Por Ruth Toledano | © BABELIAFuente: mediaIsla, Boletín 1131En 1962 la poeta surrealista francesa Valentine Penrose publicó Erzsebet Bathory, la comtesse sanglante, mezcla de biografía literaria y ensayo histórico sobre la condesa Bathory, que en 1611 fue condenada por el asesinato de seiscientas cincuenta jóvenes. Se cuenta que la condesa, una mujer inteligente y excepcionalmente cultivada para la época, estaba de tal modo obsesionada con la belleza y la juventud que entró en una espiral sin fin de locura y sadismo, aunque hay quienes aseguran que las acusaciones contra ella no fueron, sino el producto de una venganza política. Sea como fuere, la Dama de Csejthe murió emparedada en una mazmorra de su castillo en Transilvania y pasó a convertirse en emblema de la extrema crueldad humana.
Como si se tratara de la secuela de una enfermedad, cuatro años después, en 1966, la poeta argentina Alejandra Pizarnik publicó en la revista Testigo de Buenos Aires una suerte de reseña titulada 'La condesa sangrienta', su propia visión de la aristócrata húngara y de la versión de Penrose, que en 1971 editó como libro el también bonaerense sello Aquarius. Si bien Pizarnik se encuentra entre los varios autores arrastrados por la fascinación hacia Bathory (incluido Julio Cortázar en 62 modelo para armar), su ensayo trasciende la naturaleza del comentario más o menos subyugado para convertirse en un título esencial de la obra en prosa de esta poeta. De algún modo, en él se halla la quintaesencia de su estilo, como ella misma advirtió en sus Diarios.
¿Qué llevó a Alejandra Pizarnik a interesarse por un personaje de tal perversidad? ¿Qué la impulsó a cultivar el género sexual a través de su vinculación con la tortura y la muerte? ¿No tiene algo que ver con su propio tormento el de esas jóvenes, víctimas de la oscuridad y la demencia pero también de la "belleza convulsa" de su verdugo? ¿No se asemejan a la suya la cárcel y el abandono que a su vez sufrió la condesa, la melancolía, la soledad, el laberinto que tienen por destino las "criaturas de la noche"? Alejandra Pizarnik concluye que Erzsebet Bathory "es una prueba más de que la libertad absoluta de la criatura humana es horrible". Y, en su más absoluta libertad, Pizarnik se suicidó muy poco después, en 1972, con tan sólo 36 años.
La exquisita edición de Libros del Zorro Rojo se acerca a este perturbador texto a través de las ilustraciones de Santiago Caruso (Buenos Aires, 1982), quien también ha ilustrado para esta editorial El horror de Dunwich, de H. P. Lovecraft. Certeramente inspirado en la escuela pictórica simbolista, y a través de recursos oníricos, referencias sobrenaturales y una terrorífica irracionalidad, Caruso logra poner cara, con siniestra maestría, a los protagonistas y los fantasmas de esa escena que Pizarnik definió como "
la imagen de una belleza inaceptable".
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