Por José Tobías Beato | © mediaIsla, Boletín 1139Decía don Pedro Henríquez Ureña, el gran ensayista y maestro de América, que hubo un tiempo en cierto rincón del planeta, olvidado y aparentemente alejado de los grandes centros intelectuales del mundo en el que, sin embargo, el libro de un poeta se esperó con una ansiedad parecida a la que mostraban los jóvenes atenienses cuando en la Grecia clásica se anunciaba la llegada de Gorgias o la presencia de Protágoras.
A juicio del exigente crítico el poeta fue mucho más que uno correcto y elegante: una voz original que supo apartarse de escuelas y de las corrientes entonces en boga, para revelarse como un artista que logró una maestría superior, aunque nunca alcanzara la poesía perfecta. Efectivamente; el poeta del que hablamos todavía es digno de ocupar un sitial de honor dondequiera que se hable de belleza y cultura. Un poeta que, entre otras cosas, escribió unos versos notables que son como dardos contra los denominados vicios nietzscheanos.
¡Ah, los vicios nietzcheanos! Aquellos que por la ausencia de virtudes o la defensa impúdica de los antivalores, hoy socavan los cimientos del orbe civilizado, como la diminuta carcoma consume implacable una hacienda! Pues bien. El lugar olvidado y remoto era la propia patria de don Pedro, República Dominicana. El poeta admirado, Gastón F. Deligne, y el libro esperado con ansias, "Galaripsos."
Desde joven Gastón F. Deligne se inclinó hacia la filosofía. Desarrolló una poderosa capacidad de síntesis, un léxico amplio, que aunado al don de la observación y a su capacidad retórica, le permitieron crear el poema sicológico, siendo el primero que en América desarrolló tal perspectiva, dice don Pedro. En esta fórmula proclamó su liberación del olvido y la indiferencia del medio:
"Que no sepan los otros tus pesares | calla tus dudas, mientras más amargas; | vive en ti, si tu vida no es siquiera | un animado impulso a la esperanza."
El asunto es, por eso el comentario actual, que en Gastón F. Deligne, se lee a Santo Domingo: el poeta pasa de un entusiasta optimismo, de una fe sin sombras en el porvenir al anonadamiento del Nirvana, y de éste a un pesimismo que no excluía, sin embargo, la lucha. Porque es cosa común entre nosotros. Héroes impulsados por ideales justicieros montan su rocín y lanza a punto, se arrojan entusiasmados a la ventura, para volver como Don Quijote descalabrados y tomar prontamente conciencia de que tales esfuerzos no valen la pena, al no ser secundados por nadie. Porque exactamente la solidaridad es la gran virtud ausente. En palabras de Pedro Henríquez Ureña: el poeta era un "representativo de singular especie, pues diríase que encarna una conciencia colectiva no existente" (P.H.U., Ensayos, Ed. Taller, pág. 88).
¡Una conciencia colectiva no existente......! Esto lo decía el maestro en 1908, y tras décadas de lucha, esfuerzo y muchísima sangre, se alcanzó el cenit de dicha conciencia, para volver nuevamente a su degradación, hasta el punto de perderse toda esperanza de renovación y cambio. Nuestra base, el piso que hollamos con nuestras plantas de sempiternos rústicos, carece de solidez, parece decirnos el "Doctor." Sí, Joaquín Balaguer, quien con su presencia política de alrededor de setenta años, fue el maestro político más longevo de los dominicanos. Veamos no más que sucintamente algunos de sus criterios.
No somos suizos, sino simples criollos, como quien dice, puro "tíguere." La constitución, un pedazo de papel. La corrupción se detiene ante un solo despacho, su despacho. La mordida de los empleados públicos, la equitativa fórmula de ajustar su salario. El formidable aparato productivo legado de la dictadura trujillista, verde sembrado donde las langostas del clientelismo pudieron arrasar a gusto, garantizando así la continua reelección, " el vuelve y vuelve" del eterno devenir histórico.
El presupuesto no era el plan estratégico donde se organizaban las prioridades nacionales, sino el borrador de bodeguero que cada ministro debía procurar ignorar, para una vez satisfechos los bolsillos del clan, devolver una parte significativa del mismo, para ser usado según el personal criterio del doctor, como a modo de ejemplo, hacía cierto secretario de salud pública, que no hallando en qué invertir el dinero que le asignaban, pues los enfermos y necesidades médico-sanitarias de la población se habían mágicamente esfumado, retornaba muy orgullosamente el dinero "sobrante."
