viernes, 23 de enero de 2009

Un recuento y otros cuentos


¿Está en peligro el cuento? A pesar de las continuas denuncias de que es un género menospreciado, en Chile se han publicado recientemente numerosos libros de relatos breves, desde antologías a cuentos completos. En el extranjero también hay un interés cada vez mayor por publicarlos.


Por Patricio Tapia | © El Mercurio


Érase una vez, no hace mucho, mucho tiempo, un pobre género literario que había sido rey de una comarca, pero ahora estaba debilitado, quizá enfermo y por más que trabajaba no podía salir adelante. Su trono lo había usurpado un hermano suyo, más joven pero más robusto, que lo mantenía encerrado en un calabozo y sólo de vez en cuando le permitía ver la luz...

Ya es lugar común, cuando menos en los países hispanohablantes, denunciar la poca atención que el mundo editorial dedica al cuento, las dificultades para publicarlos y la consecuente desesperación de sus cultores, forzados a explorar otras formas, generalmente la novela. Es verdad que muy pocos escritores se asumen como "cuentistas", porque son muy pocos los que escriben sólo cuentos, pero también lo es que muchos son conocidos por ellos: Borges, O. Henry, Raymond Carver, Alice Munro, Cynthia Ozick, por mencionar algunos.

El cuento...

Contar cuentos es una actividad ancestral, tan antigua como la civilización. Si hubiera que trazar una genealogía -que como todas las genealogías es tendenciosa e incompleta-, hay que remontarse a las tradiciones orales, luego decantadas en parábolas y fábulas, pasando por Chaucer y Bocaccio; luego el interés por los Märchen o cuentos de hadas, que comienzan a publicarse en el siglo XVII (Perrault; luego los hermanos Grimm). Escritos en el siglo XVIII, ya en el XIX alcanza su forma moderna con autores como Hawthorne, Poe, Gógol, Chéjov. En revistas decimonónicas, el cuento tiene un espacio y un público fiel; continuarán en el siglo XX -también en periódicos: por décadas se publicaron cuentos en El Mercurio- y hasta hoy, en The New Yorker.

Ahora bien, los intentos taxonómicos por definirlo y deslindarlo de géneros cercanos normalmente son vagos. Ya Poe había señalado algunos rasgos genéricos (brevedad, intensidad, efecto único); otros cuentistas intentan definirlo con metáforas: es una flecha (Horacio Quiroga), un tigre (Juan Bosch), un temblor de agua dentro de un cristal (Cortázar). Y la siempre mencionada comparación pugilística: donde la novela gana por puntos, el cuento gana por knockout.

...Y la novela

¿Es cierto que la novela ha opacado al cuento? Para algunos sólo ella permite aproximarse más cabalmente a la "realidad", mientras otros opinan como Ambrose Bierce: la novela es "un cuento acolchado". La pregunta ha de ser, ¿existen prejuicios contra los cuentos y en favor de la novela en el ámbito editorial?

Mirando los escaparates chilenos, esto no es tan claro. Este año se han publicado cuentos de Baldomero Lillo, Gonzalo Contreras, Marcelo Lillo, Carlos Iturra, la antología de Tito Matamala, incluso algunos novelistas publican por primera vez sus libros de cuentos: Carlos Tromben (Perdidos en el espacio) y Carlos Franz (La prisionera). No, no hay tal prejuicio. Sin embargo, el caso de Franz podría demostrar lo contrario. Su libro de cuentos fue premiado en Chile -al igual que su novela El desierto en Argentina- el año 2005, pero debió esperar tres años para publicarlo. Cuentos y novela no sólo comparten el lugar donde se ambientan, sino también la tendencia a la sobrescritura (frases como "la diana taladraba la meninge más ardida de su migraña") o a explicar sus metáforas: de un tipo enriquecido que empezó como aprendiz de carnicero, se dice: "Su vida había consistido en degollar, dentro de él, con el cuchillo de su voluntad, al animal de su deseo (...)".

