jueves, 17 de septiembre de 2009

Claudia Piñeiro: No puedo sacarme la muerte de encima


La autora de Las viudas de los jueves publicó una nueva novela, Las grietas de Jara, que permanece en el ranking de best sellers desde hace cinco semanas. En esta nota cuenta por qué volvió a recurrir al policial como disparador de la trama y cuáles son sus estrategias para seducir al lector

Por Natalia Blanc | © LA NACION
Fuente: mediaIsla, Boletín 1142

Hombres de traje y corbata en aparente reunión de negocios, señoras paquetas que conversan y toman el té y unas pocas parejas que intentan pasar inadvertidas ocupan las mesas de la confitería ubicada frente a Canal 7. Cerca de la ventana que da a Figueroa Alcorta, está sentada Claudia Piñeiro. Rodeada de papeles y diarios del día, con una computadora portátil encendida y un teléfono celular que suena varias veces, la escritora termina de revisar su correo. Mientras responde algunos mensajes, cuenta que suele elegir ese bar como base de operaciones cuando viene a Buenos Aires desde el country de zona norte adonde se mudó hace tiempo, antes de escribir Las viudas de los jueves.

Las grietas de Jara, su última novela, best seller desde hace cinco semanas, cuenta la historia de Pablo Simó, un arquitecto de cuarenta y pico con un trabajo rutinario y un matrimonio desapasionado a los que está resignado pero que le gustaría alguna vez cambiar. La aparición de una joven relacionada con una extraña muerte ocurrida tres años antes abre una grieta irreparable en la vida del personaje.

—¿Cómo surgió la idea inicial para este libro?

—Al principio no aparece una idea sino una imagen disparadora, que tiene que ver con una historia. No sé por qué surge esa imagen y no otra, pero queda en mi cabeza hasta que macera y comienza a tomar forma. Sólo cuando tengo una idea clara, empiezo a escribir. En este caso, la imagen era un arquitecto dibujando un edificio que nunca va a construir. Mientras proyecta, tiene fantasías con una mujer. Así empieza la novela. El primer acercamiento al tema llega cuando en la editorial escriben la contratapa. Entonces pienso: "Mirá vos de qué se trataba". Piñeiro se ríe y espera la siguiente pregunta. Piensa unos instantes y responde rápido, como si estuviera apurada. Luego, más relajada, dirá que desde que ganó el Premio Clarín por Las viudas... y se convirtió en una escritora a tiempo completo, su vida cambió en varios aspectos. Ya no tiene que mandar sus libros a concursos literarios para publicar ni trabajar como contadora, su primera profesión.

—¿Modificó su forma de trabajar que la escritura dejara de ser un hobby?

—Desde siempre, lo que más me interesa es leer y escribir. Es lo que tengo ganas de hacer cuando me levanto a la mañana. Antes, mandar los trabajos a concurso, además de ser una posibilidad de publicación, también me servía para ponerme un plazo y terminar el libro. En realidad, lo que presiona es lo que se construye alrededor. Hay escritores que toman un anticipo y deben entregar sí o sí un libro. Yo, hasta ahora, no he tomado ese compromiso; entonces, tengo más libertad: cuando termino la novela, le pregunto al editor si le interesa. No tengo la presión de escribir para pagar las cuentas. Mis libros anteriores me dan cierta tranquilidad económica.

—¿Cómo fue el proceso creativo de esta novela y qué diferencias tuvo con respecto al de las otras?

—El método de trabajo fue muy distinto. Cuando escribí Tuya y Las viudas..., iba al taller de Guillermo Saccomanno, donde los participantes leíamos nuestras producciones. Esas novelas se armaron como actividades del taller. En cambio, Elena sabe la escribí bastante sola. Cuando empecé Las grietas de Jara, quería tener una supervisión. Como mis libros anteriores habían tenido muchos lectores, esta vez me preocupaba que si no estaba del todo bien nadie me lo dijera. Aunque confío en los editores, quería un ojo bien atento y cuidadoso. Busqué, entonces, a Juan Martini, a quien respeto como escritor y además se dedica a ese trabajo. El proceso creativo fue muy metódico porque cada quince días le llevaba el material. Varias veces tuve que empezar de nuevo. Cuando llegué a la página 50, vimos que el inicio tenía que ir para otro lado. Me dio mucha seguridad recorrer ese camino con alguien que respeto.

Terminar el libro le llevó un año y medio. "Con el primero fue más difícil porque escribía con mis tres hijos alrededor. Tenía una sola computadora, que usábamos todos. Cuando me compré la primera notebook, pusimos la otra en el cuarto donde los chicos ven televisión. Me acuerdo de que al principio iba con la portátil adonde estaban ellos porque me había acostumbrado a escribir así. Mientras yo mataba a alguien en la ficción, ellos jugaban."

—Las grietas de Jara no es una novela de amor, ni un policial clásico. ¿Cómo la define?

