…es bello amar el mundo | con los ojos | de los que no han nacido todavía. Otto René Castillo
Por RENÉ RODRÍGUEZ SORIANO | © MEDIAISLA
En "Una modesta proposición destinada a evitar que los niños de Irlanda sean una carga para sus padres y el país", Jonatan Swift entendía que, para reducir el exceso de los mismos, lo viable era cocinarlos y comérselos. "Os perdono –dicen que dijo Luis XV a Charolais, que había matado a un hombre por divertirse–, pero haré lo mismo con el que os mate".
Para Tomás de Quincey –en "El asesinato considerado como una de las bellas artes"–: una vez que el hombre se permite un primer asesinato, está en vías de llegar al colmo de "parecerle nada el robo, y de robar pasa a beber y a no respetar la fiesta del Sábado, y de esto a la descortesía y a la pereza..."
Sin el espacio entre uno y otro, de nada servirían los treinta radios de la rueda; ni el vano contorno de la jarra sin el hueco interior, sigue sentenciando Lao Tse. "Alguien limpia un fusil en la cocina" –proscrito de las leyes de su patria, nos alerta Vallejo–. Mientras, desde la Colina sacra –Sánchez Lamouth, un negro desgraciado–, alza el grito para advertirnos que, "Aunque los cadáveres sean negros, blancos o amarillos […] la guerra es roja. Su sangre sube a Dios entre lágrimas".
De niño, odiaba las vacunas. Como el diablo a la cruz, temblaba ante el advenimiento de los sábados con gajos de naranja, zumos de sen, apasote o aceite de ricino. Odiaba las purgas, los purgantes y las curas de mis tías, en ayunas. Odiaba, cuando se acercaba lentamente desde el valle, el caballito carreta de Francés.
Le temía, ay cuánto le temía, a todo lo que, organizadamente, guardaba en sus alforjas ese viejito con cara de ángel bueno, que se tornaba demonio tan pronto comenzaba a preparar sus jeringas y sus jarabes, para esculcarnos en el patio o en la cocina. Y luego de inyectarnos contra el pasmo, el catarro y las diarreas, otra vez, al tranquilo trote de su mansa bestia, se marchaba. Él era, en cierto modo, una avanzada de las ciencias médicas. Los otros males –viruela, culebrilla, paperas, el mal de ojo y los dolores de muela– los curaban tía Negra, Lubo, Lolo y Margara con ensalmos, unturas y oraciones.
De grande, ya sé que Blacamán el bueno es tan malo como el malo y, mantengo oído sordo contra el odio. Sobre todo, el odio contra el odio, en defensa de la paz. Prefiero estar en guerra contra la peor de las vacunas que es la misma guerra. Y cuestionar, tal vez con las más torpes argumentaciones, las ciencias de la hipocresía, tan viejas como el hambre y la miseria que las mantiene vivas.
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