jueves, 27 de agosto de 2009

Pobre universo erótico


Los donjuanes descritos por Vitaliano Brancati son ciegos a las necesidades del otro. La compilación de las tres novelas del autor italiano en Tríptico siciliano crea un fresco del machismo y la seducción en una narración de gran valor estético.


Por ALBERTO MANGUEL | © Babelia

Vitaliano Brancati no se parece a ningún otro escritor italiano del siglo veinte. Las meditaciones eróticas de Alberto Moravia, el verismo de Giovanni Verga, el neorrealismo de Elio Vittorini y Vasco Pratolini, se asocian a su obra, pero superficialmente, porque, en última instancia, las novelas de Brancati no son, no intentan ser documentales. Sobre todo, sus obras mayores -estas tres estupendas novelas que Lumen ha tenido la inteligencia de recoger bajo una sola cubierta, en fluidas traducciones, para el público español- son todo lo contrario de una visión severamente objetiva de la realidad social. Bajo la apariencia de una narración costumbrista, con elementos que el sueño toma del mundo real, Brancati construye una suerte de monumental fantasía masculina: el universo visto por un Adán a quien Dios le ha dicho que es rey de la creación y la mujer fabricada de su costilla, algo raro y perverso, y por tanto implacablemente atractivo e inalcanzable. Nadie como Brancati ha mostrado cómo, en la anquilosada sociedad patriarcal (en este caso siciliana, pero el ejemplo es universal), el mundo se divide no tanto en clases sociales como en sexos: por un lado, los hombres, fuertes, sufridos y severos, que han decidido que el trabajo masculino es el único duro y auténtico, su vocabulario fidedigno, sus leyes y reglas las solas válidas; por otro, las mujeres, tachadas de débiles, veleidosas y traicioneras, y en consecuencia dedicadas a trabajos livianos que sólo a ellas les parecen pesados, dueñas de una lengua chismosa, embustera, fantasiosa, con sus códigos supersticiosos y promesas nunca cumplidas. La caricatural frase de los machos italianos "Todas las mujeres son putas, salvo mi madre, que es una santa" sirve de trasfondo a la visión soñada por los héroes donjuanescos de Brancati, visión que, por ser insostenible, acaba por derrumbarse sobre los mismos soñadores.

Ensayista, hombre de teatro, autor de guiones de cine y, sobre todo, novelista, Brancati empezó escribiendo ficciones de ideología fascista, que descartó muy pronto para explorar en cambio las nefastas raíces de esa ideología en su Sicilia natal. Es tradicional asociar el fascismo a la mitología machista, al gobierno de la fuerza, al desprecio de la cultura vista como calidad femenina y por tanto deleznable; Brancati lo asoció también a la frustración sexual de su sociedad, a un erotismo sin pareja, o en el cual la pareja sólo existe como fantasía, o como objeto servicial sin juicio ni sentimientos. El deseo singular de los donjuanes de Brancati -Giovanni Percolla en Don Giovanni en Sicilia, Antonio Magnano en El bello Antonio, Paolo Castorioni en Los placeres de Paolo- nace de una definición de la masculinidad que no tolera la igualdad entre hombres y mujeres. Como representante de su sexo, Don Juan debe negar a la mujer la calidad de persona; como individuo masculino, debe mostrarse más fuerte que los otros hombres, más atractivo, más astuto. No es casual que el protagonista de Los placeres de Paolo -obra incompleta, publicada póstumamente, que en italiano lleva el título brutal de Paolo il caldo (Paolo el caliente)- esté leyendo Las confesiones de San Agustín, soslayada apología de la superioridad del deseo erótico masculino.

Para Albert Camus, en El mito de Sísifo, Don Juan es la encarnación misma del deseo que a su vez produce deseo. Si Camus hubiese conocido los donjuanes de Brancati, habría podido agregar que ambos deseos (el encarnado, el provocado) no quieren sino satisfacerse a sí mismos, son ciegos a las necesidades del otro. En ese sentido, el deseo de estos héroes donjuanescos es lo opuesto al deseo compartido, es la negación del diálogo erótico. Es un deseo estéril que nunca se resuelve, ni aun cuando llega al acto físico: allí se apaga. Es por eso por lo que los donjuanes de Brancati se expresan casi tan sólo en monólogos, o en introvertidos diálogos que son en realidad monólogos. En su vida cotidiana, los rodean otros hombres -hermanos, padres, amigos- y toda clase de mujeres -madres, hermanas, desconocidas y vecinas-, pero con ninguno se establece un intercambio, una relación mutuamente amorosa. Las excusas que dan estos galanes son de una cómica banalidad. Giovanni Percolla, por ejemplo, en Don Giovanni en Sicilia, se opone a la idea de casarse porque teme que la presencia constante de una mujer en su casa le resulte insoportable. "La idea de tener que dormir todas las noches con una mujer le daba fiebre, como la idea de tener que hacer el servicio militar al cincuentón que nunca fue soldado. Se imaginaba que la mujer lo destaparía mientras fuera helaba, subiéndose las mantas a la cabeza... ¿Y cómo rascarse nerviosa y agradablemente la oreja durante el sueño?". Para el narrador siciliano de Los placeres de Paolo, la ausencia de deseo erótico (ausencia imaginaria) es presentida como un alivio. "En mi isla", dice, "pronunciar la palabra castidad

... es como pronunciar la palabra lluvia en el desierto abrasador". El bello Antonio se arroja sobre una mucama cincuentona que lo ha mirado, la desnuda y la viola, y descubre que este brutal saciamiento de su propio deseo no ha sido más que un sueño (que el supuesto violador llama "hermoso"). En este mundo de constante deseo y sexualidad a flor de piel, nadie acaba haciendo el amor y nadie comparte con nadie el goce final.

De esta preocupación estéril nace una de las escenas más atrevidas y cómicas en la primera parte de Los placeres de Paolo. Un grupo de niños decide masturbarse delante del balcón de un anciano abogado. Brancati insiste: no son adolescentes, son niños de nueve años ("¡Y también de diez", agrega furioso el abogado que los ha visto y que quiere dispararles con su escopeta). En una sociedad en la que lo erótico no puede revelarse salvo a través de visillos y descuidos, los niños en quienes la sexualidad comienza a despertarse necesitan inventar ritos para ese erotismo al cual la sociedad le niega la palabra. Mudo, detenido, el deseo erótico va pocas veces más allá de la masturbación.

¿Por qué no conocemos mejor a Brancati? La literatura supuestamente erótica de nuestro siglo confunde lo explícito con lo revelatorio, las descripciones clínicas y las confesiones ostentatorias con la iluminada exploración literaria y la interrogación cabal. Brancati nunca comete estos errores estéticos, ni permite a sus lectores el regodeo, el voyeurismo irresponsable. Denunciando nuestra hipocresía y nuestros miedos, Brancati nos obliga a interrogarnos sobre nuestro pobre universo erótico, nuestras fantasmáticas definiciones de lo masculino y lo femenino, y la falta de auténtica libertad a la cual nos hemos condenado. Para quien quiera reflexionar inteligentemente sobre nuestras confusas nociones de erotismo, estas tres novelas de Brancati son de lectura obligatoria. - [fontana]

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