Entrañable, acuciosa e incisiva: La maestría cuentística de José Alcántara Almánzar (1989-2000) en el libro "La Carne Estremecida" es su signo de identidad de principio a fin.
Como el mecanismo preciso e inexorable de un reloj suizo, todo el libro se articula con la cadencia irreversible de lo magistral en su puesta en escena, tomando en cuenta que la vida espiritual es acotada de modo indirecto en sugerentes pinceladas en torno, principalmente, al pecado como está implícito en la palabra "carne" (Schmid et al., 1962-1966) en el título del libro y a lo largo y ancho de varios cuentos.
Así todo fluye de modo meticuloso bajo una atmósfera acuciante signada por la presencia ubicua del pecado como entramado y eje existencial de unos personajes que van y vienen por sus páginas cargadas de observaciones narratológicas dignas de ser sopesadas en detalle bajo la mirada del ojo avizor del lector inteligente.
Porque una de las características de este libro es la distancia entre escritor y lector que Alcántara Almánzar sabe mantener para mover los hilos de las narraciones como un semidiós creativo que sufre junto a sus criaturas, que se alegra de sus pequeños instantes de alegría, que hace de la urdimbre cuentística un acto novedoso a partir de las vidas cotidianas de unos seres que se niegan a aceptar la crudeza de sus vidas marcadas por el pecado, por la angustia o por la zozobrante ponzoña de su propio accionar errático. De esta forma, en "La Carne Estremecida" todo está en su sitio. Todo está ubicado en su justa dimensión.
La naturalidad en la expresión a veces fantástica, a veces mágica, a veces visceral, a veces maravillosa, a veces irónica o lúgubre, constituye un hallazgo imperecedero de un relojero suizo que sabe refinar su arte de modo autopoiético, de forma desapasionada, de manera magistral en el deslinde histriónico de su mano experta en hacer de la vida misma una obra de arte en cada uno de sus momentos.
Alcántara Almánzar sabe contar sus historias y lo hace con la plena madurez del cuentista avezado que ejerce su oficio con la plena certidumbre de que en su relato todo transcurrirá de acuerdo a sus fines últimos. Y muchas veces nos atrapa con un final sorpresivo. Otras veces nos deslumbra con la materialización de un hecho significativo lleno de sensibilidad avasalladora.
Algunas veces se torna erótico y nos deja ver otro perfil de la realidad como materia fictiva que no deja de apasionarle en sus adentros. Ese es José Alcántara Almánzar en "La Carne Estremecida".
Para aproximarnos a su fina pluma es preciso ver cada uno de sus cuentos por separado y luego verlos en su conjunto unitario a partir de sus citas memorables, como cuentos de tesis en torno al pecado.
La lectura es apasionante y mayor es la satisfacción de la experiencia literaria. Su esguince entramático lo constituye su sabia imparcialidad narratológica.
Mantiene la distancia entre autor y lector y al hacerlo sabe manipular los hilos fictivos con plena precisión como si en sus manos jugara a armar un refinado y puntual reloj suizo.
En última instancia, sólo nos parece que hace falta Jesucristo de modo explícito cuando se trata el tema del pecado, pues en el canon bíblico cristocéntrico en la expiación salvífica todo ya está resuelto para el ser humano que vive por fe bajo la gracia de Jehová de los Ejércitos. ¡Amén!
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