miércoles, 5 de agosto de 2009

El juego de la escritura de Luis Alberto Miranda


Por Julio Pino Miyar | © mediaIsla

El escritor Luis Alberto Miranda, radicado en Fort Lauderdale, Florida, es descendiente del general Francisco de Miranda, el llamado "Precursor", en la primera mitad del siglo XIX, de la Independencia de América del Sur. Una ilustre figura a la que la memoria histórica y el imaginario latinoamericano han conferido un lugar un tanto ambiguo -anfibológico- en el discurso de la tradición secular.

No existe en nuestras naciones una separación diáfana entre leyenda e historiografía. Por el contrario, casi siempre el gran imaginario continental termina poniéndole cerco a la razón cultural, resignificando los contenidos de la historia y el papel que en ella jugaron las grandes personalidades. La historia individual del Generalísimo es altamente ilustrativa de esta mixtura entre leyenda y fundamentos históricos. Por medio de la historia se trasciende a ese sueño humano de las grandes empresas colectivas -aquellas que desde la Independencia aún abrazan el corazón de América-, aunque por medio de la sexualidad el hombre opone a la claridad histórica su intransferible vocación de animal nocturno, donde la historia misma -devenida en leyenda- se confunde o se deshace. Y la vida del "Precursor" supo unir, de un modo acaso indisoluble, como quien redacta para su tiempo un memorial magnífico, los temas básicos de la existencia: historia y sexualidad…

Por otra parte, sexualidad y escritura se complementan desde los primeros momentos de la cultura universal, en la justa medida en que la palabra escrita es una inscripción indeleble en la que se adosan los males y los bienes del cuerpo y del espíritu. Pero la escritura es, en su condición más original, el baluarte de nuestra memoria histórica. Gracias a su invención fue posible la historia y finiquitaron los tiempos inmemoriales. Sin embargo, la historia de la sexualidad es la memoria más antigua de la escritura y la que nos acompaña siempre en su perenne condición de latido.

Pero, ¿existe, en definitiva, un fundamento filogenético en Luis Alberto Miranda que explique el constante periclitar de la línea de su escritura entre la historia aviesa y una vocación de deseo que se construye siempre en espiral? No puedo saberlo. Lo que sí creo saber es que nuestras relaciones con el pasado -los grandes muertos de la tradición secular- pueden llegar a tener, en ocasiones, un significado trágico. Sin embargo, hay un lado hilarante, ambiguo, cotidiano en la literatura de Miranda que parece salvarlo de todos esos excesos. Lo que parece cumplirse en él es que la historia narrada asume, en ocasiones, un cariz marcadamente exegético, cual un memorial redactado como un parte de batalla, y que el goce sensual de las palabras recompone.

Todo verdadero escritor es un animal anfibológico que medra entre el sueño y la historia; entre el deseo, la vocación de juego y su escritura. Luis Miranda tiene el hábito literario de engendrar significados, de ser un escritor culto en polisemias. Por eso, si partimos del criterio de que el arte es el arte de eludir los énfasis, el autor de Geografía de lo Invisible y otra Narrativa Breve… convierte el énfasis en parte de una muy singular polivalencia narrativa. Y una vez construido ese espacio en el que la escritura revela su vocación de deseo, todo adquiere sentido, cada trama incorpora sus múltiples significados, y lo diverso entonces se cristaliza entre las márgenes del texto.

Hay relatos que son como un acto progresivo de la memoria lúcida que va desgajando metódicamente el objeto del recuerdo hasta dejarlo expuesto a la mirada del lector, sin embargo, hay otros en los que las usuales relaciones de la memoria con la realidad se encuentran bastante particularizadas, pues ahí el recuerdo ha quedado reticulado mediante la exégesis y la ironía. Y si bien es cierto que el escritor tiende a hacer constante gala de los ceremoniales de la escritura, cuando se aproxima a esos curiosos personajes que afloran en sus textos no ignora que sólo lo evocado puede convertirse en sustancia dramática del deseo. Veamos, por un instante, una cita que parece reflejar este curioso juego simbólico que se despliega, cual memoria evanescente, sobre una realidad apenas insinuada:

"Ella sabía que había sido amante de un pintor del siglo XIX especializado en envolver la figura humana de manera irreverente con colores y formas contradictorias, con trazos incompletos de ropajes apenas anunciados por el pincel. A veces la había dibujado con lápices de colores sobre telas remendadas con yeso (…)"

Es como si la realidad se nos presentara como el breve apunte a lápiz de un artista, o como la huella que deja en nuestra retina una visión adrede inconclusa: "telas remendadas con yeso; incompletos ropajes…" Haciendo con esto elíptica alusión a una capa de realidad mucho más profunda que quizás se halla debajo del yeso, oculta, cual un palimpsesto, y donde subyace una forma desconocida; una historia aún no contada. Pienso además que una cita, como la antes transcrita, pone en evidencia la existencia de un arte concomitante a la literatura, y que el narrador convierte en porción del tejido formal de su obra: La pintura.

