Antonio Muñoz Molina evoca la personalidad y la obra del escritor uruguayo, en el centenario de su nacimiento, ocurrido el 1° de julio de 1909. Para el novelista español, el autor de El astillero, al que conoció hacia el final de su vida, fue una fuerte influencia literaria
Por Juana Libedinsky | © El País – La Nación
Fuente: mediaIsla, Boletín 1131
Dicen que cuando Faulkner murió, en su pueblo natal de Oxford, Mississippi, en el sur de Estados Unidos, las vidrieras de los negocios pusieron un cartel que decía: En memoria de William Faulkner este negocio estará cerrado desde las 2.00 hasta las 2.15 de la tarde, 7 de julio de 1962 . "Es decir, ¡quince minutos sin ganar un mísero cent!", escribió Juan Carlos Onetti, para agregar: "El muerto no podría imaginar un homenaje mayor y más sacrificado que éste de los pequeños gold diggers de su país".
Faulkner, admirado por Onetti, ya había anunciado que buscaba ser "el único individuo del mundo que no hubiera dejado huellas de su pasado". Y, como su gran maestro, Onetti desdeñaba cualquier clase de honores.
"Por eso -aclara Antonio Muñoz Molina- hay que tener mucho cuidado sobre cómo se homenajea a Onetti: ¡es la antítesis del homenajeable!" Autor de la introducción a varias de las novelas de Onetti y, más recientemente, del texto que acompaña una compilación de sus cuentos ("Después de 20 años, éstos me siguen intoxicando y sigo siendo ferozmente sensible a sus efectos", declaró), Muñoz Molina no puede hablar de Onetti sin que una sonrisa ilumine su rostro.
"Gracias por hacerme hablar de algo que me gusta tanto", dice durante el encuentro en un café madrileño. Sin embargo, Muñoz Molina, autor de novelas como El viento de la luna y El jinete polaco , creador de la región imaginaria de Mágina (análoga a la Santa María de Onetti), es consciente de que la difusión del nombre de su admirado autor es restringida. "Onetti tiene algo que es como un antídoto al oficialismo. Es como si segregara algo que rechaza el ser parte del establishment , tanto en su literatura como en su vida. En una charla sobre Onetti que di en Madrid, dije que Onetti es un escritor que nunca habla a la multitud, sino a la persona. Hay poetas o escritores que hablan como con megáfono. Cuando el poeta soviético Yevtushenko fue a dar un recital a Granada, acostumbrado a dar recitales en grandes estadios, no lograba el tono intimista. García Márquez también habla para las masas."
En otra de sus conferencias sobre Onetti, esta vez en la Casa de América, Muñoz Molina fue más allá. "Onetti nos mostró que era posible escribir de cosas terribles y poéticas en voz baja, en un tono menor", dijo. "Aportó a la literatura española y latinoamericana un tono especial para decir las cosas, una posibilidad de escribir sin la retórica tradicional de los autores españoles o la explosiva manera de los latinoamericanos."
—¿Por qué Onetti es poco leído? ¿Se lo considera demasiado difícil?
—Muchos escritores no son para las masas, pero eso depende de la casualidad. En un mundo tan global como éste, las cosas se difunden como en un contagio vírico que no tiene nada que ver con la calidad. Y hay libros que no son fáciles que de pronto tienen una difusión enorme. El tema, la dificultad respecto de Onetti, es que tiene que ser leído con mucho cuidado. Es una obra muy orgánica, cualquier elemento tiene una conexión con todos los elementos en ella. Si lees La casa verde o Cien años de soledad o Pedro Páramo, no necesitas nada fuera de esos libros para entenderlos plenamente. Ahora, si vas a El astillero y no sabes que forma parte de una especie de constelación en la cual está Juntacadáveres, en la que hay referencias que aparecen en La vida breve, o Dejemos hablar al viento, y en los cuentos, no estoy seguro de que los puedas disfrutar plenamente. Onetti te exige una lectura muy intensa, con los cinco sentidos.
—¿Por ejemplo?
