lunes, 19 de enero de 2009

Las leyes del asombro


Por JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS | © BABELIA

Casi a la misma edad, 39 años, en que muchos se retiran de la poesía, Piedad Bonnett (Amalfi, Antioquia, Colombia, 1951) publicó su primer libro de poemas. Hasta entonces, esta mujer menuda y sonriente que salta en la conversación de Neruda a Lou Reed y de la política al cine, era una reputada profesora de literatura en la Universidad bogotana de Los Andes. Pero aquel libro inaugural, De círculo y ceniza, que había tardado diez años en escribir y que le valió una mención de honor en el concurso hispanoamericano de poesía Octavio Paz, descubrió una voz ya hecha, una autora que, como dice ella misma en la cafetería de la Casa de América de Madrid, "había escrito toda la vida": "Tardé en publicar, eso es todo. Nunca creí que la gente se iba a tomar en serio lo que escribía. Imagino que eso le pasa a todos los que empiezan ¿no?".

El caso es que desde que Piedad Bonnett puso el pie en la literatura como autora, su carrera ha sido meteórica. De hecho, su segundo libro de poemas, Nadie en casa (1994) ganó el Premio Nacional de Literatura de su país. Más tarde vendrían títulos como El hilo de los días (1995), Ese animal triste (1996) y Todos los amantes son guerreros (1997). En España se dio a conocer en 2003 con Lo demás es silencio (Hiperión), una amplia antología de su obra a la que siguieron las novelas Después de todo (2001), Para otros es el cielo (2004) y Siempre fue invierno (2007), todas publicadas por Alfaguara.

"Me tiene muy sorprendida", apunta la escritora, "este repentino interés mutuo entre España y América Latina. En 1991 vine a Madrid a hacer un curso y comprobé que el interés por Latinoamérica era nulo. Le preguntaba a un profesor de la universidad si conocía a tal o cual escritor y me contestaba tranquilamente: 'No me interesan'. Nosotros también estábamos desentendidos y menospreciando la literatura española. Y de repente, este interés. Es paradójico porque se da justo cuando América está invadiendo España con inmigrantes, y cuando parte de España rechaza esa inmigración. Es casi simbólico".

Cuando se le pide que defina su poesía, Bonnett prefiere hablar más de intenciones que de resultados: "Intento que sea muy contenida". Y así es, sobria y seca, a veces narrativa, siempre clara. "Será por la edad que tengo", añade. De la edad, precisamente, trata en parte su nuevo libro, Las herencias (Visor). En él conviven los poemas familiares con una descarnada meditación sobre el amor: "Su belleza / era la de la luz de los cuchillos", dice. Y también: "alrededor del gozo vibra el miedo / pues la felicidad siempre husmea su muerte". Si para los clásicos, allí donde crece el peligro crece también lo que nos salva, para Piedad Bonnett es, es cierto sentido, lo contrario. No hay claridad sin sombra. Ni intuición sin reflexión. Ley sin asombro. De hecho, buena parte de los textos que abren Las herencias hablan del asombro ante el mundo y ante las palabras destinadas a nombrarlos.

De ahí, también, que sus poemas estén siempre atravesados por la pregunta sobre el propio sentido de la poesía. Algo que se acentúa cuando la escritura se enfrenta, como en el poema Campo minado, a la historia de una mujer a la que le estalla una mina mientras, campo a través, lleva en brazos a su hijo. El episodio lo contó en enero pasado el diario El Tiempo, de Bogotá, y Bonnett lo convirtió en unos versos que terminan: "Quiero nombrar aquel escalofrío. / Entonces el poema, / como una flor inútil que entre el estiércol crece, / se quiebra, avergonzado".

¿Puede la poesía dar cuenta de un hecho así? "Sí, claro. Es lo que hace un poeta, dejarse tocar por el mundo y transformar eso en palabras. Y no ser un sentimental, eso lo puede hacer cualquiera. El sentimentalismo es uno de los lastres de la poesía, que se mueve siempre en la frontera entre lo más hondo y lo más cursi". Sólo huyendo del sentimentalismo, insiste, puede escribirse un poema que no se rompa de vergüenza: "Los escritores estamos siempre usando a los demás. Un escritor es un saqueador. A veces la poesía se nutre de cosas muy dolorosas. Y, sí, un poco da vergüenza".

Con todo, Piedad Bonnett es consciente de que la poesía pierde terreno frente a la imagen y la música en la educación sentimental de la gente: "Así es, lastimosamente. Pero estoy absolutamente convencida de que siempre habrá una pequeña secta de adeptos. Kundera dice que un hombre con un libro en la mano es como una consigna, una señal que transmites a otros congéneres. Te ven con un libro y saben que eres afín".

En el fondo, Bonnett no tendría problemas para encontrar seres afines en cada esquina. Además de poesía y novela ha escrito cuatro obras de teatro montadas por el Teatro Libre, de Bogotá. Además, no hace tanto que decidió hacer un master en Teoría del Arte y la Arquitectura. "La separación entre disciplinas no me parece natural", explica, "sobre todo en el mundo de hoy, en el que no hay límite entre las artes. Unas invaden a las otras. Además, odio la especialización. De hecho, lo que más me choca de la academia es que te encajonan. Un escritor es un intelectual, aunque el poeta muchas veces no se autodenomine así. Parece que eso queda para los novelistas, el hecho de pensar el mundo a través de la literatura, y que el poeta se maneja más con las intuiciones. No es que crea en la diletancia, es que creo que un artista debe ser culto, en el sentido más amplio de la palabra, desde lo popular a lo más elevado. Sin olvidar lo más extravagante".

Así es, también, Las herencias, un libro en el que la metafísica se mezcla con lo cotidiano, incluida la violencia cotidiana. Piedad Bonnett está resignada a dar cuenta a cada paso de la realidad colombiana. ¿La visión de Colombia que se tiene en España se ajusta a la realidad? "Ninguna visión se ajustará nunca a la realidad colombiana. Es tan inextricable, tan absolutamente incomprensible que nosotros mismos no nos entendemos. Lo que hacen los escritores, los sociólogos y los historiadores es tratar de entender. Eso sí, lo que se puede entender hasta un punto. Llegado un momento, paramos porque lo que sucede no lo entiende nadie. Y menos desde aquí. Los tópicos nos amenazan

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