Voy vagando por las calles con | la mirada extraviada, sin ver nada, | yo que todo lo he visto, cerrando | a veces los ojos convulsivamente cuando | se asoma a ellos el recuerdo de aquella | cuyo nombre no me atrevo a pronunciar | por miedo de su recuerdo […] | … Y nada temo tanto como la muerte. Leopoldo María Panero / El lugar del hijo
Por Rey Andújar | © Claridad
Fuente: mediaIsla, Boletín 1142
Toda escritura acerca de la muerte es referencial: sobre ésta se escribe de oídas. La escritura acerca de lo fúnebre siempre se establecerá desde la euforia melancólica que implica la ausencia absoluta y que confirma la muerte como un trayecto sin regreso.
Podría decirse lo mismo de la madre. La escritura de la maternidad siempre será alusiva para ciertos seres humanos: mujeres que no pueden o no deben procrear; hombres que aunque lo deseen, aunque lo logren, nunca podrán experimentar la creación de una manera total, ya que su constitución morfológica los exime del proceso de gestación. La concepción maternal define género, no necesariamente de una manera social pero definitivamente de orden físico y orgánico.
Lo planteado anteriormente no anula ni limita las posibilidades de escribir una buena novela; todo lo contrario. La novela es un espacio de lo imposible, en donde influye dramáticamente la articulación de una verdad no declarada y la imaginación del autor. Lo determinante es la manera en que se cuenta la historia, el nivel de compromiso [Sábato] y verosimilitud de la voz narrativa, la complejidad y fluidez de la trama. ¿Cómo novelar desde la periferia? Quizás desde el desvío de un sueño; desde la vigilada esquizofrenia de una alerta flotante: desde la novela como propuesta de contradicción y controversia en relación con ciertos postulados de condicionamiento y orden social.
Mamá ha muerto
La muerte de la madre es el silo desde donde Yván Silén (Santurce, 1944) pretexta una búsqueda de lo estético. El desgarramiento que se manifiesta con la desaparición de un ser es planteado en algunos textos de este escritor como un espacio de producción. He aquí donde de inmediato se presenta la paradoja: la muerte, considerada básicamente como ausencia, se concibe aquí como el elemento que se equipara a la madre como fuente creativa. Para Silén la muerte es predecible en su naturaleza; es en realidad el único absoluto certero; es la parte inevitable, innegable y necesaria de la vida. Aunque también asume el papel de materia positiva: es el renacer de las pasiones, el acceso a la verdad y la ascensión a la poesía. Sólo en la muerte se reconoce a la madre como el rescate de las miserias e ingratitudes del mundo. La madre y la muerte no son dos elementos que se corresponden o complementan: son dos presencias totales, abarcadoras, que al friccionar, generan una tensión fundamental.
Es dulce y doloroso, en suma. La madre debe morir. Va a morir. Y este silogismo, esta diatriba de placer y tristeza, es la chispa de euforia que justifica el luto narrativo; porque Silén es, ante todo, escritor: su objetivo final no es explicar sus carencias personales o razonar acerca de estas partículas sociales como elementos antropológicos. La función del escritor es escribir, y [Onetti] escribir bien. Escudriñar en el absurdo, en lo innoble, en la imperfección corriente, hasta encontrar la belleza.
La violencia definitiva, controversial, se instala desde la primera línea del relato. Instaurado el ímpetu, es necesario encontrar un código verosímil que permita establecer una conexión dramática. La voz narrativa se fundamenta en una especie de delirio artístico y confesional; una travesía onírica basada en la plástica que funda [Barthes], simultáneamente, la belleza y el amor.
La voz de Ivanoskar –independientemente de que cuente la locura encerrada en un sueño- se hace creíble gracias a su capacidad de apelar a los sentidos. Al leer La muerte de mamá, se tiene la sensación de que ese sonido ha sido insertado en el texto mismo desde mucho antes de su concepción, ya que esta voz tiene el peso de una acción vital que busca apelar al sensorio en su totalidad, especialmente al sentido de la visión: mirar establece una relación directa con lo otro; esta acción admite la presencia de lo exterior y permite al escritor y su interlocutor (el lector) encontrarse en lugares comunes. Desde la primera parte del texto, frases como "Las enfermeras me miraron…" y "He venido a contemplar la muerte de mamá", otorgan supremacía al sentido de la visión. La mirada permite, procrea, relaciona e intenta dar sentido al mundo exterior.
El estadio erótico, sacro
Lo erótico reafirma la propuesta con relación a la maternidad y a lo funerario. La cópula es el exceso de los cuerpos. Dos de sus componentes principales son la penetración, en donde el que penetra regresa al cuerpo; y el orgasmo, que ha sido comparado por diversos autores con una pequeña muerte. Pero el texto no se revela totalmente en ninguno de estos dos estadios, sino que se mantiene en un constante vértigo cerca del abismo; podría decirse que esta novela sugiere el acto, nunca lo impone.
Aunque no es sino hacia el final de la novela en donde puede identificarse la confluencia entre la sicalipsis y la fuerza bíblica: el autor utiliza el símbolo cristiano de la Santa Cena (la cópula), para alegorizar los argumentos que sustentan la exaltación de la figura de Mamá como deidad meta-textual, cuasi-omnipotente. Esto se consigue al subrayar uno de los pilares en que se sustenta el mito de la cena [ayuntamiento de la carne]: el sacrificio. Pero la inmolación tiene sus principios, sus límites; esa muerte no debe ser una ausencia cualquiera; Mamá tiene que ser pura, "[…] planchas la catalufa de Dios y tu sudario de virgen."; Mamá es profeta, "La muerte de mamá anunciaba la caída del imperio." Mamá es guardarraya y fin, "El cáncer de su cuerpo se había convertido en el límite del mundo."; Mamá es objeto idolatrado, "La madre es el fetiche del hijo loco […]"
Lo antisocial
Con la solidificación de la imagen de Ivanoskar como mártir-delincuente, podría asegurarse que la novela cumple con su propuesta príncipe: la elaboración de una obra de arte desde la tensión contradictoria del conflicto humano; la creación de una novela rechazando los principios literariamente estipulados para su confección; un texto universalmente puertorriqueño que no favorece las corrientes de escritura de la ínsula. La muerte de mamá no es el ruido de luto que entona el hijo ante el cuerpo inerte de la creadora; es un poema novelizado; un amago de Cantar de los cantares. La muerte de mamá es la canción que entona un coro de seres destinados al fracaso del amor y la muerte.
[Rey Andújar, escritor dominicano residente en Puerto Rico, autor de Candela, 2007]
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