Pen Club para la extraordinaria Mao II . Aunque tramos del Muro de Berlín todavía no habían sido demolidos, él había aislado en plena Guerra Fría los elementos "futuribles" del presente, en la mejor tradición visionaria de George Orwell. Varias novelas de DeLillo presentan a terroristas y conjurados internacionales: de hecho, la conspiración es la unidad mínima de la política. ¿Pero hasta qué punto puede seguir llamándose ficción a sus cuadros con presagios, en los que la televisión y la sociedad del espectáculo ya son parte de nuestra fisiología? Su obra, muy pronto emparentada con la de Thomas Pynchon (con quien se dice que juega al poker una vez por semana, aunque él lo desmiente), no parece nutrirse tanto de la tradición literaria de su país como de los titulares de los diarios, leídos con un ojo radiográfico. DeLillo es un marciano ante la caja boba. Los medios y la realidad que éstos construyen han sido, junto con la ciudad, su objeto de inspiración y espanto. Pero cuando se lo mencione a él va a negar que sus libros surjan de ensoñaciones futuristas a partir de los titulares –como sí le ocurre a Lauren Hartke, protagonista de Una artista del cuerpo –, sino de una gran cantidad de estímulos que no puede rastrear.

Después de Submundo , su gran obra coral, escribió novelas intimistas basadas en la precisión de los climas y un diálogo en hilachas; es decir, enfocó las consecuencias del "tecnocapitalismo" en la subjetividad. Es el caso de Una artista del cuerpo , Cosmópolis y El hombre del salto , y de cuatro obras teatrales representadas en diversos escenarios pero inéditas en castellano.

"Me convertí en escritor por el solo hecho de vivir en Nueva York y atender a las cosas buenas, prodigiosas y aterrorizantes que la ciudad logra ensamblar", explica. Prefiere enmascarar sus lecturas con un tono diminutivo que no llega a falsa modestia, con ese gesto de muchacho mayor nacido en el Bronx, hijo de inmigrantes italianos: todo en él es suave y a la vez callejero y el rostro sugiere a un ex rufián reencauzado, sin otra secuela que unas mejillas poceadas. Nuestra charla tuvo lugar en abril en las oficinas de la agente literaria que lo acompaña desde Americana , su primera novela.

—Impacta releer "Cosmópolis": Eric Packer, protagonista de la conectividad global, sostiene que el presente es cada vez más difícil de encontrar. Fue succionado para dejar lugar al "futuro de los mercados incontrolados y de un desmesurado potencial inversor". En su Nueva York aparece la ciudad mutiétnica en la que cabe el mundo, pero Packer se siente más en casa ante el goteo de cotizaciones bursátiles de Corea, Japón y Rusia. En el brillo hipnótico de la pantalla líquida ve "el resplandor del capital cibernético". En " Jugadores" , de 1977, el esposo se ve envuelto en un atentado contra la Bolsa de Comercio y su mujer trabaja en el WTC. El matrimonio contempla un avión acercándose demasiado a las Torres Gemelas: "Parece que fuera a chocar", observan. Su realismo es muy próximo a la ciencia ficción.

—Para mí la diferencia entre géneros es muy borrosa, en verdad. En Jugadores , el supuesto vaticinio no surge de una teoría previa sobre las finanzas sino de una experiencia al nivel de la calle. Yo tenía un amigo corredor de valores que se pasaba cada mañana en la Bolsa, estamos en los años 70. Yo tenía la idea de un personaje comisionista y él me llevó al piso, algo que hoy no sería posible. Aunque estuve allí apenas una hora, pude entender cómo funcionan la ansiedad, los nervios, la conmoción, la presión intensísima de la vida de los agentes entre las 9 y las 15. Lo sorprendente era lo irreal de toda la situación, los movimientos de gente real haciendo cosas que están más allá de mi entendimiento, su carácter de burbuja, su virtualidad. En la Bolsa no hay nada, ahí no está el dinero, es inmaterial, y sin embargo, gobierna el mundo. Esa visita fue crucial.

—Usted ha sido comparado con Ballard y Orwell por este carácter visionario; ¿cómo funciona el radar?

