viernes, 20 de marzo de 2009

El Gato con Botas de Charles Perrault


Por Marcial Báez

Fuente: arte-unico.blogspot.com

Perrault nació en París en 1628; murió en la misma ciudad en 1703. Cultivó diversos géneros literarios: la poesía, la historia, la filosofía, la crítica. En 1671 la Academie Francaise lo recibió en su seno. En “la controversia sobre los antiguos y modernos” tomó parte en defensa de éstos, contra Boileau, que defendía a los antiguos. Pero la gloria inmortal de Perrault radica en sus Contes de Mere L Oye(1697), universalmente famosos, algunos de cuyos temas, como La Cenicienta, Caperucita Roja, La Bella Durmiente del bosque, el Gato con Botas, se han convertido en verdaderos mitos infantiles.

El Gato con Botas


Un molinero dejó por toda herencia a sus tres hijos, su molino, su asno y su gato. Las particiones se hicieron en seguida; no fué menester llamar ni notario ni procurador, pues pronto se hubieran comido el exiguo patrimonio. Al mayor le tocó el molino; al segundo, el asno, y al menor, el gato.
No podía consolarse este último por lo pobre de su lote:

-Mis hermanos-decía- trabajarán juntos y podrán ganarse la vida honestamente; en cambio yo, una vez que haya comido mi gato y que me haya hecho un manguito con su piel, me moriré de hambre sin remedio.

El gato, que escuchaba estas lamentaciones, aunque sin darlo a entender, le dijo con aire reposado y grave:

-No te aflijas más, amo mío; dame un saco y mándame hacer un par de botas con las cuales pueda internarme en las malezas; verás que no te ha tocado el peor lote en la distribución, como crees.

Aunque el dueño del gato no hiciese mucho caso de esto, le había visto desplegar tanta astucia en sus ardides para atrapar ratas y ratones, ya cuando acechaba suspendido por las patas, ya cuando se echaba entre la harina fingiendo estar muerto, que no perdió toda esperanza de ser socorrido en su miseria.

No tuvo bien el gato lo que había pedido, se calzó cumplidamente, y echándose al cuello el saco, tomo los cordeles de este con las patas delanteras y se encaminó a un conejar donde había gran cantidad de conejos. Puso afrecho dentro del saco, armó la rapa que servía para cerrarlo, y tendido cual si tuviese muerto se dispuso a esperar que algún conejillo poco versado en las artimañas de este mundo fuese a hurgar allí, atraído por el cebo.

Apenas se hubo echado sucedió lo previsto: un conejito atolondrado entro en el saco. Tirando prestamente del cordel, maese gato lo apresó, y en seguida le dió muerte sin misericordia.

Ufano de su proeza, se dirigió al palacio del rey y solicitó hablarle. Guiado hasta os aposentos de Su Majestad, hizo ante el una gran reverencia, y dijo:

-He aquí, Sire, un conejo de conejar que en marqués de Carabás (fué el nombre que se le ocurrió dar a su amo) me ha ordenado ofreceros de su parte.

-Dile a tu amo- respondió el rey- que se lo agradezco y que me complace sobre manera.

En otra ocasión fué a esconderse en un trigal. Armó su trampa y cuando hubieron entrado en ella dos perdices, tiró del cordel y ambas quedaron apresadas. Encaminóse luego a palacio y las presentó al rey, como había hecho con el conejo del conejar. Recibió con placer el monarca las dos perdices que el gato le ofrecía, e hízole dar para beber.

Así, durante dos o tres meses continuó el gato llevando de cuando en cuando al rey alguna pieza de caza de parte de su amo.

Un día el gato se enteró de que el rey iba a salir de paseo por la orilla del río, en compañía de su hija, la princesa más bella del mundo; entonces dijo a su amo:

-Si sigues mi consejo tu fortuna está hecha: no tienes sino que ir a abañarte al río, en el lugar donde yo indique, y luego dejarme hacer.

El marqués de Carabás siguió al pie de la letra los consejos de su gato, sin saber a que conduciría todo aquello. Estaba bañándose, cuando el rey acertó a pasar por allí. No bien el gato hubo visto que se acercaba, se puso a gritar a voz en cuello:

-¡Socorro! ¡Socorro! ¡El señor marqués se ahoga!

A tales gritos el rey se asomó por la portezuela, y como reconociese al gato le había llevado tantas piezas de caza, dió orden a los guardias de su escolta para que fuesen pronto en socorro del señor marqués de Carabás.

Mientras sacaban al pobre marqués del río, el ato se acerco a la carroza real y dijo al rey que unos ladrones habíanse llevado las ropas de su amo en tanto éste se bañaba, sin que hubiesen valido de nada los gritos que él daba al ladrón (el pícaro gato las había escondido debajo de una gran piedra).

