lunes, 18 de mayo de 2009

Rodríguez Soriano: Escribir es una toma de posición política


Antes de conocer a René Rodríguez Soriano conocí sus palabras, leyendo unas columnas que publicaba sobre asuntos literarios. Uno sabe por la calidad de las oraciones cuando alguien ve al lenguaje como algo más que una herramienta. Hay un cuidado especial en cómo una palabra lleva a la otra y cómo todo ello busca un sentido que a veces es demasiado personal para ser claro.


Por Víctor Manuel Ramos | © Libro Abierto
Fuente: mediaIsla.net, Boletín 1125

Por eso inicié una correspondencia con él que me llevó a descubrir sus escritos --sobre todo sus cuentos-- y después de eso hemos cruzado caminos un par de veces. A mi juicio, Rodríguez Soriano es un ente literario que sueña, desayuna, respira y suspira palabras todo el día. Todo lo demás es secundario, a menos que encuentre expresión a través del lenguaje.

Esa impresión queda cuando uno le lee -- que más allá de cualquier trama, de cualquier estructura literaria, está el esmero de la expresión. Su última novela «El mal del tiempo» se ha publicado recientemente, tras reconocérsele con el Premio de Novela UCE 2007, otorgado por la Universidad Central del Este en República Dominicana, el país que es nuestro común punto de origen.

Esta novela, que se presenta a manera de diario de un personaje --o colectividad, según el autor-- llamado Javier, incursiona en temas de la sociedad dominicana y su disfunción, como la describe así en uno de los apuntes del diario: "Mi pueblo es una ilusión, es algo y no es nada. Mi pueblo está dormido, hundido, confundido, engañado, maltratado, alienado. Mi pueblo es un niño de Gualey, de Los Guandules, un niño con hambre y con frío."

Aquí presento a Rodríguez Soriano con sus propias palabras.

—René, tu novela El mal del tiempo ganó el Premio de Novela de la Universidad Central del Este. El veredicto de los jueces decía que "la utilización de un 'yo' poético" en la novela sirvió para actualizar la memoria de un tiempo en República Dominicana. ¿Era eso lo que te proponías al emprender este escrito?

—Proponer, no me proponía nada. El mal del tiempo es una intervención en un tiempo y un espacio, un texto que desde el primer momento fue concebido con el propósito de ser o parecer literatura; nada más. Después de ahí, el lector desde su más libérrima poltrona disecciona, lee, esculca y ve o deja de ver infinitas connotaciones y denotaciones que la mayoría de las veces vienen o rondan por los alrededores de su mundo o sus fantasmas.

—Mi impresión de Javier, el personaje principal de El mal del tiempo es de alguien que vive en agonía. Él mismo se describe como "un poema trunco, inconcluso" en una de las anotaciones de sus cuadernos. ¿Por qué te atrae este tipo de personaje y qué deseas plasmar a través de él?

—Javier, un muchacho que llega de provincias a una ciudad llena de luces (en los momentos que no hay apagones, por supuesto), quizás no sea ni siquiera un personaje, resultando algo así como toda una colectividad, un conjunto acogotado por la rapacería y la represión que campea en un poblado o un país que concurrió más de una vez a unas elecciones celebradamente limpias… O simplemente, es un espejo que refleja una realidad que de tan burda y chata nos da la impresión de que es agónica e inconclusa. Ni me atrae ni lo rechazo, Javier no fue impuesto en ese limbo donde mora; personaje y panorama son uno mismo que se intercambian y se retroalimentan en la medida en el que el poder y los resortes del poder se lo permiten.

—Hay un personaje, o más bien una presencia oscura, en tu novela que francamente me envió al diccionario y la enciclopedia, buscando significados. Le llamas el auriga. Según averigüé es el mito de "el carrocero" entre los griegos; hijo de Vulcano y Minerva, alguien que conduce esta carroza celestial de cuatro caballos. Lo representas de manera despectiva, ese "auriga y su rasquiñoso coro de títeres" en el Palacio Nacional. De ello deduzco que hablas del presidente -- y qué otro presidente hubo en esos tiempos que no fuera el caudillo Joaquín Balaguer. ¿Por qué recurres al mito para representarlo? ¿Es este libro una crítica de la vida bajo su gobierno?

—Creo que ese conductor, de taimada voz de trueno, puede estar envuelto en las más oscuras artimañas, pero él, su presencia siniestra, no es oscura en todo el trayecto de El mal del tiempo. Es el mal mismo el auriga, él genera, propicia, administra, multiplica y reparte el mal. Él y no otro personaje es el opuesto de Javier —diría yo que el carcelero y el verdugo—, la fuerza oculta que no se nombra. Sólo él en su carro de fuego conduce los destinos de los demás hacia las piras que mantienen vivas sus alabarderos y sabuesos. Como ya te dije, El mal del tiempo es algo así como una intervención o una lectura en un tiempo y un espacio determinados, sus personajes nacen, crecen, sienten y padecen los ramalazos de los vientos que rondan sus alrededores.