—Cada uno de mis libros llega primero como una visión tridimensional. La calle no siempre es la fuente. A veces tengo una idea, otras es una foto que me impacta, como en El hombre del salto , la foto del trabajador que sale de las torres con el portafolio cubierto de polvo. Es misterioso. De hecho, lo que me encanta de la ficción es este misterio: ¿De dónde diablos llegan las ideas? Siempre es difícil saber si uno tomó el camino correcto en la ficción. Claro que el camino correcto no existe, sobre todo si uno va por el comienzo.

—En "Los nombres", de 1982, se vislumbra que el mundo está por dar un giro drástico aunque aún no se vea adónde. Se trata de un texto de la Guerra Fría, con personajes de expatriados marcados por la paranoia y los oficios clandestinos.

—Lo escribí a fines de los 70. En mi vida y en eso que llama mi carácter visionario, fue importantísima la experiencia de emigrar por tres años a Grecia. Renovó por completo mi manera de hacer ficción y me convenció de la enorme relevancia de la literatura. Tendría que esforzarme mucho y más. El hecho de que estuviera en un país con otro idioma me hizo prestar mayor atención al mío.

—Alguna de sus novelas sugiere que usted se inspira en cierto residuo ficcional de las noticias, digamos, en el reflujo de un informativo tal como aparece en un sueño. ¿Fecharía en esa estadía griega la percepción de una globalidad que reptaba bajo la Guerra Fría?

—En Atenas tuve una gran perspectiva del terror político y religioso que nos rodeaba. Eran los años de la revolución en Irán y el Líbano estaba en guerra. Atenas estaba llena de refugiados de Beirut y había coches bomba y protestas antiamericanas a toda hora. Ahora que están dando Hunger , el filme notable de Steve McQueen, recordé que entonces las protestas por los militantes del IRA estaban a tope y la embajada norteamericana tenía pintadas con. "Liberen a Bobby Sands", el independentista irlandés que hizo la huelga de hambre. Todo ello fue a dar a Los nombres en base a entradas cotidianas que yo registraba casi como en un diario. Me hizo mucho más consciente de la disciplina que se necesita para crear una novela significativa. Sólo después llegó Libra , cuyo tema, el asesinato de J. F. Kennedy, un hecho de semejante magnitud histórica, me hizo sentir todo el peso de la responsabilidad. El escritor debería sentir siempre la exigencia de los antecedentes literarios. Si uno escribe en inglés, debe tener presentes a los maestros, nombres como James Joyce.

—¿Tuvo un llamado del compromiso?

—Sí y no... Libra : la empecé al enterarme de que Lee Harvey Oswald, el asesino del presidente Kennedy, vivió y creció en el Bronx, como yo y por los mismos años. Oswald vivía apenas a cinco cuadras de mi casa cuando él tenía 13 y yo 16. Eso me dio la sensación de estar sumergiéndome en un momento crucial de la historia de mi país. Nunca antes me había concebido como esa clase de escritor. Entonces volví a mi viejo barrio y a la casa del asesino de Kennedy. Supongo que eso sigue siendo el nivel de la calle...

—Las Torres Gemelas aparecen en pie en tres de sus novelas, antes de aparecer en ruinas en "El hombre del salto". Siempre son una instancia tétrica del circuito urbano.

—Es que las vi levantarse en el horizonte, con eso bastaba... Nunca fui optimista sobre el influjo de las Torres. Mi esposa y yo vivíamos en la calle 32 en ese momento, a casi treinta cuadras, y estábamos construyendo una terraza. No bien la construcción superó cierta altura, ya se podía apreciar que era un ejemplo de arquitectura catastrófica, tan descomunal y omnipresente. La única manera de que pudiéramos soportarlas era por su dualidad, una sola habría sido enloquecedora. Al menos siendo dos, se neutralizaban y suavizaban por su diálogo de luces en espejo.

—Volvamos a "Cosmópolis". Packer apuesta su fortuna contra el yen. Se publicó en 2003 y fue leída como un retrato de George Soros cuando perdió los dos mil millones apostando contra el rublo. Pero ahora se la lee como su novela sobre las Torres.

