martes, 3 de febrero de 2009

El Fondo de los Hechos


Los desamparados en una sociedad de desamparados


Por Santo Domingo Guzmán


Hace algún tiempo recibí de manos de un amigo que profesa la religión de los Testigos de Jehová, un ejemplar de la Revista Despertad en la que me atrajo un reportaje sobre las personas desamparadas o sin hogar.1

El citado reportaje me llamó bastante la atención, sobre todo por los diferentes datos que pude leer sobre ésta situación que hoy sufren cientos de miles de personas en diferentes partes del mundo.

Sin embargo, unos momentos más tarde reflexioné sobre la misma situación que se da a diario en nuestras calles. Claro con una gran diferencia y es que mientras en el citado artículo se ofrecían detalles con relación a personas en situaciones de crisis económica que no poseen un hogar que lo albergue.

En nuestras calles ocurre algo similar, pero en este caso son los sin nombre, los menesterosos, los zombis, los dementes; personas que están pasando por una situación de enfermedad mental y que de existir una política seria hacia la ciudadanía por parte del Estado dominicano, los mismos tuvieran atención en centros especializados.

Cada día son más los que aparecen y tal parece que existen quienes estén observando a la provincia San Cristóbal, específicamente el municipio cabecera para depositar semejante “equipaje” y deshacerse de ellos en sus respectivos lugares.

Las razones tal vez sobran y es que muchos de ellos hasta en ocasiones se tornan violentos, amenazando a transeúntes como el caso del cual fui testigo en estos días cuando pasaba frente al ayuntamiento, una joven hacía lo mismo que yo, pero fue interceptada por una mujer que en muchas ocasiones posa desnuda en nuestras calles de Dios, la cual la arrojó al suelo y de no ser por un grupo de ciudadanos que acudimos en auxilio de la pobre muchacha que resultó ser evangélica, no se sabe que hubiese sido de ella.

Existen lugares en los que es todo lo contrario, por ejemplo en el pueblo de Cambita, existían unos cuantos de ellos que ya la población lo había asumido como parte del diario vivir, lo pintoresco y los cuales eran usados hasta para alegrar el ambiente y dar un toque de humor a la vida.

Puedo recordar por apodo a algunos de ellos como son los casos de Melo el chofer, Rafael, Pastor, Canda, Topoyillo, entre otros que no me llegan ahora a la memoria.

Todos estos que he citado murieron violentamente en la mayoría de los casos, mientras que en otros como el caso de Melo, desapareció como por arte de magia, solo conociéndose un rumor que dice que fue muerto en un accidente en la zona Sur adonde acudía en su trajín de chofer de un vehículo imaginario con una “casuela” como volante.

Rafael murió por una caída de un caballo, mientras hacía piruetas para hacer reír a contertulios y con él se quedó sepultada la risa y los momentos de alegría que dejaban sus ocurrencias. Este era usado por los políticos hasta para hacer travesuras y payasadas a contrarios.

Pastor fue muerto a cuchilladas por un sujeto conocido como El Yerry, mientras que Canda murió en un accidente cuando fue envestida por una motocicleta.

Uno de los últimos casos lo constituye el de Topoyillo, quien fue muerto de un balazo a manos de un policía en uno de los hechos bochornosos ocurridos en Cambita.

El caso es que, mientras en Cambita son perseguidos, usados, explotados y desaparecidos, en San Cristóbal aparecen como por arte de magia y como traídos de otro planeta y su número aumenta vertiginosamente y para dolor de cabeza de los mismos transeúntes que tienen que soportar como de castigo, la más ignominiosa de las condiciones humanas.

El reportaje de la citada revista refiere al final una esperanza para los desamparados, esperanza que está cifrada en la constitución de un reino imperecedero implantado por el Dios creador (Jehová).

Esto podría ser un buen argumento para esconder la ineptitud de un Estado que con ello se ha declarado incompetente para proteger a la ciudadanía con lo que estaríamos todos en la misma condición de desamparo, solo que algunos todavía conservamos cierta cordura.

1.-Revista Despertad, 8 de diciembre de 2005

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