—En La vida breve, casi al final, llegan unas personas al reservado de un restaurante y están hablando. Claro, tú estás con ellos porque son los protagonistas, pero de pronto oyen en la habitación de al lado a otras personas. Eso es como en la vida real, aquí estamos hablando pero oímos a este señor que está a la izquierda tomando un café, pero este señor no es parte de nuestra vida, tiene su vida, y lo que él dice no lo comprendemos por falta de contexto. En el libro, eso que se escucha en la otra habitación tiene que ver con el prostíbulo que va a salir en Juntacadáveres muchos años después. Pero sólo después de haber leído Juntacadáveres estás en condiciones de reconocer y entender al personaje que habla en la habitación de al lado. Toda la obra de Onetti forma parte de un mundo que él fue creando y que parecería haber tenido en la cabeza desde el principio, un poco como Balzac, como Faulkner.
—¿Tiene algún libro favorito?
—Por su organicidad, es muy difícil elegir una sola obra. Sólo puedo decir que, a mi juicio, los libros más completos son El astillero y Los adioses. Pero los cuentos son fundamentales...
—Hay quienes opinan que El astillero es una metáfora del decadentismo uruguayo. Otros, que refiere a un decadentismo más de corte argentino.
—Puedo equivocarme, pero creo que para un lector de ahora mismo, El astillero es una fábula tan extraterritorial como El castillo, de Kafka. Eso le da su fuerza tremenda.
—¿Qué pasó con el libro sobre Onetti que usted estaba escribiendo?
—Se me metieron varias novelas entre medio. Ahora estoy bastante optimista, así que espero tener el libro listo para fin de año. Tomo muchas notas a mano; gran parte del libro ya está, pero manuscrito en un cuaderno. Se trata de un ensayo literario confesional, una tentativa de lectura de la obra de Onetti en conexión con su vida y época. También es una reflexión sobre la creación literaria y sobre cómo mi propia creación literaria ha sido influida por él y por la literatura de América latina. No sé, es una especie de libro muy raro...
—¿Leyó el que hizo Vargas Llosa?
—No todavía. Estuve con Vargas Llosa hace dos años, en Bard College al norte del Estado de Nueva York y hablamos mucho de Onetti. Incluso estábamos con unos norteamericanos e hicimos mucho proselitismo. A veces pienso que la idea de hacer el libro le salió de aquellas conversaciones, porque estábamos los dos muy entusiasmados, pero él me tomó ventaja. ¿Vargas sale mucho en el libro? En el libro mío no salgo, salvo como lector. Somos escritores demasiado distintos...
—¿Se puede hacer algo para que Onetti se lea más?
—El año pasado estuve en Cartagena de Indias en una celebración, más bien una megaglorificación, de García Márquez, con mucha palabrería oficial. Los colombianos son muy narcisistas con el idioma español, con lo bien que hablan español, y se estaba haciendo mucha demagogia sobre la necesidad de defender al español del inglés. Cuando me tocó hablar, dije que el enemigo del español no era el inglés sino la pobreza. Esto es lo mismo. ¿Qué hay que hacer para que la gente lea más a Onetti? Hay que tener buenas escuelas públicas y buenas bibliotecas, y así habrá más gente que lea a Onetti. A Onetti, y a Tolstoi, y a Faulkner. No hay un problema específico para leer a Onetti como no lo hay para leer a William Carlos Williams, hay un problema general de pobreza que llega a la educación.
—¿Cómo conoció a Onetti?
—Yo todavía vivía en Granada en 1990 y había venido a Madrid a participar de una mesa redonda sobre Bioy Casares, por quien tenía mucha admiración y quien estaba presente. Al terminar se me acercó una señora y me dijo: "Soy Dolly Onetti, y a mi marido le gustaría conocerte". Al día siguiente yo volvía a Granada en avión y pasé a visitarlos por la casa que ellos tenían camino al aeropuerto. Él estaba bastante enfermo, y después de eso nos escribimos y hablamos por teléfono, pero a mí me daba tanto miedo importunarlo que, mezclado eso con mi timidez, no volví a visitarlo más. Fue una cosa que mantengo muy privada, pero muy emocionante para mí. Onetti me marcó desde siempre. Incluso cuando de joven estaba en el ejército, en esa vida horrorosa, entre mis pocos consuelos estaba el aprenderme los poemas de Borges de memoria para recitar mientras desfilábamos y el haber encontrado, en el primer domingo que me dejaron salir del cuartel en Vitoria, en el escaparate de una librería, Dejemos hablar al viento.
—He leído que Onetti y usted se admiraban profundamente.
—Jamás lo diría así, me parece obsceno...
