Hasta la última frontera social, moral y literaria ha ido el escritor leonés en Los confines. Una apuesta por el amor consentido entre dos hermanos y un homenaje a la mujer
Por WINSTON MANRIQUE SABOGAL | © BABELIA
Fuente: mediaIsla.net, Boletín 1125
Se sienta de espaldas al sol y empieza a leer con voz nerviosa: "Nuestro mundo es un mundo desencantado, como decía Max Weber. No creemos en la providencia ni en la intencionalidad de la naturaleza, y por eso la novela no debería ser desalojada de nuestras vidas. Pues si la vida humana es lo que no tiene sentido, la novela es la instancia en la que acaso trata de restablecerlo, a través de la verosimilitud...", y la voz de Andrés Trapiello se torna más segura a medida que avanza en la lectura de este prólogo-manifiesto sobre los lindes de la ficción y la realidad, ante "los peligros de los escritores de poetizar la Historia". Así empieza Trapiello la entrevista por su novela Los confines (Destino), que le genera un poco de nerviosismo por el tema abordado. Ha ido hasta una de las últimas fronteras sociales, morales, históricas y literarias donde reinan lo prohibido, la culpa y el pecado invadidos de prejuicios en todas las culturas: el incesto.
Pero en la novela, como amor verdadero entre dos hermanos que lo desafían todo.
La arrogancia del sol matutino que entra por la puerta del balcón borra los colores del piso de Trapiello en Madrid. Una luminosidad potenciada por las paredes blancas, el sofá marfil, un suelo de madera claro y algunos cuadros dan al salón un aire monacal. Trapiello ha robado muchas horas a la escritura de su serie Salón de pasos perdidos (van 15 tomos) para mirar de frente este tabú "sin hacer apología". Habla sentado de espaldas al balcón, al sol, al Oriente. Junto a un rinconcito literario precedido por un espejo de agua del siglo XVIII que refleja la realidad como en un estanque rizado por la brisa y que parece visualizar sus reflexiones sobre "la confusión entre los géneros". "Por eso he tratado de escribir mis novelas en el territorio de la pura ficción", insiste este poeta, ensayista y novelista nacido en Manzaneda de Torío (León) hace 56 años, que en su nueva obra juega todas las cartas a un amor polémico. No en vano, Max, uno de los protagonistas, advierte que probará "que no hay ni mal ni bien en todo esto. Que la suma del mal y del bien es la inocencia".
—¿Cuál es el sentido de Los confines?
—Es una novela de la vida, no sobre el incesto. Sus protagonistas mantienen una relación incestuosa, puesto que son hermanos, pero lo que nos atañe a todos no es el incesto sino el amor que sienten. El incesto sólo les incumbe a ellos, pero el amor nos incumbe a todos. Por lo demás, no he querido hacer un tratado sobre el incesto, ya que no soy ni antropólogo ni sociólogo ni psicólogo, sólo soy un novelista.
—Pero es la espina dorsal del libro y todo en él va y viene por esa relación.
—Sí, aunque cuanto menos sepa el lector, menos prejuzgará la novela, que no dilucida el origen del incesto sino que muestra cómo dos hermanos sufren su prohibición y los prejuicios de un amor al límite. La naturaleza no conoce la moral, y el incesto es un estado de naturaleza, incluso la Iglesia católica tendría que explicar muchas cosas. Pero insisto, no he escrito un tratado sobre el incesto, aunque su prohibición marca, según Lévi-Strauss, el paso del estado de naturaleza a la cultura y, como señalan algunas feministas, esta teoría es en realidad la descripción acrítica del patriarcado, y el patriarcado está en el origen del machismo, y el machismo directamente relacionado con la violencia de género. Para otros, el tabú del incesto es incluso anterior a la cultura, con un origen genético.
—¿Estaría de acuerdo con los dos hermanos alemanes que son pareja y que piden que se cambien las leyes para que sea legal su matrimonio?
—No haría una única ley de excepcionalidad, pero lo que sí haría es que la ley no los persiguiera. Hay que aceptar que eso es posible y que forma parte de la vida.
—En Los confines hay una especie de vuelta al paraíso donde lo que prima es el amor y no el solo deseo sexual, ¿intenta explicar o comprender el incesto en una relación consentida e igualitaria por ambas partes?
—En mi novela, por circunstancias especiales, todo sucede muy lejos de donde los personajes viven habitualmente. Ocurre en un país del trópico, en el sentido de que es lo más parecido al paraíso, en los confines. Ahí tiene lugar la conquista de ese paraíso que ellos dos buscan, es una razón importante del título y de la tesis de la novela, eso es posible porque ha ocurrido lejos. El viaje es tan popular porque nos aleja de la vida cotidiana y sentimos que nos acerca al paraíso. Ese lugar es justamente el estado primigenio de naturaleza, y ahí es donde puede darse la inocencia completa y absoluta donde se vive al margen de la moral, donde el paraíso es el estado incestuoso por antonomasia, donde el incesto no está culpabilizado y donde estos personajes se encuentran y, por varias circunstancias, cristaliza.
—Es curioso que sea un escritor español quien escriba del incesto, en cuyo país no se ha tratado de manera central, y tenga que situarlo en el trópico donde sí ha sido abordado por autores como Rulfo, Sábato, Vargas Llosa, Cortázar o García Márquez.
—No conozco todo lo que se ha escrito al respecto, pero sí tengo la idea de que cuando el incesto aparece en la literatura suele ser entre primos, sobrino y tía, padre e hija, pero de manera un tanto tangencial, y ocasional, con malas conciencias.