—¿Cuándo fue lo de Soros? No tenía ni idea, él no fue mi referente. ¿Sabe cómo surgió ese libro? Con la idea de hacer una novela sobre la pesadilla del tránsito entre el este y el oeste de Manhattan en un día laborable. En una de mis caminatas por la ciudad me encontré ante un nuevo edificio resplandeciente en la 47 y la Primera avenida. Me dije, "Podría ser la vivienda de un multimillonario". La segunda cuestión: a comienzos del 2000 era el delirio de las limusinas blancas. Me dije, "¿Qué pasa, qué hace esta gente en estos ridículos autos descomunales, un pasajero y un conductor en un espacio de diez metros de largo que no deja sitio a nadie? Entonces imaginé a un tipo brutal y al mismo tiempo capaz de conmoverse con la buena poesía –seguramente porque mi librería favorita, el Gotham Book Mar t, que fue devorada por la expansión inmobiliaria, quedaba justo en la 47. Hay más que eso, claro, pero quiero decir que así surgió. La estructura nunca está allí al comienzo, es una construcción lenta.

—Allí aparece otro de sus temas, la exploración de una sexualidad muy maquinal, propia de la era de la hiperconexión, ¡casi una pornografía de videojuego! Packer se mueve en altas esferas inmateriales pero coge como un robot en la limo, en un callejón, en una toma de desnudo masivo que evoca una producción de Spencer Tunnick.

—Sexo, tiempo y dinero, ¿eh? Llegué a inventar una teoría... Usted conoce el dicho, el tiempo es dinero. Cosmópolis refleja la descomunal importancia que el dinero cobró por estos años, hasta cambiar nuestra percepción del tiempo. El tiempo empezó a pasar más rápido al comienzo del siglo XXI. Eso se vuelve literal en el libro, cuando el personaje ve en su televisor de la limo cosas que aún no han sucedido. El tiempo rebasó sus límites convencionales. Esto es posible porque el mundo occidental tiene esta fijación obsesiva.

—¿Cree que el dinero, y no la tecnología, aceleró el tiempo ?

—Ambas cosas van juntas, desde luego. Fecharía el cambio de nuestra percepción temporal en los primeros años del presente siglo pero no en el comienzo. Esto fue evidente para mí cuando los dueños de las corporaciones empezaron a recibir más respeto y consideración que los jefes de Estado. Packer está viendo pasar toda su vida en un día, por eso todo es tan intenso, incluso el sexo. Por un lado, él da el sexo por sentado, es algo que se debe hacer; pero por el otro, sexo y dinero son las únicas cosas que lo hacen respirar. Por eso el sexo tiene una cualidad tan tecno; Eric le pide a su guardaespaldas que le dispare con una arma de utilería, para experimentar, cuando jamás le pediría que lo apuñale; no es tecno, la sangre lo espanta.

—Después de "Submundo", usted narró relaciones de intimidad y encierro con unos pocos personajes, algunos en soliloquio. ¿Cómo se vuelve a escribir después de una obra así?

—Como se vuelve siempre... En mi caso con una idea: una pareja tomando el desayuno a la mañana, la forma en que se mueven en el espacio familiar, la clase de conversación abreviada de quienes se conocen bien. Con Una artista del cuerpo empecé a interesarme mucho en el tiempo. Es tan difícil escribir sobre el tiempo. En esa novela, el Sr. Tuttle anda en busca de una dimensión del tiempo que no es la nuestra. Algunos lo interpretan erróneamente como fruto de la imaginación de la protagonista pero para mí no lo es. Tuttle es de lo más real, sólo que vive en una dimensión fuera de las que nosotros consensuamos como realidad. Tuttle ve todo el tiempo lo que va a ocurrir porque él vive allí, sin pasado, presente ni futuro; y esa es su enfermedad congénita. Fue Einstein quien observó que el tiempo es una ficción; nos reinventamos el tiempo cada mañana para conservar la cordura.

—¿Y el espacio? Usted y yo podemos hablar sin saber en qué punto nos encontramos. La presencia del otro ya no es fehaciente. Hoy día somos ubicuos por primera vez en la historia. Podemos ser personajes de Philip Dick.

