Es una construcción de carne y hueso / Un animal amurallado bajo el cielo.
Jorge Eduardo EielsonPor Marco Escalante | © mediaIsla1Uno de los aspectos más notorios de la profesión médica actual es su distancia con respecto al mundo. Los avances científicos en materia curativa, la tecnología moderna que permite diagnósticos precisos, la división del trabajo en el ambiente clínico, constituyen elementos de un universo frío que ha terminado por suprimir el antiguo diálogo entre médico y enfermo. En lugar de esa visita doméstica que nostalgia Ceronetti, hoy tenemos celulares, hospitales, ambulancias. Y el olimpo de la ciencia médica, hoy consagra la efectividad más que los principios éticos.
Antaño, cuando la moral del sacrificio parecía dominar la profesión médica, Goya pudo plasmar esa proximidad, ese diálogo piadoso entre paciente y médico en su famoso cuadro Autorretrato del pintor con el doctor Arrieta. Hace menos de un siglo, William Carlos Williams mostraba en sus relatos verdaderos héroes que marchaban, a lomo de burro, a combatir la difteria en los caseríos pobres de la emergente nación americana. Fue Chejov quien creó a Dimov, el médico entrañable que sacrifica su vida probando la efectividad de una vacuna. Estos ejemplos muestran personajes cotidianos, alcanzables, cuya dignididad se enaltece por el simple hecho de que ven en sus pacientes seres humanos y no cifras estadísticas o meras historias clínicas.
Hoy las cosas han cambiado demasiado. Raras veces, creo yo, la elección de la medicina como oficio responde más a un ímpetu vocacional que al cálculo pragmático. El estatus, el prestigio y los privilegios económicos que la profesión otorga, son tentaciones enormes. Uno piensa de inmediato en la encrucijada de Hipócrates ante las monedas de Artajerjes. Sólo que el tirano persa, en nuestros tiempos, ha encarnado en las compañías de seguros.
No sorprende por esta razón que el médico haya marcado su distancia con respecto al mundo: el paciente ya no es tal, se ha convertido en cliente; y la profesión ha pasado a ser negocio. "Distancia" es la palabra clave para entender el problema.
Otro aspecto a destacar es que el universo cerrado del cual participan los médicos, es al mismo tiempo infinito y estrecho. Infinito porque el laberinto del cuerpo lo es, y el verdadero médico comprende la unidad indisoluble del cuerpo y el alma; y estrecho porque sus conocimientos, los frutos de su experiencia, circulan por lo general en las aulas universitarias, en los congresos científicos o en publicaciones de acceso muy limitado. El médico ha desarrollado un argot, un lenguaje críptico, que halla correspondencia simbólica en su caligrafía ilegible.
Son pocos los médicos que salen de la entraña académica para insertarse moralmente en el universo de los otros. Son aquellos que no ven la medicina exclusivamente como ciencia, sino como empresa ética y artística que reclama para sí los hallazgos de los mundos adyacentes. Un ejemplo extraordinario es Gregorio Marañón, que solía combinar con sabiduría los conocimientos médicos con la filosofía. Este es el tipo de doctor que le restituye al diálogo con el mundo su antiguo valor, es el Arrieta de Goya, el Egon de Margaritte Yourcenar.
El libro que ahora tengo entre las manos, Extrasístoles, es la obra de un médico. Pero no de un médico cualquiera, sino de un médico que entiende la medicina como un saber infinito, incluso como un arte. De nada valen aquí las restricciones tácitas que el tiempo le ha impuesto a su profesión. La medicina, como arte, tiene que codearse con la literatura, con la filosofía, con el saber universal del ser humano. Por eso rescato aquí una hermosa frase de Le Clezio que cita con admiración Ceronetti: "Tal vez un día nos percatemos de que nunca hubo arte, sino solamente Medicina".
2Es realmente sintomático que un médico nos hable de un "examen de rutina". En los mismos no se espera encontrar nada, son la corroboración de una vida sin alteraciones, libre de accidentes dolorosos y cuestionamientos, regular y simétrica, como un electrocardiograma perfecto. El extrasístole por eso representa una ruptura y un reto: es un latido que escapa al cauce de la normalidad, que se sale de la rutina y revela la precariedad de la existencia. En este sentido metafórico, el extrasístole tiene un valor metafísico y político: representa al mismo tiempo ese temor reflexivo que nos suscita la eventualidad de la muerte y el cuestionamento del orden establecido. No en vano Jochy Herrera, en la parte introductoria de Extrasístoles, ha enfatizado ese vínculo fatal entre rutina y libre mercado, binomio que se "ha robado el alma de las cosas".