—Creo que es una novela con elementos del policial. Siempre me preguntan por qué no digo que mis novelas son policiales y es porque no lo son. El policial me sirve para reflexionar sobre otros temas y para llevar a los personajes a un límite. Este hombre, que tenía una vida metódica, cambia su forma de mirar el mundo a partir de una muerte.

—¿Utiliza el policial como recurso para atraer al lector?

—No pienso qué hacer para atrapar a los lectores, pero la verdad es que escribo para ellos, así que siempre los tengo en la cabeza. Me gusta que la novela empiece de una manera atractiva. Lo pienso casi como una estrategia de seducción. En la que escribo ahora también hay una muerte. ¡No puedo sacarme la muerte de encima! Es un tema contra el cual no lucho.

—Por primera vez, el protagonista es un hombre. ¿Por qué?

—Quería intentarlo. Si bien tengo algunos personajes masculinos, las protagonistas de mis libros siempre fueron mujeres. Me pareció interesante meterme en otra cabeza. Como Pablo Simó reflexiona sobre las mujeres, el deseo, el sexo, tuve que confirmar con amigos si era cierto lo que yo imaginaba que él podía pensar. Me costó muchísimo que los hombres que consulté me dijeran si esas fantasías eran o no adecuadas. Ése fue el trabajo más difícil.

—¿Siempre hace investigaciones?

—Todo lo que me imagino trato de chequearlo. Tengo amigos que dicen que jamás investigan el tema sobre el que escriben. Yo lo hago siempre porque soy obsesiva. Necesito verificar que está bien.

—También salió a recorrer Buenos Aires con un especialista para escribir sobre la arquitectura de la ciudad, uno de los temas de la novela.

—Me interesa cómo la gente se apropia de la ciudad a través de la arquitectura. El padre de mis hijos es arquitecto; por eso escuché muchos años hablar del tema. Hay algo en la construcción de un edificio que se relaciona con el armado de una novela. Hay cuestiones estructurales, estilos, decisiones estéticas y funcionales que se repiten en la literatura. Siempre me interesó ese paralelo.

—¿Qué aprendió en el taller?

—En principio, creo que el que va a ser escritor va a serlo vaya o no a la universidad o a un taller. Cada uno encuentra su camino. Pero, básicamente, el taller te da mucha orientación en la lectura y también un ojo entrenado para ayudarte a corregir.

—¿Y qué le aportó a la escritura su formación como guionista?

—Me sirvió para la construcción de los personajes. Todo lo que aprendí sobre los conflictos de cada escena, el suspenso, está en mi literatura, para bien o para mal. Es la base de mi formación y eso hace que siempre piense en las acciones de los personajes.

—Estudió también dramaturgia. ¿Qué diferencias hay entre escribir una novela y una obra de teatro?

—Escribir novelas es lo que más me gusta. Escribir teatro es salir un poco del ostracismo. Pero hacer dramaturgia es muy distinto porque los textos deben tener una precisión, una poética y una intensidad que logren conmover al que está en la platea. En el teatro no se pueden desperdiciar parlamentos. Lo que se dice no puede ser banal o un sinsentido. Lo que tiene de terrible el teatro, y cada vez que me pasa digo que no lo voy a hacer más, es asistir al estreno. Ver las reacciones del público me genera un estrés terrible.

—Cuando escribió Las viudas de los jueves ¿pensó que podía convertirse en película?

—Jamás, pero cuando la terminé algunos me dijeron que parecía una película. Evidentemente algo hay, porque me pasó con varias de mis novelas. Marcelo Figueras y Marcelo Piñeyro escribieron solos el guión y después me lo dieron para leer. Me pareció fantástico. Y también la película. Hicieron un recorte de la historia que tiene más que ver con el thriller que con el costumbrismo. Trabajaron muy bien la decadencia de los personajes, que creían que tenían la vida asegurada.

—¿Cuánto de lo que aparece en sus novelas tiene que ver con su vida?

—Todas las novelas que escribí tienen que ver conmigo; eso no quiere decir que yo sea algún personaje ni que me haya sucedido lo mismo. Cuando se cuentan cosas que no tienen que ver con uno, se notan el artificio y la mentira en la escritura. Cuando uno cuenta cosas personales, no importa qué, la escritura gana en intensidad.

—Dijo en una entrevista que prefiere la gente que tiene grietas a la que no muestra ninguna. ¿Por qué?

—Creo que los héroes pueden terminar muy mal y los antihéroes tienen posibilidad de redimirse. Pero eso depende de lo que cada uno haga. Si aparece una grieta por donde se filtran cosas, aunque sean horribles, hay más posibilidades de cambiar algo. Por eso, no me resultan interesantes las personas que ponen hormigón para que no se les noten las grietas.

—¿Cambiar los balances por la literatura fue una grieta en su vida?

—Sí. Yo podría haber seguido trabajando catorce horas por día en una multinacional y ganar un sueldo importante. Aceptar que algo estaba mal fue una grieta en mi vida que me permitió cambiar y hacer lo que siempre había querido. [giecoleon]

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