Éste es el tiempo con olor a fugas y acechanzas... | Fayad Jamis
Por René Rodríguez Soriano
Fuente| © mediaIsla.net, Boletín 1123
Este jueves de dispersos aguaceros y heroicas remembranzas, que ya no son más que remembranzas, me deja un capote de confusión y angustia. No sé qué hacer con mis anhelos y temores. Yo, que vengo de una generación de creencias y descreencias, siento que floto en ascuas de un limbo sin cojines que puede desbandarse en cualquier punto. Realmente, no sé qué hacer ante toda esta parafernalia dicharachera y soez que vela y ensombrece las mañanas, las tardes y la semana entera.
En la casa y en la escuela, pusieron tanto empeño en que siguiera el ejemplo de seres que, sin doblegar ni un ápice su temple y espíritu, lo dieron todo por una idea. Muchos de ellos subieron a las montañas, se inmolaron en ellas. Yo, en cambio, bajé de ellas con los sueños henchidos de sus llamas (las de ellos). Me di de tortazos con los muros y portones, buscando en la oquedad de los discursos la brasa ardiente que decían guardar sus herederos.
Realengo en los salones y pasillos, deambulé como un paria sin mango, sin timón, no atiné a conciliar. Sigo creyendo aún en esos tontos valores que se desgajaron en lomas y callejones; en esos héroes de naftalina y alcanfor que dejaron una madre o una novia triste en cualquier rincón de la tarde de un pueblo olvidado; en esos lábaros mustios que erosionó la llovizna allende las cordilleras, y las manos que alzaron, aferradas al almíbar de los sueños de este hoy que, aunque quisiera, no ha logrado ser su mañana (el de ellos, el de nosotros). No puedo creer, aunque quisiera, en los quilates de estos héroes de ahora que, a diferencia de aquellos nostálgicos duendecillos, tienen el don de la ubicuidad y, sin subirse a las montañas, desde un escenario, acortan distancias y dan la dimensión exacta de su precio justo. (¿A quién diablos le importa qué parte de su precio se gasten estos acartonados ídolos en drogas, autos y cosmética?).
Vuelvo a repetirme y a golpearme las sienes y a echarme en cara mi torpeza. Preferiría, mil veces, hablar del soso canto de las ballenas jorobadas del Banco de la Plata. O de la alegría de los grillos del amanecer de Paso Bajito. Es más, a veces siento ganas de mandar al carajo el mando a distancia del televisor y volver a la sierra, desenterrar los venerados huesos (de ellos) y estrujárselos en la poses a dos o tres tunantes cuyos nombres no quisiera ni recordar. Pero recapacito, ¿es mi defecto?
He llegado a creer que, desde el fondo, a fuer de la mutación, emergerá la fuerza (tal vez nacida de las entretelas de la lluvia misma, que habrá de barrer con toda esta inmundicia que se pasea oronda y en mangas de camisa por los parques de la desvergüenza. Por eso hoy, este jueves de abril, un poco gris, un poco húmedo, pienso que vale la pena comparar mitologías. Porque, aunque la justicia, la salud, el poder y el orden, estén fuera de orden; y la flora, la fauna, la educación y las "buenas costumbres" estén en peligro de extinción, la verdadera patria vibra y flamea más allá del panteón nacional y, sobre todo, el día más claro hay luz.
[rrs]
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Haga sus comentarios por favor.