Por primera vez, desde la creación del premio Cervantes en 1976, se premia a un autor catalán. "Para algunos (o para muchos, no sé), aquí en Cataluña soy un asunto incómodo". Y dispara contra el Nobel español Camilo José Cela: "No me gustan los fuegos artificiales, eso que se entiende por un gran estilo".
Por Josep Massot | © La Vanguardia - Clarín
Fuente: mediaisla.net, Boletín 1121
"No, no, ahora no puedo, estoy muy ocupado escribiendo el discurso", desalentaba hasta hace unos días Juan Marsé, con una sonrisa pícara de disculpa, a cuantos le planteaban mil y una propuestas que le hubieran apartado de sus hábitos tranquilos. "Ahora no tengo tiempo, esto del viaje a Alcalá de Henares, la Zarzuela..., es mucho lío", repite estos días, dibujando con la mano un gesto de espanto.
Y aunque Marsé maneja siempre la vertiente humorística de la ironía, esta vez sí es verdad que se ha preparado el discurso a conciencia. Para alguien como él, alérgico a la retórica, la loa y al empalago, tanta gala y boato le abruma y, al tiempo, el reconocimiento, aunque tardío, le regocija.
El próximo jueves, día del Libro, será el primer escritor catalán en recibir de manos del Rey el galardón más prestigioso de las letras españolas. Han tenido que pasar 32 años desde que, en 1976, fuera premiado un escritor del exilio, Jorge Guillén, para que un premio auspiciado por el Ministerio de Cultura reconociera a una generación catalana que dio poetas como Gil de Biedma o narradores como Juan Marsé.
El autor de Últimas tardes con Teresa o Si te dicen que caí aprovechó la Semana Santa para ultimar en Calafell los últimos detalles del discurso. Hablará de cómo se hizo escritor, de la influencia de Paulina Crusat, del proyecto (Castellet, Sacristán, Gil de Biedma...) de convertirlo en un escritor obrero, de su compromiso artesanal con el lenguaje y de su compromiso ético; de cómo, lloroso, vio a su padre adoptivo, un independentista, dar al fuego los libros peligrosos, cuando acabó la guerra. Y quizá hable también de sus lecturas primeras, novelas del Oeste, de los autores, ya en serio, favoritos, de la decisiva influencia del cine y, sobre todo, de la memoria, uno de los elementos fundamentales de su narrativa.
"¡Buf! No, ahora no puedo. Ya sabes, todo ese lío del Cervantes", intenta filtrar Marsé el cúmulo de peticiones de entrevistas de distintos medios. Pero al cabo de unos segundos, acepta contestar un breve cuestionario.
—El nombre de Cervantes suele utilizarse para definir un idioma, el castellano, cuando, sobre todo, es una narrativa, una forma de escribir, una manera de contar un mundo propio. Muchos españoles tuvieron que leer la obra de Cervantes mediatizados por la pompa falangista. ¿Cuándo leyó por primera vez El Quijote?
—Leí El Quijote enteramente por vez primera en 1949, con dieciséis años, después de dos intentos fallidos a los quince años. La pompa falangista de la época no afectó para nada mi lectura. La poderosa figura del loco caballero y sus aventuras se impusieron enseguida por encima de cualquier otra consideración.
—¿Qué pasajes le gusta releer? ¿Qué significó para usted?
—Tengo cierta predilección por el capítulo XLIX y siguientes. Me divierten mucho los coloquios entre Sancho y su Señor, el cura, el canónigo y el barbero. Aunque yo abro la novela por cualquier página y siempre me engancho. El Quijote es un libro inagotable.
—¿Podría avanzar en síntesis sobre qué tratará su discurso del 23 de abril?
—No podría. En realidad, el discurso ya es en sí mismo una síntesis, y otra más sobre la misma síntesis sería un disparate. Además, nunca me gustó hablar de la faena. Sólo puedo decir que hay referencias a la imaginación y a la memoria (dos palabras que en cualquier narrador van siempre muy unidas). Al aprendiz de escritor durante la dictadura franquista y a la dualidad cultural y lingüística de Catalunya.
—De entre los novelistas nacidos entre 1924 y 1936, la llamada generación del 50, usted será el cuarto en recibir el premio. Entre ustedes y la generación que ganó la guerra hubo notorias discrepancias. ¿Cree que el escritor, además de saber contar bien historias, ha de tener una ética de la escritura?
—Déjame que responda a esta pregunta con palabras de Ezra Pound, el poeta fascista: "El esmero en el trabajo es la única convicción moral del escritor". Pero no las suscribo al cien por cien. El cuidado de la lengua es importantísimo, pero lo que se dice con la lengua también lo es, y mucho. Nunca me gustaron los fuegos artificiales de la lengua, eso que se entiende por un gran estilo (caso de Cela, y Umbral, por ejemplo) y tampoco esa narrativa que se mira el ombligo, generalmente muy complacida. Soy partidario de lo que aconsejaba Josep Pla: "No pierdas nunca de vista los problemas esenciales del oficio: la claridad, la sencillez, la vivacidad, la intención, el sentido común literario".
—Sobre los escritores en castellano que viven en Barcelona recaen muchos prejuicios. Incluso han criticado su castellano de Barcelona. ¿Es así?
—Supongo que para algunos (o para muchos, no sé), aquí en Cataluña soy un asunto incómodo, puesto que soy catalán y escribo en castellano. Bien, yo siempre aspiré a ser un escritor anómalo. Me encanta ser un escritor anómalo. Pero aquí de nuevo viene al pelo aquello que dejó escrito Stephen Dedalus: "Me estás hablando de nacionalidad, de lengua, de religión. Estas son las redes de las que yo he de procurar escapar". Los escritores anómalos siempre nos estamos escapando. Fíjate en Joseph Conrad, en Nabokov, en Kafka. Anómalos totales.
—¿Cómo se ve vestido de chaqué dirigiéndose a tanto académico?
—No consigo verme. Pero no quiero ser desdeñoso ni descortés. Así que me vestiré de pingüino e iré a Madrid. Después volveré y seguiré trabajando en la nueva novela.
Marsé según Marsé | Adolescencia escamoteada
"El rostro magullado y recalentado acusa diversas y sucesivas estupefacciones sufridas a lo largo del día, y algo en él se está desplomando con estrépito de himnos y banderas. (...) Hay en los ojos harapientos, arrimados a la nariz tumultuosa, una soñolienta nostalgia del payaso de circo que siempre quiso ser. Es fláccida la encarnadura facial, quizá porque la larga invernación intelectual y muscular, el aburrimiento, el alcohol y la luctuosa telaraña de casi cuarenta años de censura han abofeteado y abotargado las mejillas. La escarcha triste de la mirada y el incongruente rizo indómito son memoria de una adolescencia que le fue escamoteada. (...)
(Fragmento de Señoras y señores revisado por el escritor para 'Ronda Marsé', de la editorial Candaya)
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