lunes, 1 de junio de 2009

El día de todos, la verdad detrás de las apariencias


El conocimiento es la única moral de la novela. \Milan Kundera


Por René Rodríguez Soriano | © mediaIsla

La única razón de ser de una novela —dice Kundera que repetía Broch constantemente— es descubrir lo que sólo una novela puede descubrir. Lo demás es bulto o puro tremendismo mercantil. Desde el principio de los días, haitianos y dominicanos malcomparten un trozo de tierra que, tanto a unos como a otros, les ha costado mares y mares de sangre. De uno y otro lado, viandantes, farfulleros, prelados e indignatarios, trafican y defecan sobre los más sagrados intereses de ambas patrias. La historia, los historiadores y sus consortes con muy mala letra amasan una historia que, por más lodo e inquina que le insuflen, jamás será tan sólo en blanco y negro.

Si algo puntual nos enseñó Cervantes fue a comprender el mundo en su más controvertida ambigüedad, con el montón de verdades relativas que se contradicen en la sabiduría de lo incierto. Lecciones que aprendió Juan Carlos Mieses al dejar que en El día de todos (Alfaguara, 2009), sus personajes fueran de un lado a otro de la isla, con sus creencias, sus miserias y sus miedos. Nadie puede escapar a ninguna parte, la isla es una sola. Ni el poder militar ni el fervor religioso podrán jamás torcer la historia que se cuenta desde adentro, con todas sus aristas; nos la cuenta una niña, nos la cuenta el paisaje mustio y pisoteado por los pies descalzos. Luego de una vertiginosa lectura de las 168 páginas de El día de todos, brotan las preguntas. Nadie mejor que el propio Juan Carlos Mieses para mostrarnos algunas de las claves de su escritura, de sus preocupaciones.

—¿Por qué El día de todos?

—El concepto es uno de los elementos generadores de la trama. Como novela, una vez cumplidas sus misiones primarias, El día de todos pretende ser menos el reflejo de una realidad que una invitación a la reflexión sobre nuestro destino común. Entiendo la importancia de la pregunta, pero mientras escribo un libro me preocupa sobre todo el cómo. Habrás notado que Tit' Karine, que tiene una función de Corifeo, murmura la frase en la última línea, lo que nos reenvía al título y a un debate que comenzó hace siglos y que todavía no se cierra: el cuestión de la convivencia —a compartición sería la palabra precisa si se me permitiera el neologismo— de dos pueblos en una misma isla.

—Hasta el momento, prácticamente tu obra ha estado centrada en la poesía. Tu poesía, desde principios de la década del 80 ha merecido importantes galardones, tanto en tu propio país como en el área del Caribe. La misma, indefectiblemente ha estado muy marcada por la historia dominicana, sobre todo el descubrimiento, la colonización y la fundación de la ciudad de Santo Domingo, ¿qué te hace nadar ahora en las turbias aguas las controvertidas relaciones entre haitianos y dominicanos, dos países tan geográficamente cercanos y tan afectivamente distanciados?

—Ya que hablas de nadar a veces hay que lanzarse al agua como tú mismo hiciste al escribir: "mi pueblo está dormido, hundido, confundido, engañado, maltratado, alienado." Las primeras imágenes que embrujaron mi imaginación e impulsaron la escritura del libro requerían descripciones y narradores que me llevaron naturalmente a la novela. Sabes, como yo, que llega un momento en que las herramientas de la poesía no se adaptan al proyecto que quieres realizar o a la manera como lo quieres presentar, que a veces los planes se vuelven muy complejos y nos obligan a buscar nuevas estructuras. No digo que he abandonado la poesía sino que por ahora busco otras formas de expresión; aun así creo sinceramente que el poeta sobrevive en toda circunstancia.

—Sé que tienes mucho tiempo residiendo fuera de República Dominicana y que, en cierto modo, te mantienes un poco a distancia sobre el mundo literario dominicano y sus preocupaciones, sin embargo, por tus artículos y otros materiales, se advierte que te mantienes actualizado sobre los grandes debates nacionales, ¿Qué lectura esperas que tenga esta novela de uno y otro lado de la isla?

—Una vez un libro sale a la luz deja de ser nuestro y pasa a pertenecer al público. El autor se convierte en un lector más, aunque se sienta unido a él por lazos sentimentales. Un libro es como un hijo que se va solo por los caminos del mundo a enfrentar su propio destino. Como autor es normal que uno espere generar algún debate en torno a los temas que uno considera importantes, pero hay que estar preparado para el rechazo, para la crítica aunque nos parezca negativa o injustificada o simplemente para la indiferencia. No está en nuestro poder, afortunadamente, decidir la reacción de los lectores; ese sería el fin de la literatura y del arte.

—En la parte oriental de la isla, República Dominicana, se debaten más varias posiciones frente a la coexistencia de dos naciones sobre la isla Hispaniola, ¿hacia cuál de ellas se orienta El día de todos?