Pocos títulos guardan una relación tan estrecha con su contenido como Geografía de lo Invisible… el cual señala hacia los espacios en blanco de una narrativa, lo esencialmente omitido de una escritura. ¿Qué es lo omitido? ¿El alegre vodevil donde se exhiben las carnaciones más insólitas en una Bogotá de ficción? ¿Lo no dicho en el texto, pero que habita borgesianamente en sus intersticios? ¿Su inusual vocación de juego?

Para abundar en lo que digo, Luis Miranda nos da en el singular cuento del Sofómano…, su versión erótica del palimpsesto, como si le propusiera al lector un hilarante y heterónimo diccionario del deseo: "Debajo de la falda; Alzar las faldas; Levantar cualquier cosa para descubrir otra."

No obstante, el autor parece construir su literatura como un ejercicio fabulatorio. Y digo fábula en su acepción más original: como fue entendida desde los tiempos clásicos de Esopo, o del francés La Fontaine; una parábola moral. Se hace realmente paradójica esta disposición moralizante, pero es que el discurso narrativo posee dos niveles de significación, el primero, esencialmente expositivo, suele estructurar el relato como una historia convenientemente dotada de una solución predeterminada; mientras el segundo, se desliza en silencio, en su inalterable condición de latencia, por debajo del discurso narrativo; es lo "inesperado" que pudiera encontrarse debajo de una falda y viene a configurar el lado insólito, reticente, obscuro de una literatura. Para eso elabora no sólo nuevas palabras, sino nuevos significados para palabras que no existen más, que se agrupan como preciados y hedonistas objetos, en el círculo joyciano del deseo.

Si la literatura en James Joyce es el resultado de una previa cosmovisión cultural que convierte a sus protagonistas en piezas involuntarias de un mecanismo abstracto y universal, las fábulas de Miranda, aunque nos remiten al orden inmediato de los acontecimientos, padecen de la misma alergia ante la historia y el decursar indiferenciado de los días, y se proponen, como respuesta, una curiosa voluntad de desciframiento ante el orden esencialmente difuso de la vida:

"(…) sentí que podía empezar a descifrar el jeroglífico de lo que la realidad circundante quiere comunicarme, sentí que podía escuchar los mensajes secretos del lado oscuro de la luna, lo elemental de las plantas, el comerciante que vuela entre la arenilla de la playa, la sombra algodonosa de las nubes…"

Estimo que en la petición de tratar de acercarnos a estas narraciones como si fueran un sólo corpus -un sólo texto- es decir, partiendo de su condición más radical de simple escritura, pudiera sustentarse la perentoria singularidad de una interpretación como esta. Miranda construye con sus palabras una visión específica del mundo y un modo en particular de entender la literatura… la narrativa para él es ese lugar común donde transcurre todo, y donde, incluso, eros y conocimiento suelen aparecer como entidades contrapuestas. -Aunque esto último lo afirmo no sólo por lo leído en sus textos, sino por lo que de él conozco, pero creo ver gravitar inobjetablemente sobre el horizonte especulativo de su literatura.

Historia y sexualidad son, en resumen, entidades permeables que se retroalimentan mutuamente y nutren así nuestro gran imaginario cultural. La escritura, entre tanto, reinscribe, en el cuerpo húmedo y poroso de su más íntima ejecución, los más antiguos y fecundos nexos de la historia y la sexualidad; del deseo y la ensoñación cultural. Hay algo ensoñado en los textos de Luis Miranda. Por vías del sueño él teje y desteje las lunas de su propio maleficio -el asco proverbial, joyciano, de la historia y de la vida-, mientras amplía, con estimable fortuna, el horizonte ficcional donde radica su juego… su juego pertinaz: La vocación de narrar. [Julio Pino Miyar, poeta, novelista y ensayista cubano]

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