Los opositores muertos: obra de incontrolables, o de controlables a los que se les deja una página en blanco en un libro amenazante del veredicto futuro –nunca del presente que cimenta tal futuro – o, en manos de comisiones investigadoras que luego reportaban que todo estaba en orden o, si la cosa era harto evidente, que estaba fuera de sus atribuciones. Y luego a cantar las genialidades del doctor que tan magistralmente sabía manejar los apetitos y la indolencia, el olvido y la enajenación. Porque así somos, así hemos sido siempre y así permaneceremos. De modo que, tras el paso del doctor, lo que habíamos avanzado lo perdimos.
Me viene a la memoria la consideración de Hegel sobre el Espíritu, entendiendo por éste no el alma ni sustancia divina alguna, sino el proceso de autoconocimiento del ser, conocimiento que, en el criterio del gran filósofo, se manifiesta temporalmente en todo un pueblo, no en individuos particulares, aunque tengan sobrenombres o apellidos que luego el tiempo ha hecho sonoros, asumiendo que ellos y sólo ellos representaban la encarnación de dicho espíritu.
Ahora bien, y siguiendo en la línea del pensamiento hegeliano, al Espíritu le sucede perderse dentro de sí mismo cada cierto tiempo, y para reencontrarse pasa por distintas etapas: primeramente es naturaleza, en la que le ocurre simplemente "estar ahí," en un aquí y ahora, "fuera de sí", y sin libertad, sometido ante el acontecer anodino.
Luego de múltiples contradicciones, una vez se conoce a sí mismo, el Espíritu realiza todo su potencial y se convierte por ello en "ser para sí". Si nos acogemos a este esquema, Santo Domingo con el doctor volvió a esa etapa primera, la del ingenuamente "estar ahí", fuera y sin conciencia de sí. Es como un rebaño que va de aquí para allá sin otro norte que el de sobrevivir, acicateado por la necesidad más pura y elemental, o pidiendo a gritos dinero y cadenas, como describía Pushkin a los antiguos habitantes de las ciudades en la Rusia zarista.
Ahora bien; la historia de América Latina, en particular la de Santo Domingo, está plagada de dictadores. Deligne pintó como nadie las condiciones del surgimiento del dictador. Son los llamados vicios nietzscheanos que hablábamos más arriba: la prudencia, la apatía, la pereza, y el indiferente "no importa". Por supuesto, ellos mismos son los manantiales fétidos donde se origina la corrupción social y política, pues diríase que sin corrupción no hay dictadura.
Desde el magnífico estudio de las virtudes que Platón brindó en su diálogo "Menón" sabemos que éstas necesitan unas de las otras, como las columnas de un edificio soportan en grupo el peso en beneficio unas de otras. Así, la prudencia, cuando va acompañada de las demás virtudes usualmente lleva el nombre de sabiduría, pero queda convertida en pura apatía si marcha sola, al margen de la justicia, por ejemplo. A su vez, la fortaleza de ánimo, destituida de la prudencia, degenera en atrevimiento que usualmente deviene en perjuicio para nosotros mismos (Platón, Menón, Ed. Edaf, pág. 458). Y así sucesivamente. Claro, Platón al parecer no llegó a conocer a los audaces que se atreven a serlo porque se saben impunes, no porque sean fuertes precisamente.
Cuando se lee el poema de Gastón F. Deligne surge inevitable la figura astuta de Lilís, el dictador bajo cuyas riendas transcurrió buena parte de la vida del poeta. Para el resto de los lectores que hemos conocido otros, vemos cómo de las brumas mal olientes de los citados vicios brota la autoritaria y siempre peligrosa figura de Trujillo, y un poco más adelante, la del dictador ilustrado, que usó los libros y la palabra para ejercer un tipo de tiranía más sutil, pero no menos dominante ni corrupta, como fue el caso del doctor Balaguer, eternizándose en el poder no con los trucos mágicos del protagonista de "La tempestad", sino con los alienantes vapores que emanan del soborno.
Incluso, dada la capacidad histriónica que lo caracterizaba, fue capaz de un magnífico estudio sobre Deligne y del poema que nos ocupa en su muy divulgada "Historia de la Literatura Dominicana". Así era el Doctor: cuidaba su imagen ante la historia como un fariseo que escribía sobre altísimos ideales, y en la práctica desdecía lo predicado.
Por ejemplo, el que lee "España Infinita" puede confundirse y creer que está en presencia de un autor de ideas avanzadas, o cuando menos liberales. Allí vemos a Balaguer presentar al Padre Mariana, jesuita español fallecido en 1624 y a quien con justa razón presenta como precursor de Rousseau y hasta de Marx y cita sus obras y máximas sobre la soberanía popular, la guerra y la justicia ejercida contra los gobernantes cuando estos se extralimitan y es necesario eliminarlos. "La propiedad es hija de la fuerza y conviene prevenir y destruir la demasiada acumulación de bienes en pocas manos" decía el Padre Mariana (J. Balaguer, España Infinita, pág. 40).