—Traté de no tomar posición, pues empañaría la relación de respeto y de comprensión que como autor le debo a mis personajes. Escribir una novela no es un asunto de expresión y de posicionamiento personal; creo que el autor tiene una obligación insoslayable con la obra en sí independientemente de sus sensibilidades políticas o de sus simpatías ideológicas. Nietzsche afirmó una vez que en cualquier página de un libro podemos encontrar un pedazo de autobiografía. Quizá tenga razón y sea inevitable que en nuestros textos trasluzca —aunque no sea esa nuestra intención— una parte de nuestras ideas y de nuestros sentimientos.

—Tu historia, tus personajes y sus miedos y obsesiones se mueven de un lado a otro de la isla, poniendo de manifiesto, sobre todo, la miseria, la barbarie y la desigualdad social entre los seres que pueblan esa tan variada y estrecha geografía, ¿no refuerza esto la eterna acusación de organismos internacionales de que en el lado oriental existe una marcada discriminación y explotación por los naturales de la parte occidental de la isla?

—Si algo nos debe preocupar no es que alguien use la novela como referencia para ilustrar alguna tesis sino que existan en nuestra cotidianidad condiciones de vida de miseria, de barbarie y de desigualdad social que justifiquen un sentimiento de indignación. Pero a cada uno sus responsabilidades. Un escritor no puede practicar la autocensura —la forma más solapada y cobarde del silencio— por miedo a posibles interpretaciones. Si mis personajes ponen de manifiesto lo que dices es porque ese es el medio en donde ellos y a la vez millones de ser humanos verdaderos viven y mueren cada día. Quizás no esté de más repetir las palabras de Brecht, "soy un autor dramático, muestro lo que he visto y he visto mercados de hombres en donde se comercia con el hombre. Eso es lo que yo, autor dramático, muestro".

—El rol que juegan tanto la Iglesia Católica como las Fuerzas Armadas Dominicanas, claramente representadas por importantes representantes de ambas instituciones en la novela pone de manifiesto el papel que históricamente han jugado la una y la otra en la solución o agudización del problema domínico-haitiano, ¿y la magia, la religiosidad popular y las creencias de ambos pueblos, qué rol desempeñan?

—Como bien señalas algunos personajes y algunos aspectos del libro tienen un valor altamente simbólico. Las fuerzas armadas y la Iglesia Católica representan formas identificables del poder. La magia y las creencias en de todo tipo son elementos a la vez translúcidos e indispensables, como el aire a través del cual contemplamos un paisaje. Las diferentes voces de los dioses, las campanas y los tambores, ofrecen una tal riqueza narrativa que resulta difícil no utilizarlos, aparte de que cumplen un papel de diferenciación muy sugerente.

—Tanto tu novela El día de todos, como La breve y maravillosa vida de Óscar Wao de Junot Díaz —ambos textos de autores dominicanos residentes en el exterior— ponen de manifiesto la brutalidad y los abominables métodos de tortura y chantaje con los que actúan las fuerzas militares y policiales del país, y sobre todo, la aparente aprobación o desentendimiento del Estado y la propia sociedad dominicana, ¿crees que, por el propio hecho del autor no depender directamente de los sectores públicos o privados del país, tiene mayor apertura o libertad para cuestionar o enfrentar ciertos estamentos de poder político, militar o económico?

—Pienso que el artista que no es libre está perdido. La libertad, no solo frente a los demás, sino frente a sus propios demonios como la vanidad, la soberbia, el afán de lucro o su preeminencia social. La libertad y la independencia de criterios son indispensables para crear un espacio de creatividad. Un escritor se las debe arreglar para mantener una distancia saludable entre las tentaciones del presente y su deber hacia sí mismo y hacia sus propias verdades, pero creo que si respetas el hombre libre que vive dentro de ti nada ni nadie podrá impedirte realizar tu obra sin importar donde vivas o lo que hagas como pasó con Omar Khayyam, Rubén Darío, Juan Ruiz o Moliere.

—¿Cómo se ve, desde fuera, la tierra de uno?

—Como uno ve, desde la lejanía del tiempo, al niño que fuimos una vez. Uno contempla esa criatura que corre descalza por los senderos de su pequeño mundo sin preocuparse por un futuro que parece irreal o por un mundo que entonces luce tan lejano e inalcanzable. Nos damos cuenta de nuestros defectos y descubrimos que también son nuestras virtudes; nos apena nuestra vulnerabilidad y descubrimos en ella el signo de una extrañable riqueza de amor y de fraternidad. La nostalgia no es un mito romano, dije una vez en mi Flagellum Dei y creí hablar del rey de los Hunos. Ahora sospecho que quizá hablaba de mí mismo.

—¿Qué escribes, cuáles proyectos tienes en carpeta? ¿Tienes planes de residir en República Dominicana en el futuro?

—Tengo tantos planes que me asusta la posibilidad de no tener tiempo de llevarlos a buen término. Por el momento estoy trabando otro texto de novela. Nunca he planificado un libro de poesía, pero no me asombraría si un día me levanto y comienzo a escribir uno. He conservado una casa en Santo Domingo y es muy probable que regrese a mi país este año; esta vez para quedarme.

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