Por Tiberio Castellanos | © mediaIslaCada vez que he pasado frente al monumento donde están sus nombres inscritos y donde reposan los restos de muchos de los héroes de Constanza, Maimón y Estero Hondo, recuerdo aquellas palabras de Manolo Lorenzo Carrasco: "Tiberio, esto es un holocausto".
Era la mañana del 27 de febrero de 1959. Me encontraba en la puerta principal del Palacio del Ayuntamiento de La Habana, oficina donde yo trabajaba. Cumplía yo allí, una rutinaria guardia de vigilancia esa mañana. (Aunque sólo por unos meses, yo también fui miliciano). Manolo había salido, por unas horas, según me dijo, del campamento donde él y los demás patriotas se entrenaban. No hablamos mucho tiempo y ya no recuerdo nada más de lo que hablamos. "Esto es un holocausto", me dijo. Se refería a la expedición que se organizaba para derrocar la tiranía trujillista.
En aquellos momentos, al calor del triunfo de las guerrillas de Fidel sobre el ejército de Batista, muchos cubanos y algunos dominicanos envueltos por la euforia de aquellos días, creían que aquello de "la invasión" era un paseo. Manolo no lo creía así. Y creo que entre los expedicionarios de Junio del 59, algunos más pensaban como Manolo. En reuniones efectuadas en enero en la imprenta de Pipí Fernández en la calle Monte, le había oído expresiones semejantes a Rinaldo Sintjago y a José Horacio Rodríguez. Pero, ninguno de ellos había sido tan drásticamente concluyente, como lo fue Manolo aquella mañana del 27 de febrero de 1959. Aclaro que a Sintjago y a Rodríguez los había oído hablar en las reuniones donde se nucleaba el grueso de los futuros expedicionarios. Ahora, Manolo hablaba para mí solamente. Hablaba, exclusivamente, para su compañero de nueve años de exilio habanero. Su compañero de exilio que en este viaje a la Gloria no le acompañaría, puesto que yo estaba fuera del grupo que se entrenaba en la montaña. Y me lo dijo casi como un secreto.
Recuerdo todavía la tremenda impresión que causó en mi entonces compañero de partido Máximo López Molina, el relato de esta conversación mía con Manolo. Él, tanto como yo, conocía el temple viril de Manolo y comprendió que no se trataba de una expresión derrotista, si no de una cabal interpretación de la realidad.
Máximo y yo militábamos en el Movimiento Popular Dominicano. El MPD, semanas antes de la fecha que mencionamos, se había separado del grueso de los exiliados que formarían luego el glorioso Movimiento de Liberación Dominicana. Una polémica en la que yo participé, por cierto no muy enconada, surgida en una de las reuniones en la imprenta de Pipí Fernández, dio lugar a nuestra separación.
Hoy, 50 años después de esas fechas, se me hace un poco difícil calcular que haya pasado tanto tiempo desde entonces. (Lo que sigue lo dije en un artículo que escribí hace ahora 30 años. Todavía a mí me dice mucho. Quizás también a alguna otra persona).
Sucede que uno se va muriendo un poco en cada amigo que se va. Es que, en gran manera, somos el cúmulo de nuestras experiencias; de nuestras vivencias y de lo que somos capaces de recordar. Por eso me he estado muriendo un poco en cada uno de estos amigos que se fueron y a quien ya nunca podré volver a preguntar: ¿ Te acuerdas Fellín del mitin del PSP en La Vega en diciembre del 46? ¿Te acuerdas Cuco de las reuniones del Comité de Unidad en la oficina de Pedro Bonilla Aybar? ¿ Quien hace hoy conmigo en el recuerdo y caminando junto a Pablo Antonio, la distancia entre La Habana Vieja y La Sierra, para ir a una reunión en casa de Juancito Rodríguez?. Y a quién pregunto ahora por el hijo de Manolo y la novia de Felipe Maduro.
[TCastellanos]
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