Por Nieves y Miro Fuenzalida | © mediaIsla
El concepto del mal entra en el discurso político contemporáneo cuando Ronald Reagan empezó a hablar del imperio del mal, refiriéndose a la Unión Soviética y G.W Bush, del eje del mal, al referirse a Irak, Irán Siria y Corea del Norte. El argumento del mal, no importa cuanto se secularice, tiene raíces cristianas. Desde su origen mismo el cristianismo ha afirmado la existencia de poderosas fuerzas demoníacas independientes que funcionan tanto en el mundo natural como en el mundo político. Históricamente la mezcla de la religión con la política siempre ha sido problemática al considerar al oponente no solo equivocado, sino diabólico. El argumento contiene un doble filo… puede ser tremendamente poderoso en motivar y movilizar a la gente para la acción y, también, puede ser extremadamente corrosivo al socavar la posibilidad de una oposición política. La doctrina Bush, declarada la filosofía oficial de la política norteamericana internacional, se basa en la lógica paranoica del control total sobre posibles amenazas futuras que justifica ataques preventivos en contra del terrorismo fundamentalista. El problema con esta lógica es presuponer que el peligro futuro se puede tratar como algo que ya ha ocurrido. Y al final del día, en lugar de encontrar la seguridad prometida, nos encontramos con un estado de alerta permanente en donde todos somos sospechosos.
Desde un punto de vista empírico el Mal no proviene de fuerzas cósmicas, sino de causas históricas específicas. Osama bin Laden, por ejemplo, fue creado por los Estados Unidos como parte de la guerra en contra del comunismo. Durante la Guerra del Golfo, Bin Laden le ofreció a Arabia Saudita sus servicios para pelear en contra de Irak. Los suicidas que atacan a Israel son el contra golpe de la decisión de Israel en 1970 de ayudar al fortalecimiento de los Palestinos Musulmanes en contra de la Organización de Liberación Palestina.
Después del holocausto, esa dramática explosión del mal que ocurrió en los campos de concentración nazistas en la segunda guerra mundial, el Mal se escurre en los pliegues de la democracia liberal al legitimar un orden social cuya logica burocrática anónima, lo que Hannah Arendt llamaba la banalidad del Mal, genera campos de concentración y masacres. El ataque a N. York, el 11 de Septiembre del 2001, rompe la banalidad del Mal. Una organización fanática planea un ataque terrorista cuya intención fue matar a miles de civiles, victimas inocentes elegidas al azahar ¿Qué tipo de Mal es este? Comúnmente, al hablar de los diferentes modos en que el mal se presenta, se menciona el mal idealista totalitario, el terror revolucionario que se despliega con las mejores intenciones. El mal autoritario, cuyo objetivo es la simple corrupción y el poder sin ningún fin superior. El mal banal causado por las estructuras burocráticas anónimas. Y el mal terrorista fundamentalista que busca el daño masivo destinado a causar miedo y pánico.
¿En lugar de hablar del mal, no seria preferible hablar de lo negativo? Tradicionalmente el mal se ha ubicado en el ámbito de la moral, del sufrimiento, la imperfección y el pecado. Lo negativo, en cambio, se ubica en el ámbito de la funcionalidad, de lo que tiene relación con el curso del mundo, de como este opera. El mal supone una dualidad cuyos dos términos se conciben como mutuamente externos (el mal y el bien). Es por esto que todavía podemos imaginar el reino del Bien una vez que el mal se elimine. Cualquier forma que el Mal adopte siempre se presenta como un punto de resistencia, un bloqueo que no tiene lugar en la coherencia del sistema social y que debe ser erradicado por un acto de la voluntad. Lo negativo, en cambio, es una polaridad cuya diferencia es interna al sistema. Lo positivo siempre implica algo negativo y es inconcebible sin el.
La globalización, este nuevo sistema internacional, ha cambiado las condiciones de lo negativo. Comúnmente este designaba lo otro. El sistema mundial durante la guerra fría se dividía en dos áreas que se contraponían mutuamente. El otro era el bloque soviético para unos o el capitalismo occidental para otros. Desde el momento en que la globalización ha hecho desaparecer la exterioridad que permitía canalizar lo negativo este se ha internalizado y reprimido. Ya no funciona abiertamente, sino en secreto. Su nombre, ahora, es terrorismo o violencia urbana, que son otros nombres para la internalizacion y diseminación de lo negativo.
Si las viejas estrategias hoy ya no funcionan… ¿no será debido al hecho de que el terrorismo y la violencia no pueden ser interpretados solamente en términos morales o principios sociológicos, ni tampoco pueden ser reducidos a cuestiones puramente ideológicas o tratados simplemente como fenómenos secundarios y transitorios? Si este es el caso tendríamos, entonces, que pensar en nuevas salidas para lo negativo. Si hay algo claro en las democracias occidentales es que son disfuncionales, inoperantes e incapaces de comprometer al pueblo. El consenso centrista, ese lugar común que la larga cadena de lideres occidentales ha venido persiguiendo, y que hoy Obama lo ha erigido en un nuevo fetiche, silencia la política de los opuestos desembocando en actitudes superficiales que no dejan ninguna posibilidad de cambio real. Lo que este consenso ignora es que el poder y el antagonismo son constitutivos de todo ser y, por tanto, inerradicables. Con lo que nos encontramos eternamente es con procesos de constitución y descontitucion social en donde las fronteras de lo social siempre están sujetas a negociaciones y fluctuaciones. Política es tomar decisiones. El presidente Obama, mas temprano que tarde, tendrá que decidir. Y toda decisión implica, necesariamente, la aceptación de algo y el rechazo de algo.
Lo negativo contiene una cierta fecundidad que nos obliga a repensar su destino y distinguir entre aquella negatividad que destruye y nada produce y aquella negatividad que podría ser capaz de generar tensión, de elevar, de innovar e intensificar. Tenemos que distinguir los diferentes senderos en el nuevo contexto mundial en donde lo negativo, en lugar de ser eliminado, pueda servir para activar y poner en movimiento algo nuevo, extraer nuevas perspectivas desde las cuales lo que aparece como malo pueda revelar potenciales inimaginados. Con la institucionalización centrista de la izquierda-derecha y el abandono de la política antagónica de los partidos socialistas la división entre izquierda y derecha se hace borrosa al ser incapaz de expresar la dicotomía social. Pareciera que solo el populismo de derecha (Lepen en Francia, Buchanan en EEUU) o de izquierda (Chávez en Venezuela, Morales en Bolivia) fueran los únicos capaces de reconocer los conflictos básicos que definen lo social. En lugar de la búsqueda del consenso que deja la homogeneidad básica del sistema capitalista mundial intacta deberíamos afirmar la disensión. Existe un abismo entre la administración de las "cuestiones sociales" que siempre permanece dentro del marco de lo ya existente y un acto político renovador. Este no es simplemente algo que funciona dentro del "sistema". Por el contrario, este es un acto cuyo objetivo es cambiar el verdadero marco que determina como las cosas funcionan… la cuestión es… ¿Cómo organizamos la disensión?
[nievesmiro@sympatico.ca]
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