Sin embargo, el Doctor fomentó la acumulación de unos cuantos cientos de nuevos millonarios surgidos del neblinoso pantano de la corrupción gubernamental, del puro saqueo de las empresas estatales heredadas de Trujillo. Simultáneamente, fue uno de los estadistas que más premió y protegió a torturadores y asesinos, hasta –como ya dije - dejar una página en blanco en su libro de memorias, para no identificar a los matadores del periodista Orlando Martínez, confesando con ello públicamente que sabía perfectamente quiénes eran y que formaban parte de su entorno.
Lo mismo ocurre cuando el Doctor Balaguer se refiere, con aparente solidaridad, a la lucha de los intelectuales españoles por la libertad de enseñanza y en particular el momento en el que Sanz del Río se niega a someterse ante la reina y la Iglesia y abandona su cátedra en la Universidad Central de Madrid (J. B., España Infinita, pág. 134).
¡Ah! Nadie sospecharía que se trata del mismo que perseguía con saña a intelectuales disidentes, que ordenó varias veces el cerco de la Universidad Autónoma de Santo Domingo con bombas, tiros y palos, cercos que dejaron sus muertos, como el de aquella estudiante de economía de nombre Sagrario Ercira Díaz, quien preocupada por su hermano, levantó desde el suelo ligeramente su cabeza para intentar ubicarlo. Una bala fue la que se ubicó en su frente, muriendo a los pocos días, pese a los esfuerzos médicos por salvarla.
Trujillo vivió en Balaguer. No en vano se declaró su hijo espiritual. Solo que temperamento más frío, aprendió de los errores de aquel, amén de que las circunstancias lo obligaban a otros modos. Pero dejemos al doctor de la ley dentro de su blanqueado sepulcro y mostremos cuando menos algunas estrofas del poema de Deligne:
"Tú, prudencia, que hablas muy quedo | y te abstienes, zebrada de miedo: | tú, pereza, que el alma te dejas | en un plato de chatas lentejas: | tú, apatía, rendida en tu empeño | por el mal africano del sueño;| y ¡oh tú, laxo no importa! Que aspiras | sin vigor, y mirando no miras.......
El, de un temple felino y zorruno, | halagüeño y feroz todo en uno; | por aquel y el de allá y otros modos,| se hizo dueño de todo y de todos.
Si después no han de ver sus paisanos, | cual malaria de muertos pantanos,| otra peste brotar cual la suya;| ¡aleluya! ¡aleluya!
Si soltada la fuerza cautiva, | ha de hacer que resurja y reviva | lo estancado, lo hundido, lo inerte |¡paz al muerto! ¡Loor a la muerte!
El poeta, ya lo dijimos, percibe el devenir en forma de tragedia, pese a lo cual se cree con derecho a la resistencia moral y a la denuncia, como lanzando un reto a las generaciones futuras. La denuncia, la resistencia moral. El reto: desandar el camino trazado por el doctor. Aprender que no somos la canallada. A fuerza de ver los mismos problemas de siempre, siempre sin solución, hemos caído en la desesperanza. La impotencia nos domina. Somos así, y así fuimos, así seremos por siempre. Lo que aquí pasa, no pasa en ningún otro lado: es exclusivo.
¡Pamplinas! No somos diferentes, lo que aquí pasa les ha pasado a otros, les está pasando o puede pasarles. El futuro no está rigorosamente trazado por el pasado, puede cambiarse su trayectoria ideal, si hacemos conciencia, nos trazamos metas, ubicamos recursos materiales y humanos y priorizamos las necesidades, nos disciplinamos y autoexigimos.
Un pueblo pequeño, relativamente cercano a nuestro lar, hermano nuestro, se ha planteado una meta a corto plazo: pasar a ser un país del primer mundo. Esa nación recibe el nombre de Costa Rica. Muy bien por ellos; excelente. Ahora bien. ¿Qué tienen los ticos que llenos de confianza en sí mismos se lanzan en pos de tan altísimo ideal? Bien haríamos en observarlos de cerca y aprender de su denuedo y sacrificio.
Por eso, un tanto hegelianamente, terminamos diciendo: ¡Hombre, entiéndete a tí mismo! ¡Pueblo, despierta, renuncia simplemente a estar ahí, y por la vía del conocimiento de tu potencial, atrévete a ser para tí! ¡Podemos cambiar y lo haremos! [José Tobías Beato, escritor dominicano. Reside en Florida]
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