—Especialmente si uno vive en la ciudad, la tecnología vuelve el tiempo más intenso y, sobre todo, inmediato. Es cierto que el espacio también se ha vuelto ficcional. Los relojes digitales separaron el tiempo del espacio. En el reloj de números, la distancia de la aguja relacionaba el tiempo restante para una cita con un tramo material, el que espacio que le faltaba recorrer en el cuadrante. De algún modo, uno encajaba las actividades de modo imaginario allí. Ahora el espacio a recorrer, el tiempo que falta transcurrir ya no está en el instrumento. Es numérico y por lo tanto, virtual.

—"Una artista del cuerpo" no les gustó a los críticos de su país. La consideraron europeizante.

—Creo que esa no la entendieron... En cambio, en Europa motiva adaptaciones para danza, ópera, lo que se le ocurra. No podría decirle por qué me dediqué a los individuos. Pero en todos esos libros, sabía que tendrían pocos personajes y que serían pequeños.

—Aunque usted había trabajado el tema, "Submundo" es su novela sobre la Guerra Fría.

—Esa sí que surgió de los titulares... En 1951 hubo un histórico partido de béisbol entre los Dogers y los Giants. Cuarenta años después, a raíz del aniversario, volví a recordarlo, yo sentía la picazón misteriosa de que podía llegar a escribir sobre él. Fui a la biblioteca y encontré que en la edición del día posterior, el 4 de octubre, el New York Times había hecho su tapa con dos titulares que competían en idéntico número de líneas, uno, el partido, el otro, la noticia de que los soviéticos habían detonado una bomba atómica en Kazhajstán. La simultaneidad me golpeó. Me lanzó estilo apóstol, "Ve a predicar por el mundo ..." Así fue como me embarqué durante cinco años en esa novela gigantesca. Y por eso la Guerra Fría se convierte en algo tan significativo para el libro, por la detonación. En cambio, Mao II surgió de la foto de un casamiento colectivo de la secta Moon en Corea. La vi y me inquietó, ¿qué diablos hacen todos estos chiflados juntos? Parecían un batallón, salvo que se estaban casando. No eran soldados, eran seiscientos novios.

—En sus libros, la identidad del otro, con sus creencias y valores, suele ser una variable de la seguridad urbana, se trate de un terrorista o de un chofer inofensivo. ¿Cómo recibe el regreso de la religión como razón política en el mundo entero?

—Bueno, ese otro mundo se siente amenazado por nuestro credo científico; consideran sobre todo que nuestra velocidad contemporánea y los derechos de la mujer ponen su mundo en peligro. Tomemos por ejemplo la clase de religiosidad de los terroristas en el 9/11; el personaje de Hamad, en El hombre del salto , está convencido de que la muerte es más fuerte que la vida y eso lo tiñe todo. Por otro lado, es cierto que cuesta creer y explicarse cómo persiste el fundamentalismo en casa, al punto de negar el darwinismo. La novedad es que algunos autores realmente ilustrados ahora alumbraron este concepto del Diseño Inteligente, a fin de terciar entre esos mundos tan contrapuestos. Usted debe tener en cuenta que los Estados Unidos es un país enorme y sus partes avanzan en eterna reacomodación. A los que llevan varias generaciones en este suelo se sumó la inmigración europea y ahora la asiática; ese cóctel continúa con nuevos ingredientes. Pero claro, hay sectores que no tienen ganas de readaptarse.

—¿Ve un futuro para los libros bajo la nueva velocidad?

—Tiendo a creer que la literatura trasciende su momento histórico. En cada buen libro hay fragmentos que serán muy significativos para el lector dentro de 30 años. Quien sabe cómo será el mundo en 50 años, quién sabe si habrá lectores... Es más imprevisible de lo que uno imagina. En mi juventud la tendencia general era estudiar en una escuela de cine. Ahora, con la crisis, ¡todos los jóvenes quieren estudiar derecho! Quién lo hubiese dicho, en mi época era lo menos cool del mundo.

—Una de las grandes originalidades de su narrativa es el tratamiento del diálogo, de un realismo lacónico y con un montaje veloz. Y lleva ya escritas cuatro obras de teatro. ¿Cómo es pasar de la novela a la dramaturgia?