—El asesinato del periodista Gregorio García Castro, que murió acribillado a balazos cuando se oponía a la reelección de Balaguer, aparece como una referencia en El mal del tiempo. Es como si, igual que uno de los personajes expresa al final de la novela, quisieras decir cosas sin decirlas, personalizando la historia a manera de diario. ¿Me equivoco? ¿Por qué estos hechos y esta manera no-lineal y altamente subjetiva de contarlos?

—Javier, quien a tu juicio es alguien que vive en constante agonía, es estudiante de periodismo (más de una vez lo dice y lo deja dicho en sus afanes de anotar y dejar constancia del tiempo que le toca vivir), por lo tanto, es un lector enfermizo de la prensa y asiduo de los noticieros de la radio; su vida gira en torno a los titulares y a lo que dice o insinúa la radio, la prensa o la televisión. No olvides que Javier, como todos los moradores de ese espacio o tiempo se encuentra dominado y encerrado en una especie de cápsula donde nadie se fía de nadie y todos sospechan de todos. El mal del tiempo es una especie de extraño diario que cuenta, un poco entrelineada o disfrazada, la historia de ese lugar y esa gente que, pese a sentirse acogotada y presionada por las garras de un despótico bufón y sus gendarmes, siente la necesidad de sacudirse y liberarse del oprobioso fardo que la aplasta. El ambiente denso, los puestos de revisión, escarceo y censura apostados en cada esquina impiden que la gente se desplace, comente o cuente lo que en realidad sucede allí.

—El tema político domina la literatura dominicana. Ya sabemos todo lo que se ha escrito sobre la dictadura de Trujillo y hay otros intentos de documentar los años de Balaguer. Recuerdo la novela Los que falsificaron la firma de Dios de Viriato Sención, por ejemplo, que también se refiere a Balaguer sin mencionarlo por nombre. Y tú vuelves aquí al tema. ¿Por qué este enfoque en los gobiernos, los gobernantes, los gobernados y sus fracasos? ¿Es la política el síntoma principal de este "mal del tiempo" que tratas de expresar?

—En El mal del tiempo cuenta todo, nada aparece allí por azar o pura complacencia entre el autor, los editores y los diseñadores del libro. Ya desde el primer epígrafe Antonio Tabuchi nos advierte: "del mal del tiempo le había quedado la costumbre de invertir los hechos, de modo que contaba comenzando por el final y remontando hasta el principio, o mezclando caóticamente las historias más diversas." Y los epígrafes, precisamente, juegan un papel importantísimo dentro del cuadro general que conforma el libro. Escribir o no escribir la novela es ya en sí una toma de posición política; pero en nuestro caso, más que de política, yo te diría que la escritura o la novela se revelan contra el poder omnímodo que corroe y corrompe todo para perpetuarse por encima de leyes y principios. Ese poder que, desde tiempos inmemoriales, se ha mantenido bajo la mano artera de tres o cuatro familias honorables.

—He notado en este libro y en tu novela anterior, Queda la música, y en tus cuentos, que hay una influencia fuerte de la música, de cantantes que parecen rondar tu cabeza con sus voces. Explícanos por qué.

—Creo que ya lo he dicho alguna vez: soy caribeño, nada sonoro me es ajeno. Tal vez por el cansancio de las tardes hondas y esos domingos sin gallera ni congas, la música deviene en algo así como el bálsamo que nos salva del tedio y la fatiga de esas aburridas jornadas mal pagadas.

—Vives en Miami, Florida, pero sigues escribiendo desde la dominicanidad. ¿Como es, para ti, esta experiencia de ser escritor en el destierro? ¿Qué viniste a buscar por estos lados? ¿Lo has encontrado?

—Se escribe con una sobredosis de rabia y de pasión, se escribe desde adentro de uno mismo, desde donde se le encabritan y se domestican todas las fieras; siempre veré todos los colores y todos los lugares con los mismos ojos con los que, por primera vez, vi aparecer y desaparecer más de una vez al inmenso Maravilla, correteando a las novillas por el florecido yaragual.

—Sé que los lectores y los autores ven la experiencia de un libro de manera diferente. ¿Qué has aprendido tú de escribir esta novela?

—Más que nada, aprendí a nadar más allá, hasta donde nadan los patos más sabios y despreocupados y, sobre todo, a ver desde afuera como la ciudad llena de oficinistas apurados, veloces autos y altos edificios, se baña sin prejuicios en lo más hondo y respira plácida y serena sin alborotar la paz de la laguna.

—Y mirando hacia adelante, qué temas te fascinan ahora, ¿sobre qué escribes?

—Los mismos de siempre, el asombro y sus alrededores; la vida vertiginosa y frágil que rueda por las sendas y caminos de la imaginación y del encanto y sus encantos.
[Víctor Manuel Ramos]

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