En abril, infancias mil la vida es viajar e interactuar con el modosito mundo culto y bien amoblado de los adultos. Zarandear, cuestionar y contrapuntear contra cánones y convenciones sociales y culturales.
Por René Rodríguez Soriano | © mediaIsla
Mal contadas, suman diez las historias que se ovillan y desmadejan en todo el entramado que recorre Maryse Renaud en su En abril, historias mil (Corregidor, 2007). Mas, a medida que uno se adentra en las aparentemente calmas páginas del libro, va desentrañando el laberíntico tejido o los mil y un caminos que recorre la pequeña Scherezade de la que se vale la autora para situarnos frente a un espejo que, sin el menor desparpajo, nos devuelve una imagen realmente deformada de lo que es o aparenta ser el circunspecto mundo de los adultos; mundo a través del cual, a fuerza de alusiones, elusiones y elisiones pretendemos mantener a raya y defendernos de las calvas y desmelenadas preguntas con las cuales desestabilizan y tornan patas arriba, más de cien veces al día, nuestro estirado y cuadriculado orden.
Los diccionarios, los manuales de geografía, los barcos, los aviones, los taxistas, los entomólogos, los ornitólogos, el aire, los continentes y hasta los valles y los bosques —con sus duendes, sus pájaros y sus fieras reales e inventadas—, ni siquiera la mar salada y hasta Dios, en su insondable inmensidad, son capaces de contener la desbordada imaginación infantil, parece decirnos la autora martiniqueña a través de la real historia que aparenta estar ausente en todas las historias que se cruzan, entrecruzan e interrelacionan en estos relatos donde la visión tamizada de una niña que no ha querido, como dice la canción, quedarse "sentada donde está", nos devuelve una verdad proporcionalmente inversa a la que hemos querido proyectar y, sobre todo, enseñar desde el púlpito, la cátedra o las tardes de costura o de té:
y se agita en el asiento fingiendo empuñar un catalejo, olvidada de los modales que pugnan por inculcarle sus padres austeros. (Pág. 46)
…qué se creen ellos, que soy una estúpida y no comprendo sus estrategias, que no sé distinguir quién me dice niña con verdadero cariño, de los que me tratan con condescendencia o intentan, infantilizándome arbitrariamente, rejuvenecerse a sí mismos… (Pág. 61)
Qué mentalidad más borreguil, como diría mi papá, la de los adultos. (Pág. 84)
Y mil firmas más. A todo lo largo y ancho de la geografía por la que camina, navega, vuela o transita la niña, pacen y se encrespan cientos de alusiones y guiños contra los cánones establecidos de las buenas costumbres, la moral y la hipocresía (partido, iglesia, logia y el Estado incluidos). Porque En abril, infancias mil la vida es viajar e interactuar con el modosito mundo culto y bien amoblado de los adultos. Zarandear, cuestionar y contrapuntear contra cánones y convenciones sociales y culturales: el racismo, el poder y todo lo que se dice o no se dice, pero se entrevé o se escucha del otro lado de las paredes que, obviamente, tienen oídos y grandes.
De Madrid a Santa Marta, de Jarabacoa a Fort-de-France, en un parloteo increíble, la niña viaja y cuestiona, viaja y escribe; escucha, anota, contrasta y se cartea con la abuela y con las amigas y dialoga sobre todo con la memoria, con la memoria de lo palpado y lo escuchado entre bambalinas y a plena luz del día. La niña observa y nos devuelve en los múltiples espejos un arsenal de postales y cartas fragantes, llenas de contrastes: la nieve, el sol, el mar y las distintas formas de bailar el son en el Caribe y sus afluentes (con la gente, por supuesto, con su Dios y sus miserias). Porque la música, igual que la literatura constituye una pieza fundamental de esta aventura dialógica en la cual participan a sus anchas, además de los personajes que interactúan con la empedernida viajera de Maryse, los entrañables personajes de las lecturas que han sido y son claves en la formación literaria de la autora: Onetti, Arlt, Darío, Marguerite Duras, Felisberto Hernández, Neruda, Bécquer y todo el azul de Gauguin y un poco más.
Vistas así, en su conjunto, las diez historias que dan cuerpo a En abril, infancias mil, fueron escritas y pensadas como un armónico orfeón que saca a flote todos los colores, todos los sonidos, todas las lenguas, refranes y creencias que pueblan el Caribe antillano que las vio nacer de la mano de Maryse Renaud, en ese constante vagar desde las islas hasta tierra firme. De ahí que la niña, con su ojo de niña, advierta la infinita gama de grises que median entre el blanco y el negro para revelarnos lo que probablemente no cuenta en las historias que continuamente nos contamos los adultos: lo conveniente y lo inconveniente de decir o no decir lo que en su momento no conviene a las reales o inventadas conveniencias, por ejemplo.
Y cómo voy a tener reloj si no hice la primera comunión. (Pág. 24)
Abuelita, ¿hablo fino, si o no? Ya ves que me esfuerzo por seguir tus consejos, nada de expresarse como los del montón… (Pág. 68)
…tremenda cosa es la educación o, mejor dicho, seamos sinceros, la timidez. (Pág. 79)
Y así, yendo de lo divino a lo profano, utilizando a nuestra aparentemente ingenua Scherezade como voz, la autora, haciendo uso de los más elementales recursos de expresión, nos cuenta, nos lleva y nos trae de un lado a otro de los mares y las plazas para enrostrarnos un sinnúmero de culpabilidades de omisión y de comisión. Culpabilidades de las cuales no salen muy bien paradas la mayoría de nuestras más prestigiosos instituciones, incluidas, por supuesto, las tan manoseadas normas y parámetros que sirven de base y sostén a las poderosas editoriales para saber y dictar no sólo qué podemos y debemos leer, sino qué y sobre qué deben escribir quienes ellos consideran que tienen y pueden decir lo que ellos quieren que se lea. Total, que es lo mismo en París o en Borneo. Si te arriesgas y quieres ver "la descomunal belleza de un mundo mestizo en que se funden las geografías y los seres", tendrás que viajar de polizón o en las calderas del diablo y leerte adentro de ti, desde ti mismo a través de tus mil y una infancias. [René Rodríguez Soriano]
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