Señores jueces, se llama a declarar a José Miguel Varas y Jaime Collyer -escritores que suelen ser celebrados por sus cuentos aunque escriban también novela-, sobre si existen prejuicios editoriales contra los primeros en favor de la segunda. Collyer piensa que sí: "Los editores suelen alabar en voz baja, o en presencia del autor, los prodigios del cuento, la 'maestría' requerida por el género, pero a la hora de publicarlo son renuentes, dominan en sus decisiones los criterios de rentabilidad, según los cuales la novela vende más". Varas, por su parte, señala: "No me cabe duda que esos prejuicios existen. He escuchado a editores y ejecutivos de editoriales importantes exponerlos con gran convicción. Sin embargo, también existen, en este medio, personas que consideran el género con interés y que editan libros de cuentos. Recientemente, por ejemplo, el de Gonzalo Contreras". Sus Cuentos reunidos, elogiados por su factura cuando fueron publicados por separado y también ahora, tienen tramas variadas, desde lo excéntrico a lo convencional, escritos siempre con una muy correcta prosa, tan correcta que a veces parece traducción ("Casi nadie caminaba por los bien ordenados senderos de grava, salvo algunas nannies paseando a algún recién nacido bajo un paraguas de sol", prefiriendo un anglicismo a "niñera" y una extraña construcción a "sombrilla" o "quitasol"). Sus cuentos ganan por puntos, pero no como en el boxeo, sino como en una competencia gimnástica, con la frialdad de lo ensayado para lograr una ejecución perfecta, aunque no deja de tener resbalones.

¿Qué se dice por la contraparte, las editoriales? ¿Existe reticencia para publicar cuentos? Andrea Viu, de Alfaguara, señala: "Sí, existe. Dicho a lo bruto 'el cuento no vende' o, al menos, vende mucho menos que la novela. Pareciera haber reticencia entre los lectores a leer cuentos. Algo que francamente no entiendo". Arturo Infante, de Catalonia, indica: "Claro que existe; prueba de ello es lo poco que se publica en relación a la novela o a la no ficción. Tampoco los lectores los demandan por sobre esos otros géneros". "En mi caso, publico cuentos porque me gusta el género. Y seguiré publicando, pues además no les va tan mal como se supone, muchas veces mejor que a muchas novelas que hacen ruido inicial y luego se van al saldo". Y no obstante las razones para no publicarla, hay editoriales españolas que dedican especial atención a la narrativa breve. Según José Ángel Zapatero, de Menoscuarto: "Lo hacemos primero por gusto personal y luego por ofrecer a los lectores de cuentos (que son cada vez más) lo que desean y les gusta leer y a los no lectores de cuentos la posibilidad de disfrutar con historias breves contadas con intensidad y calidad literaria". Juan Casamayor, de Páginas de espuma, señala que en la década de vida que tiene su editorial "se han registrado síntomas evidentes que hablan de la vitalidad del género": desde jóvenes escritores españoles y latinoamericanos que están escribiendo buenos libros de cuentos hasta el crecimiento sostenido de lectores. Todo lo cual lleva a que "de la lúgubre máxima de 'el cuento no vende' hayamos pasado a proyectos que pueden hacer gala del lema 'vivir del cuento'".

En Chile las dificultades para publicar cuentos no son tantas. La experiencia de José Miguel Varas ha sido óptima: "Mi primer editor en este género fue don Carlos Nascimento, quien evaluaba los textos que se le proponían según sus méritos y carecía de prejuicios al respecto. Más tarde tuve otros: Carlos Orellana, Antonio Martínez, Paulo Slachevsky. Ninguno de ellos manifestó una preferencia excluyente por la novela". Collyer señala: "Al principio me ocurrió, en España, que un volumen inicial de cuentos (la base de lo que luego fue Gente al acecho) fue rechazado por varios editores con una carta-tipo muy formal, en la cual se me decía que el libro estaba muy bien escrito, pero que el sello editorial no podía arriesgarse con un autor latinoamericano desconocido y más encima cuentista. El problema es que era una carta-tipo, donde mi nombre (del destinatario) venía en una línea punteada". "Más adelante me ha ocurrido a la inversa: los editores suelen interesarse mayormente en mi obra cuentística, cuando menos a nivel local. En España sigue siendo muy difícil publicar cuentos, a menos que tengas un derrotero previo como columnista y en los medios, que es el caso de Marcelo Birmajer o Juan Bonilla". Para Bonilla, es evidente que hay prejuicios en contra del cuento: "No creo que se pueda hacer mucho, salvo seguir escribiendo relatos y tratar de reivindicar que uno no escribe relatos en los tiempos muertos entre una novela y la siguiente, sino porque es un género grande y que seguirá ganando adeptos". Sobre el futuro de los cuentos, Collyer no es tan optimista: "De momento, no le veo mucho futuro a ningún género. Igual parece haber cierto resurgimiento de la novela corta". José Miguel Varas, en cambio, señala: "Creo que el género existirá mientras exista la literatura".

