lunes, 6 de julio de 2009

Libertad de la novela


Por ANTONIO MUÑOZ MOLINA | © BABELIA
Fuente: mediaIsla, Boletín 1132

Una novela es la libertad. El acto físico de abrirla es tan simple, tan rotundo,tan cargado de sentidos posibles, como el de abrir una puerta, una puerta desalida y una puerta de entrada. Hasta la tapa del libro parece una puerta quese abre. Salimos de algo y entramos en algo, cruzamos un umbral que sedespliega entre nuestras manos, y al principio, como en algunos lugaresmisteriosos, nos encontramos en la sombra, y sólo gradualmente se acostumbranlos ojos a la nueva claridad que irradia del interior del libro. En la casa deveraneo de sus abuelos Proust se encerraba a leer en un retrete con una pequeñaventana desde la que veía el campanario del pueblo. Juan Carlos Onetti leía deniño encerrado en un armario, a la luz de una linterna, acompañado por un gatoal que acariciaba tan silenciosamente como pasaba las páginas, y decía que lacausa de su mala vista era haber gastado los ojos leyendo en aquel refugio.Muchas tardes de verano yo he leído en un granero lleno de trigo reciéncosechado, y en el tacto del papel había residuos del polvo de la trilla.

Perono siempre logra uno ese estado de encierro gustoso, de inmersión en aguas muyprofundas, ese fervor de libertad en el interior de una novela. Tan necesariascomo el libro en sí son las circunstancias: muchas páginas y mucho tiempo pordelante, sin distracciones, sin estorbos, con un grado de concentración quesegún nos dicen cada vez es más difícil, pero sin el cual la experiencia integralde la novela no llega a cumplirse. A lo largo de dos viajes sucesivos en tren yde las ocho horas de un vuelo transatlántico yo he tenido esa oportunidad delectura perfecta, y también la suerte de haber hallado el libro preciso parasatisfacerla, una novela recién publicada que un amigo me trajo de Londresjusto cuando preparaba el equipaje, The Winter Vault, de Anne Michaels.

Yo nosabía nada de esta autora. Tan sólo recordaba el título de una novela anterior,Piezas en fuga, que tuve en casa y no leí cuando se publicó hace años enespañol. Después he sabido que no es partidaria de dar demasiada informaciónsobre su propia vida para que ese conocimiento no interfiera en el encuentrodel lector con el libro, que debería ser lo más limpio posible. "De verdadcreo que leemos de manera distinta un libro cuando sabemos incluso los detallesmás banales de la vida de su autor", ha dicho. Es verdad que yo me hebeneficiado de mi ignorancia: el deseo de la lectura lo despertó el título dela novela, La bóveda de invierno, y también un indicio sobre elargumento: en 1964 un ingeniero recién casado viaja con su mujer a la regióndel Alto Nilo para trabajar en el salvamento del templo de Abu Simbel, quehabría sido anegado por las aguas de la presa de Asuán. Nada más. La libertadde la novela es también nuestra potestad de entrar en ella sin obligaciones niprejuicios y decidir soberanamente si seguiremos leyendo o la dejaremos al cabode unas páginas, porque en ese reino privado no obedecemos a nadie ni nosdejamos coaccionar por la opinión de otros que parezcan saber más y ni siquierapor la presión inmensa de lo que parece gustarle a todo el mundo. De nuestraspreferencias o rechazos soberanos no tenemos que dar cuenta a nadie. La novelaexiste para nosotros en ese espacio de intimidad que nos protege tras la puertacerrada de la lectura.

En elfondo, empezar a leer se parece mucho a empezar a escribir: es encontrar unhilo y seguirlo, escuchar una voz y dejarse hechizar y guiar por ella. La vozde Anne Michaels, despojada de biografía, de información, de prejuicios a favoro en contra, empecé a escucharla con una claridad singular cuando abrí sunovela junto a la ventanilla del tren que me llevaba al norte, y luego meacompañó en la habitación de un hotel y en otra travesía de vuelta por losverdes cantábricos que se disolvían después en los ocres y amarillos de lasllanuras de Castilla. Subí al avión y en cuanto me abroché el cinturón deseguridad ya abrí la novela para que la voz me acompañara, y mi viaje sobre elAtlántico se correspondía con los que emprenden los personajes de la novela, elingeniero Avery y su mujer, Jean, sus idas y vueltas entre Canadá y Egipto,entre el dulce amor compartido y la desgracia y el remordimiento, y también losviajes que se cuentan el uno al otro, los que se enredan con sus vidas y losque les dieron origen y permitieron que se encontraran. La voz de la novelaestá hecha en realidad de muchas voces que se escuchan también en ella, y queno se pierden en el clamor general, tan poderoso sin embargo como el de losríos que alimentan literalmente el fluir de la trama, el San Lorenzo, enCanadá, el Nilo, y de golpe -con esa sorpresa de la lectura que sólo esplenamente efectiva cuando se carece de información previa- el Vístula, el río deVarsovia. En 1945, al otro lado del Vístula, las tropas soviéticas permanecíandetenidas mientras los alemanes aplastaban sanguinariamente la sublevación delos polacos y mientras metódicamente minaban y demolían una ciudad entera yaconvertida en cementerio.

"Nohay dos hechos tan apartados entre sí que no puedan juntarse", dice uno delos héroes de la novela, otro ingeniero, el padre de Avery, que alentó en suhijo desde que era niño el amor por las máquinas y por las grandes obraspúblicas, por la capacidad humana de comprender y transformar el mundo. Lanieve de las cumbres que se ven a lo lejos desde el interior de una selvaafricana será luego el agua del gran río que fluye por el desierto. El empeñocolosal de domar su corriente para que haga fértiles campos de cultivo yproduzca la electricidad que mejorará las vidas de millones de personas tambiéntraerá consigo una escala de destrucción formidable: paisajes, aldeas, formasde vida, mundos enteros arrasados, miles o centenares de miles de otras personasque son despojadas de todo sin que se les pida su opinión en nombre de unprogreso del que ellas no se benefician. Los ingenieros desmontan piedra porpiedra el templo de Abu Simbel y lo reconstruyen en otra parte, pero el temploya es una falsificación. Terminada la guerra la Ciudad Vieja de Varsovia eslevantada de nuevo por los supervivientes, pero cuando más se parece a la quefue destruida más mentiroso resulta el simulacro.

Lanovela es la libertad: Anne Michaels acumula en la suya vidas inventadas,hechos históricos, informaciones sobre ingeniería y sobre botánica, exactitudesde la poesía y de la ciencia, y en esa acumulación hay un desbordamiento deabundancia y un rigor de arquitectura sin peso. La puerta de la novela da a laslatitudes del mundo y a las bóvedas más secretas de la experiencia humana. [fontanamoncada]

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