El libro de Herrera es en sí mismo un extrasístole, un objeto raro y ejemplar, puesto que renuncia a la rutina del ensayo monográfico y se entrega al vagabundeo del espíritu, cosa poco común entre médicos. El doctor González Crussí, prologuista del libro, ha anotado certeramente lo siguiente: "El verdadero ensayista tiende al vagabundeo, al errar de un sitio a otro, es decir de un tema a otro, sin el rígido orden y disposición que caracterizan al estilo académico". Gracias a este errar interminable, a este viaje que sólo en apariencia carece de un sistema, el autor ha logrado poner un pie en los dominios de la literatura, mientras que el otro permanece firmemente establecido en las complejidades de su ciencia.
No se crea, sin embargo, que este libro es de lectura fácil. De ninguna manera. Su erudición es vasta y necesaria, y es reflejo de los años que el autor invirtió en las aulas universitarias, camino a convertirse en médico. Esas fuentes especializadas convergen armoniosamente con las fuentes literarias que el autor venera, y por ello en su libro desfilan los fantasmas de Galeno, Vesalio y Laennec, paralelamente a los fantasmas de Cortázar y Borges. A esta corte selecta se suman filósofos como Cicerón y Descartes, pintores como Leonardo y Klimt, y cantantes como Luis Eduardo Aute. Jochy Herrera entiende que la profesión médica lo condenaría a un mundo relativamente estrecho si no tuviese una conexión con el universo del pensamiento y las artes. En este sentido, su libro me recuerda ese pequeño tratado magistral sobre el silencio del cuerpo, donde el autor, Ceronetti, congrega a escritores como Flaubert y Stendhal y a médicos como Esquirol, Bichat, Charcot y Tissot. La ciencia resucita en la literatura, y Ceronetti descubre en Bichat a un romántico de la estirpe de Leopardi. ¿Por qué no?
Resaltemos además que los datos que Extrasístoles nos proporciona, lejos de responder a un afán por brindar información curiosa, sirven de sustento a conclusiones relevantes. En el ensayo "Origen del placer sexual femenino", al autor no le basta con señalar que la mutilación del clítoris era una práctica común en la Inglaterra decimonónica, sino que abunda en las implicancias políticas y morales del hecho. De esta manera, ese ensayo pasa a ser una espléndida diserción en torno al control del deseo.
Otra cosa que llama la atención en este pequeño libro, es la manera en que su autor desaparece en él. Su presencia es más bien sutil o sugerida, y en muchas ocasiones se revela en la selección del tema: el beso, el origen de las lágrimas, los misterios del deseo, los avatares del incansable corazón, el destino trágico de nuestros órganos, etc. Por momentos uno tiene la impresión de que en estas páginas habla un cuerpo condenado al silencio y al olvido, un cuerpo secreto que la salud nos permite contemplar con menosprecio: el cuerpo interior, el cuerpo obrero, el de las vísceras y la sangre, el del corazón extenuado. En suma, ese universo ajeno a los ajetreos del amor y a la vanidad de la belleza exterior o cosmética.
En su ambiciosa empresa, Herrera logra por momentos un tono donde se mezclan, de manera impensable, lo lírico y lo épico, porque en la sangre, en las vísceras, en los intestinos, y sobre todo en el corazón, descubre una grandiosa gesta: "…nos inquieta de que la verdadera forma del corazón no sea la proveniente de su anatomía sino la que adquiere al ser moldeado por asuntos allende su existencia de monótono músculo rojo: el desamor, el pesar o la melancolía, el odio, la pasión o el rencor. Es así que como conductores de nuestro sentir, formamos y deformamos los límites y perímetros del corazón trazando la huella final de su devenir; somos sus arquitectos, constructores del ánima que, repleta de pneuma psiquicon, puebla el corazón en ocasiones fatigado y en otras vibrante otorgándole en esta faena su verdadera forma".
Páginas más adelante, figura esta inspirada descripción de un corazón estoico, con la cual quiero cerrar este escrito: "Al enfrentar las viscisitudes a que este órgano se expone frente a los descuidos y los excesos y frente a la melancolía, instintivamente, a fin de no fallecer, el corazón se transforma con el propósito de protegerse; cual navío en tormenta, anclado en el centro del pecho resiste el abatimiento del diario vivir. En unas ocasiones el corazón escoge morir instintivamente y por propia elección biológica, en otras es el propio sujeto que opta por dejar que le mate".
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