—Uff, creo que si no fuera novelista el teatro me resultaría insoportable pero es interesantísimo entrar en el espacio teatral y aprovechar el intercambio. En los ensayos al principio uno se fastidia porque los actores no han leído la obra de uno y uno cree que están arruinando todo. Pero después ellos se reacomodan. Y además es disparatado ver cómo en una función el público se mata de risa y en la siguiente no se oye una mosca, es misterioso. Todas mis experiencias con el teatro han sido muy buenas.

—Ninguno de sus libros fue llevado al cine, algo insólito porque son muy cinematográficos.

—Bueno, piénselo de otro modo; quizá he sido afortunado... Siempre hay interés pero en todos los casos quienes se entusiasman son directores independientes, que no consiguen fondos para hacer producciones costosas. En cambio siempre hay pedidos europeos para convertir Una artista ... en danza o en ópera.

—"Libra" : la historia y la política aparecen como "la suma de todas las cosas que no nos dicen"; es decir, patrañas, una fabricación. En los últimos años la política de su país parecía moverse ya no en la paranoia sino en una lógica criminal casi obscena. Pienso en el nacionalismo beligerante de estos años y también en ese tipo de sadismo que se vio en las imágenes de Abu Graib; tortura con los códigos del porno hardcore.

—La gente quiso creer que una política de fuerza como la de Bush la pondría a salvo de otro ataque como el de las Torres. A la gente no le molestó el ataque a Afganistán de 2003, lo justificaron. Pero la invasión de Irak fue otro asunto. El público no quería protestar, había una necesidad de creer en el gobierno olvidando por completo que fue esa misma gestión, sus agencias de inteligencia y sus viejos personajes de la Guerra Fría, los que permitieron que el ataque del 9/11 ocurriera. Tal era la atmósfera que llevó a su reelección en 2004, tan enigmática para el resto del mundo. Entretanto, en el intento de protegernos, emplearon la tortura y abominaron de nuestra Constitución en sus maniobras. No hay que descartar que esas prácticas lleven a juicios políticos.

—En "Ruido de fondo" usted lo observa en un diálogo: la tecnología es un factor de domesticación y de conformismo. Luego estalla el accidente de seguridad industrial. "Nos hemos vuelto muy maleables", leemos.

—Es que ante la aptitud tecnológica nos volvemos inocentes como niños y muy supersticiosos. Cada invento tecnológico se convierte retrospectivamente en lo que necesitábamos con desesperación. En ese sentido nos hace perder autonomía de maniobra, nos atrofia en modos que no podemos advertir conscientemente. La gente que vive con un celular en el bolsillo, al nivel más sencillo, ya no sabe desempeñarse sin él. Yo no uso celular, ni procesador; escribo con una máquina de tipos muy grandes que me permiten ver la cualidad gráfica, el valor de las letras y su patrón en la página. Otra de las lecciones de Grecia, apreciar el alfabeto en su valor escultórico.

—Usted no tiene asesinos seriales sino homicidas muy dedicados, al estilo Oswald o el Benno Levin –¿Bin Laden?– que mata a Packer. Los seriales ya parecen cosa del pasado. Hoy es el tiempo de los jóvenes asesinos múltiples al voleo: ¿serán ellos el nuevo fenómeno "futurible"?

—Ah, culpa de la tecnología, ya lo ve... (risas). Muy sencillo, la juventud está muy holgazana; a estos asesinos les da pereza contar...

DeLillo Básico

Nueva York, 1936. Escritor

Hijo de inmigrantes italianos y nacido en 1936 en el Bronx, Don DeLillo desarrolló su afinidad por el jazz y el cine (dijo que el cineasta suizo Jean-Luc Godard fue de sus mayores influencias) antes de lanzarse a la literatura. A su primera novela, Americana, le seguirían las obras que le dieron su lugar central en la literatura del cierre del siglo XX, como cronista exquisito del terror de la Guerra Fría: Ruido de fondo (1985), Libra (1988) y Mao II, (1991), hasta la ambiciosa y polifónica Submundo. Varias de sus novelas se centran en algún personaje de la cultura pop, como el jugador de fútbol en End Zone, y un rockero paranoico en Great Jones St.. Su narrativa a menudo parte de los códigos de género para quebrarlos y expandirlos.
[giecoleon]

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga sus comentarios por favor.