—Lo dijo Dolly Onetti. En Madrid declaró: "Muñoz Molina adora a Juan. Una vez le pregunté si le gustaría tener el Nobel y me contestó: "Ya lo tuve". "¿Cómo que ya lo tuviste?", le pregunté. Me contestó que su Nobel era la crítica que Juan escribió para El País de Madrid sobre su libro El jinete polaco. El artículo lo tiene encuadrado y colgado en la pared de su lugar de trabajo, en su casa. Ellos son tan faulknerianos que se admiraban mutuamente".
—Si lo decía ella, está permitido. Lo más importante para mí es todo lo que pude aprender del trabajo de Onetti, pero es verdad que fue un orgullo que a él le gustara lo que yo hacía. Recuerdo al principio de mi carrera, la emoción cuando un poeta, Félix Grande, me llamó para decirme que había estado en la casa de Onetti y había visto un libro mío en su mesa de noche. Y efectivamente tengo una reseña que escribió Onetti sobre un libro mío enmarcada y colgada en mi cuarto. No sólo era una reseña, era una defensa, una respuesta a otra reseña que había salido en El País, ¡el diario mismo donde yo escribo!, que no sólo era muy mala sino humillante. Él escribió su respuesta inmediatamente tras leerla.
—Mencionó el Nobel. ¿Cree que Onetti lo debería haber ganado?
—Me parece una vulgaridad lo de los premios, son una cosa que puede estar bien o no; no creo que Onetti sea menos por no haber recibido el Nobel.
—¿Cómo cree que Montevideo y Buenos Aires marcaron a Onetti?
—Tengo una afinidad muy fuerte por lo rioplatense, y no sólo por la literatura, es algo más emocional. Fui dos veces a Montevideo, y tengo allí buenos amigos, pero creo que es importante la dialéctica entre Buenos Aires y Montevideo, ese ir y volver, para comprender la obra de Onetti. Las diferencias eran grandes entre una sociedad tanto más laica como es la uruguaya y otra tanto más clasista y con impronta mucho mayor de la Iglesia como es la argentina. Hoy nadie habla de clases sociales, pero Onetti tiene una impronta de clase muy fuerte. Por ejemplo, cuando él estaba en Buenos Aires, consiguió salir publicado, creo que en el diario Crítica. Pero Onetti era muy pobre y los escritores porteños, girando en torno a Victoria Ocampo, no eran pobres, salvo Roberto Arlt, y no escribían sobre la ciudad que tenían a su alrededor. Entonces yo creo que cuando Onetti se forma como escritor, curiosamente, no tiene influencia de los escritores de allí, solamente tiene influencia de Arlt y del tango, porque considera que allí estaba el habla verdadera. Montevideo luego imprimió en él esa especie de talante pudoroso que tienen los uruguayos en contraposición al talante porteño. Y luego, claro, esa ciudad está como Santa María, donde se sabe mucho sobre las cosas que ocurren, pero se está muy lejos de donde ocurren. Creo que eso se nota mucho en Montevideo. La gente de Montevideo es mucho más cosmopolita que la de Nueva York, pero a la vez los inunda una especie de melancolía de saberse lejos del centro del universo. En Santa María saben que están en la periferia. Eso pasa en muchos sitios: la alternativa es creer que se está en el centro, pero en general, entonces, se está equivocado.
—¿Qué paralelismos encuentra entre Faulkner y Onetti?
—Hay una semejanza obvia, la de la invención de Yoknapatawpha inspirando la de Santa María, con una diferencia importante. En Faulkner ese mundo existe desde siempre, como una extensión del mundo real. Mientras que en Onetti es creado por un personaje, Juan María Brausen, en una novela concreta, La vida breve. Eso implica dos mitos de los orígenes muy distintos entre sí: el de Faulkner es terrenal; el de Onetti, plenamente literario. La otra semejanza obvia es que la trama de cada historia del ciclo de Santa María es parte de una gran novela general. Se subrayan menos otras cosas: en Onetti, como en Faulkner, raramente hay historias contadas en una tercera persona objetiva: toda historia es el relato de alguien, y por lo tanto el narrador está siempre o casi siempre dentro de lo narrado. Y el amor por los débiles y por los dejados de lado. También Faulkner y Onetti son dos escritores ajenos a la mundanidad literaria, apartados del centro geográfico o social en el que suceden las cosas. Faulkner, más aislado aún: escribir en Mississippi no es como hacerlo en Buenos Aires o en Montevideo, sino como en el fondo de la pampa. No nos dejemos engañar por el brillo de los nombres literarios. [giecoleon]
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