—En Cien años de soledad, de García Márquez, es un hecho esencial y natural con un rosario de relaciones incestuosas de toda índole, menos por amor salvo al final, aunque ya es demasiado tarde.
—No recuerdo nada de Cien años de soledad, ni tengo interés en hacerlo. Lo que me parece que hace diferente mi novela es justamente el abordar un hecho como éste con dos personas que lo viven plenamente y reivindican la felicidad en este mundo, sin esconderse.
—¿Por qué el nacimiento de un amor así en tierras del realismo mágico en un libro donde, además, hay varias relaciones prohibidas?, ¿no bastaba con el incesto?
—Esta novela no es un catálogo de vicios. Me importaba situarla en un país que podía ser identificable y, al margen de la relación principal, citar un caso de una permisividad que hay no sólo en Europa, sino una mayor que hay con la pederastia y el proxenetismo pederasta. En esos países que son paradisiacos la gente tiende a confundir que como es un paraíso, es un paraíso para todo, pero el paraíso es sólo para quienes lo merecen. Hay límites en el deseo y no todos deben poder realizarse.
—El libro parece dejar la sensación de que en el trópico la gente es más permisiva con estas relaciones, ¿lo cree usted?
—Hay más tolerancia, más indiferencia y, sobre todo, más explotación. Los grados de confusión entre tolerancia y libertad son grandísimos, y muchos creen que todo está permitido; a lo que hay que sumar que son países enormemente machistas, discriminatorios y con unas conquistas muy deficientes de los derechos de los niños, los homosexuales, etcétera. Por no hablar de Cuba, donde los homosexuales están en la cárcel pero puedes acostarte con una chica de 14 años. Son países que responden a tipos antropológicamente machistas. Eso es lo que la novela trata de decir; en ese sentido es una novela feminista porque las mujeres son dueñas de su cuerpo. A América se organizan viajes sexuales, es una forma más de vida, pero no por tolerancia de su gente sino por falta de desarrollo de los derechos.
—Pero basta ver los casos de pederastia y turismo sexual para saber de dónde son mayoritariamente las personas a las cuales se refiere.
—Son de países del Primer Mundo que van al Tercer Mundo, donde la legislación está menos desarrollada, donde se amparan menos los derechos de la gente. Por eso, cuando dicen que se van a acostar con una niña, la verdad es que se van a acostar con la miseria. Y eso no es porque el Tercer Mundo sea más liberal o permisivo, no, las que son más permisivas son las leyes.
—¿Cuál ha sido el resorte para escribir del incesto?
—El de una historia real muy conocida en España cuando yo era joven. El resorte fue ver que la vida está llena de estos casos que no se abordan porque la gente le tiene muchísimo miedo al incesto, aunque sea infundado. Creo que es Claudia la que dice: "Nosotros ya no vivimos entre clanes, ya no intercambiamos mujeres, somos seres plenos". Esto es lo que subyace en la novela.
—¿Por qué una mujer como narradora?
—Porque las mujeres no han tenido voz y cuando se ha hablado de ellas normalmente es un hombre el que les da esa voz. En el siglo XIX los novelistas acababan siempre haciéndoles pagar sus supuestos errores, como Madame Bovary, Fortunata y Anna Karenina. Así que me propuse contar una historia de amor en relación con la reciprocidad e igualdad, narrada desde la perspectiva de una mujer consciente del peligro que es vivir en ese grado de libertad absoluta que sólo alcanza porque es parte también de la más ideal de las igualdades, la de la fraternidad. Y he hecho un guiño cervantino en la manera de narrar de la protagonista.
—¿Ha sido difícil o complicado dar vida a esa voz femenina?
—Teniendo en cuenta que somos hombre y mujer, que hay un componente femenino en los hombres y masculino en las mujeres, es sencillo si dejas hablar con naturalidad a la parte femenina que tiene uno. El novelista cuando escribe tiene el género de novelista, no de mujer ni de hombre.
—En la novela se dice que la felicidad escribe páginas en blanco. ¿Es así?
—No. La felicidad escribe páginas memorables, lo que pasa es que hay que tratar de saber leerlas. Vivimos en una época en la que la felicidad ha sido demonizada y tiene un gran descrédito como consecuencia de muchas cosas razonables como el genocidio o el Gulag. Históricamente, parecería que somos culpables si tendemos a la felicidad, y no sólo no ha sido demonizada sino que ha sido ridiculizada. Y sí, ha escrito muchas páginas en las que no hemos sabido ni querido leer, pero, al contrario, queremos escribir páginas de felicidad.
—¿Cree, como Nietzsche, citado en la novela, que el arte vale más que la verdad?
—Sí, pero no es una verdad ontológica. La interpretación que hace Nietzsche de la palabra verdad es la verdad científica, lo demostrable. El arte vale más que lo demostrable, y por eso el amor no se puede explicar por un tránsito de fluidos ni de neurotransmisores, esa verdad científica no explica el amor. Lo explica la novela que es más que la ciencia, y en ese sentido lo que Nietzsche viene a decir es que la novela o el arte son más que la verdad
... Y retornan como un eco las palabras con las que Andrés Trapiello terminaba el prólogo-manifiesto de esta entrevista cuando recordaba la frase de Stendhal que sirve de epígrafe a Los confines porque, según explica Trapiello, "el amor únicamente puede ser abordado en una novela. Es lo que puede dar sentido a una vida, lo que justifica incluso que queramos vivir en los límites". -
[fontanamoncada]
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