El rey ordenó en seguida a los oficiales de su guardarropa que fueran en busca de de unote sus rajes más hermosos para el señor marques de Carabás. Hízole el rey mil cumplidos, y como los bellos vestidos que le trajeran hacían resaltar su apuesta figura (pues era hermoso y gallardo), la hija del rey lo encontró a su gusto, y no bien el marqués de Carabás le hubo dirigido dos o tres miradas tiernas, aunque muy respetuosas, la princesa se enamoró locamente de él.

El rey quiso que el marqués subiera a su carroza y participase de aquel paseo.

Lleno de entusiasmo al ver que sus planes comenzaban a cumplirse, el gato tomó la delantera, y como encontrara a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:

-Buenas gentes que segáis, si no decís al rey que este prado pertenece al señor marque s de Carabás, seréis hechos picadillo como carne para pastel.

Pasó el rey y no dejó de preguntar a los labriegos a quién pertenecía el campo que segaban.

-Al señor marqués de Carabás- contestaron todos a una; pues la amenaza del gato les había causado pavor.
-Tenéis ahí a una excelente heredad- dijo el rey al marqués de Carabás.

-Por cierto, Sire- respondió el marqués-; es un prado que produce con abundancia todos los años.

Marchando siempre delante, maese gato encontró ha unos labradores que recogían la cosecha, y les dijo:

-Buenas gentes que cosecháis, si no decís que todo este trigo pertenece al señor marqués de Carabás, seréis hechos picadillo como carne para pastel.

Como el rey pasara por allí un momento después, quiso saber de quién eran los trigales que veía.
-Del señor marqués de Carabás- respondieron los campesinos. Y el rey se congratuló de ello con el marqués.

Avanzando delante de la carroza el gato decía siempre lo mismo a cuantos encontraba a su paso, y el rey se admiraba cada vez más de las grandes riquezas que poseía el marqués de Carabás.

Por último, maese gato llegó a un hermoso castillo, cuyo amo era un ogro, el más rico que jamás, se haya conocido, porque todas las tierras por donde el rey había pasado le pertenecían. Tuvo el gato buen cuidado de informarse quien era este ogro y de lo que sabía hacer. Llegado al castillo, solicitó permiso para hablar con él, argumentando que no había querido pasar por allí sin tener el honor de rendir al dueño del castillo los homenajes que tan gran señor se merecía.

El ogro lo recibió tan cortésmente cuanto puede serlo un ogro, y lo hizo descansar.

-Me han asegurado- dijo el gato- que poseíais el don de cambiaros en toda clase de animales: que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en un elefante.

-Os han dicho la verdad- respondió bruscamente el ogro- y para demostrároslo, me vais a ver transformado en un león.

Se aterrorizó tanto el gato al ver a un león ante sí, que huyó al tejado por una gotera, no sin dificultad y sin peligro, puesto que las botas no son muy apropiadas para andar sobre tejas.
Al poco rato, cuando el gato hubo visto que el ogro había recuperado su primera forma, bajó y confesó haberse dado buen susto.

-También me han asegurado-dijo el gato-, aunque me cuesta creerlo, que tenéis el poder de revestir la forma de los animales más pequeños, por ejemplo, de una rata, de un ratón. Confieso que eso me parece imposible.

-¿Imposible?- replicó el ogro-. Ahora vais a verlo.

Y acto seguido se tornó en un ratón, que se puso a correr por el suelo. Mas tan pronto como lo vio el gato, se le echó encima y lo devoró.

Entre tanto el rey, que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar en él. Como oyera el gato el ruido de a carroza, que pasaba el puente levadizo, corrió sal encuentro del rey y dijo

-¡Bienvenido se Vuestra Majestad al castillo del señor marqués de Carabás!

-¡Cómo, señor marqués-exclamó el rey-, también este castillo os pertenece! No he visto nada más hermoso que este patio y todos estos edificios que lo rodean; mostradme su interior si os place.

El marqués dió el brazo a la joven princesa, y tras el rey, que subía primero, penetraron en una gran sala, donde hallaron una mesa magníficamente servida que el ogro había hecho preparar para sus amigos, quienes habían sido invitados para ese día, pero no se habían atrevido a entrar al saber que el rey estaba en el castillo.

Prendado de las buenas cualidades del marqués de Carabás, el rey, al igual de su hija, que enloquecía de amor, y viendo las grandes riquezas que poseía, le dijo, tras de beber cinco o seis copas:

-Señor marqués, sólo de vos depende que seáis mi yerno.

El marques aceptó, con grandes reverencias, el honor que el rey le concedía, y es mismo día se casó con la princesa. El gato se convirtió en un gran señor, y desde entonces no persiguió a los ratones sino para divertirse.

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