viernes, 1 de mayo de 2009

La cálida trinidad y el frío oso


POR MANUEL RODRÍGUEZ RIVERO | © BABELIA
Fuente: mediaIsla.net

Todavía estoy recuperándome de la conmoción intelectual que me ha causado la lectura de Héroes (Ediciones B), de Paul Johnson, el historiador británico al que la FAES debería erigir una estatua (aunque es posible que la fundación del PP se encuentre ideológicamente a su izquierda). Tras describir las heroicidades y hazañas de personajes como Sansón, Julio César, Juana de Arco, Nelson, Wittgenstein o Churchill, el autor cierra su libro con un capítulo dedicado a "la trinidad heroica que domesticó al oso". ¿Adivinan?: piénsenlo, no es tan difícil. Primero de todo: ¿quién es el oso? A ver: frío, frío, un omnívoro que viene del frío. Exactamente: el comunismo. Y ¿quiénes componían la trinidad que lo convirtió en mascota? Muy fácil: Reagan, Thatcher y Juan Pablo II. Voilà. Fueron ellos los que, coordinándose "de forma no oficial" consiguieron acabar con lo que Johnson llama maligna fuerza mundial. Y es curioso: si seguimos leyendo resulta que el mayor mérito del primero fue su sencillez: "Su secreto era fijar 3 o 4 tareas importantes y fáciles de comunicar". No importa que fuera ignorante: conectaba con la gente, sabía contar chistes (proporciona varios ejemplos) y "la mayor parte de sus convicciones provenía de las antiguas épicas de Hollywood". La dama de hierro no era ignorante, pero también "creía en 3 o 4 cosas importantes". Era, dice, "un poema en prosa de la feminidad organizada". Se nota que el historiador -que, por cierto, apoyó en su momento "la toma del poder" del general Pinochet- no leyó nunca ¡Menudo reparto! (Anagrama), la estupenda novela en la que Jonathan Coe utilizaba las peripecias de una familia de oligarcas para diseccionar el Zeitgeist del thatcherismo. En Juan Pablo II se detiene menos, quizá porque "habita la frontera entre la heroicidad y santidad, y este libro es sobre héroes, no sobre santos". En fin, que si quieren leer con más provecho un libro reaccionario acerca de los héroes, más vale que recurran a Carlyle, que es la fuente (no declarada) de la que bebe Johnson. Al menos era más profundo. De nada.

Imposibles

Como se sabe, hay cosas que no pueden ser y, además, son imposibles. En cambio, otras son imposibles, pero pueden suceder. Un ejemplo de las primeras podría ser la presunta sustitución del actual director general del Libro, que ha acompañado a tres ministros de Cultura en poco más de cinco años. La posibilidad de que uno de ellos (habría que decir "de ellas": son dos contra uno) pudiera cesarle es, sencillamente, inexistente. Se diría que el cargo de ministro de Cultura lo lleva anejo: cuando alguien acepta la propuesta de Zapatero para hacerse cargo de los negociados de la plaza del Rey debería saber que don Rogelio Blanco va incluido en el paquete: o lo tomas o lo dejas, son lentejas. Y es que el inquilino de Moncloa es su amigo y confía en él. De manera que en el milieu libresco ya hay quien lo llama cariñosamente Eliot Ness, el intocable. Digo cariñosamente porque este escritor que nació hace cincuenta y seis años en Morriondo de Cepeda, un pueblo leonés con topónimo de novela de caballerías, lleva tanto tiempo ocupándose (primero como funcionario de a pie) de las trastiendas del libro de la quinta potencia editorial del planeta que ha terminado por ser un notable experto en ellas, lo que sin duda se agradece. Y, además, se lo toma en serio: sólo así se explica su compromiso personal con el incremento de fondos a las bibliotecas públicas -ahora falta que alguien compruebe que se utilizan bien-, o con las ayudas para los libros de "difícil comercialización", o su desvivirse por la futura Ley de Archivos. El señor Blanco es, además, alguien que sabe escuchar. Lo que también es de agradecer, dadas las características de la tropa con la que tiene que lidiar: desde los editores y los libreros territorializados hasta los escritores con superego kilométrico, pasando por funcionarios a veces remisos a que les toquen su parcelita bibliotecaria. Y sin olvidar a sus ministros, que también tendrán sus cosas (¿o no?). De manera que felicidades por su tercer re-nacimiento, señor Blanco. Bueno, y volviendo al principio: acerca de lo que (ahora) es imposible pero quién sabe, quizás algún día, por qué no, trata Física de lo imposible (Debate), de Michio Kaku, un conspicuo físico teórico que escribe con conocimiento de causa (y habilidad para hacerse entender) acerca de la futura posibilidad (o no) de lo que llama imposibilidades de clase 1 ("las que no violan las leyes de la física conocidas", como el teletransporte o la invisibilidad), de las de clase 2 ("tecnologías situadas en el límite de nuestra comprensión", como las máquinas del tiempo), y de las de clase 3 ("tecnologías que violan las leyes de la física conocidas", como las máquinas del movimiento perpetuo). Lo que es materia de la ciencia-ficción, es ahora re-examinado desde el momento actual de la física, lo que no deja de dar esperanza a mis fantasías. Imagínense de lo que podría enterarme si me volviera invisible (como Claude Rains en El hombre invisible, 1933) y pudiera teletransportarme (como Jeff Goldblum en La mosca, 1986) hasta el Ministerio de Cultura. Y sin tener que recurrir a mis topos, últimamente muy reivindicativos.

Mafia

Recuerdo que la primera vez que oí hablar de la matanza de Portella della Ginestra fue en la película de Francesco Rosi Salvatore Giuliano (1962), de la que, por cierto, nunca he podido encontrar una versión en DVD. El Primero de Mayo de 1947, y para conmemorar la fiesta reivindicativa del trabajo, prohibida como tal durante el fascismo, un grupo de 2.000 personas marchó hacia el valle de dicho nombre, no lejos de Palermo. Se manifestaban contra el latifundismo y a favor de la ocupación de tierras abandonadas. Y se sentían contentos porque, contra todo pronóstico, una coalición de izquierdas socialista-comunista había ganado las elecciones regionales sicilianas. Cuando estaban llegando a su destino, sonaron ráfagas de ametralladora desde las colinas cercanas. En Portella della Ginestra quedaron los cadáveres de una docena de manifestantes, además de muchos heridos. Los responsables materiales de la matanza fueron los hombres de Salvatore Giuliano, un bandido independentista -para algunos una especie de Robin Hood siciliano- con el que habían contactado sucesivamente los servicios secretos norteamericanos, los terratenientes y la Mafia: todos los que temían el ascenso de la izquierda en la posguerra. Nunca se pudo probar la autoría intelectual de la masacre: Giuliano fue asesinado, y su asesino envenenado en la cárcel con un café edulcorado con estricnina. He recordado la película -paisajes austeros y desolados subrayados por el sonido sordo y obsesivo de los scacciapensieri- mientras leía La honorable sociedad (Alba), de Norman Lewis, un libro ya clásico (es de 1951) sobre la Mafia y sus orígenes. Si les gustan los estupendos travelogues del autor (que, por cierto, fue espía antes que escritor, como Le Carré), no se lo pierdan.

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