Reuniendo cuentos

En el mercado nacional han ido ganado espacio las ediciones disponibles de cuentos completos. No sólo de chilenos como Gonzalo Contreras y las magníficas recopilaciones de José Miguel Varas o Guillermo Blanco (ambos Alfaguara), sino también de importantes e incluso imprescindibles autores extranjeros, como los cuentos completos de Nabokov (Alfaguara). También circulan libros de Saki, John Cheever, Flannery O'Connor y Katherine Mansfield, entre otros. Es posible encontrar los Cuentos completos (FCE), de Voltaire (1694-1778), el gran humanista de la Ilustración, que reúne la totalidad de sus cuentos -aunque él no hablaba de "cuentos", sino de "obritas" o "breves escritos"-, incluyendo sus famosas novelas cortas ("Zadig, o el destino", "Cándido, o el optimismo" y "El ingenuo") y algunos relatos en verso, todos muy bien anotados siguiendo las mejores ediciones francesas. O los Cuentos completos (FCE), de José Maria Eça de Queirós (1845-1900), que recoge desde relatos fantásticos de tradición medieval hasta obras maestras, como "José Matías", cuyo personaje protagónico crea las condiciones de su propia ruina. Un libro enorme, en todos los sentidos es Todos los relatos, (Gadir, 2007), de Italo Svevo (1861-1928). El tomo incluye todos los relatos que el autor triestino completó -entre ellos, "Corto viaje sentimental" o "Historia del buen viejo y la muchacha hermosa"-, más algunos textos inconclusos.

Finalmente, de Paul Gadenne (1907-1956), se publican sus relatos, escritos como toda su obra, entre internaciones en hospitales. Los cuentos (Andrés Bello había publicado tres, entre ellos el más conocido "Ballena") están reunidos en Escenas en el castillo (Cuenco de plata, 2008): cuentos inquietantes, de talante decimonónico, que no se resuelven en la acción sino en las impresiones y pensamientos de los protagonistas, siempre agitados por la duda y el delirio.

De un Lillo a otro

Demostración de la vitalidad de los cuentos en Chile es que se acaba de publicar por las Ediciones Alberto Hurtado (que proyectan, entre otras cosas, obras de Marta Brunet y José Victorino Lastarria, además de los cuentos completos de Manuel Rojas) un imponente volumen de la Obra completa de Baldomero Lillo, quien según el prólogo de Jaime Concha, con su medio centenar de cuentos, es uno de los fundadores de la literatura chilena. Entre los autores más actuales se cuentan, además de Contreras, Franz, Tromben e Iturra, 34 autores chilenos actuales, reunidos por Tito Matamala en una antología de cuentos, Porotos granados (Catalonia), con relatos breves (no más de 500 palabras), donde "cada cual escribió lo que quiso y como quiso". Además, como una suerte de fenómeno, Marcelo Lillo con El fumador y otros relatos (Mondadori). En todos los cuentistas más actuales se presenta el problema de que hay una suerte de gramática de sus cuentos, más o menos lograda, que oscila, en el peor de los casos, entre lo previsible y lo monótonamente abrupto y fragmentario. Algunos apostarán por el famoso knock out, con finales imprevistos, siguiendo en parte a Cortázar; otros, seguirán a Chéjov (directamente o a través de Carver) en lo que alguien llamó sus "finales negativos": historias que terminan elípticamente o en mitad de un pensamiento (algo así como "Comenzaba a llover"). Hay quienes experimentarán en su uso del lenguaje o en la variedad de temas, mientras otros insistirán en un ambiente claustrofóbico y en un lenguaje rápido y seco, carente de metáforas. Ejemplo de esto último es Marcelo Lillo. Pero resulta que los temas no son tantos y a ratos se superponen. Incluso hay coincidencias como que Carlos Iturra -quizá quien más intenta (y logra) hacer variaciones- dedique el relato más largo de Crimen y perdón (Catalonia) a una relación en clave de los talleres literarios en casa de Mariana Callejas -la esposa de Michael Townley y cuentista nada desdeñable (publicó en 2007 Nuevos cuentos, en cuyo prólogo habla de esos talleres)-, mientras Carlos Tromben también dedique su relato más largo de Perdidos en el espacio (Calabaza del diablo) a la figura de Callejas (aunque se desvía más hacia otros asuntos con otros personajes en clave). Por otro lado, después de Cortázar y el cantante Arjona, ya no es tan fácil sorprender con los finales. Considérese el siguiente argumento (tomado de uno de los cuentos de Porotos granados): una mujer se disfraza siguiendo a un hombre para tener una aventura y escapar de la rutina de su matrimonio. El hombre también está disfrazado y quiere lo mismo...: finalmente, resulta ser su marido. [zoiladulceuva@yahoo.com.ar ]~

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