jueves, 17 de septiembre de 2009

Ausencia de malicia


Enarbolando a Cristo con la cruz | los garrotazos fueron argumentos | tan poderosos, que los indios vivos | se convirtieron en cristianos muertos. Pablo Neruda


Por René Rodríguez Soriano
| © mediaIsla, Boletín 1142

La justicia es un arte, tiende trampas y argucias. Lo justo es la injusticia, bilioso río de nauseabunda tinta que, desde que el mundo es mundo y vive gente, corre artero por los códigos. Es un juego de imágenes que se interponen, y se sobreponen en el lugar y en el momento justo. La paz y la justicia duermen en un jergón inmundo. Escasos bienes de consumo en los mercados de valores de la actualidad, sus pesadillas ya no asustan a nadie. Como perfume, la paz, apesta un poco a desperdicio. Como cartel se descolora en calles y avenidas. Tal vez la decencia también. Jueces e indignatarios, emborrachados en la baba mutua de sus propias fatuidades, no son capaces de subvertir la prángana moral que les acogota. No aciertan a salir del círculo, inflados de tanta teoría y tan poca praxis.

En el siglo XIV, Oresme, obispo de Lisieux, a la vez que esboza los fundamentos de la geometría analítica, con claridad y precisión –anticipándose a Copérnico–, demuestra "que la tierra cambia por el movimiento diario y el cielo no". En 1543 el polaco Copérnico, entrando en contradicción con la Biblia, reexplora las ideas de Oresme, y prueba que la tierra no es el centro inmóvil del mundo, que gira sobre sí misma y alrededor del sol. Por conveniencias o quien sabe qué, ninguno de los dos cuestiona lo establecido, y mueren en paz con Dios y los hombres. Años más tarde, en Pisa, Galileo osa enseñar en público las teorías copernicanas, los tribunales de la Santa Inquisición impiden con justeza la celebración de un funeral público al hereje que pone en duda la afirmación de que Josué había detenido el curso de la tierra.

Hoy como ayer, hurgando entre lo húmedo y lo infinito, haría falta cierta dosis de cinismo o de vergüenza. Una buena sacudida de vitalidad no le sentaría mal. Un fuego graneadito, a discreción, avivaría las apagadas mechas y enrumbaría el debate hacia vuelos más propicios. Magnánimo y justo, el soberano tribunal, hará menos de una docena de años indultó a Galileo. Torquemada murió convencido de que, al redactar las Instrucciones de los Inquisidores, actuó con justicia y apego a sus principios de Supremo Juez." [René Rodríguez Soriano]

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