lunes, 9 de febrero de 2009

La geografía, es decir, la poética de José Mármol y René Rodríguez Soriano


Por Jochy Herrera | © CONTRATIEMPO (mediaisla "Resumen 1111")

Dos poetas y un país, mar limítrofe, isla al fin; el agua que toca a José Mármol y a René Rodríguez Soriano es origen y trayecto que desemboca en las interioridades de una misma generación. Mar o río, ella es la memoria; y ambos escritores, hijos de una mediaisla que pare diáspora entre San Petersburgo y Trocadero, trazan ventanas que "llaman a salir antes que a entrar". Los recuerdos, sean ellos el de un cuerpo, la niñez, una calle o un bolero que "destaja corazones en alcohol", son justamente los pasajes que los autores han regalado al lector de Torrente Sanguíneo, última colección de Mármol (La Vega, 1960), Premio Nacional de Poesía "Salomé Ureña" 2007, y de Rumor de Pez, libro con el que Rodríguez Soriano (Constanza, 1950) logra el Premio de Poesía Universidad Central del Este 2008. Ambos poemarios, náufragos de la desazón, descansan lúdicamente en el cuerpo que, depósito del amor, es pez que nada en el torrente del alma.

El gran médico inglés William Harvey, padre científico de la circulación de la sangre, describió con aguda certeza los vericuetos de las arterias y su tránsito por el cuerpo y el corazón; mas fueron los antiguos helénicos, quienes atribuían a la sangre el rol de ser portadora del espíritu, los que nos inculcaron la necesidad de entender el hombre a través de sus humores. Como tal, y en torrente indetenible, los textos contenidos en el último libro del sublime poeta Mármol huelen a espíritu. El agua, por otra parte, en anfibia residencia de realidad-sueño, humedece la letra fresca de Rodríguez Soriano entre "mandarinas esdrújulas, un cántaro bailando río abajo (...) y lágrimas que pueblan de amarillo el poema". Río y mar, sangre y espíritu, ambos autores continúan entregando a su nativa República Dominicana códigos insulares que escapan los confines de la geografía.

La memoria y el olvido


Rodríguez Soriano ha confesado no temerle a la memoria porque "...no se puede escribir al borde del abismo si uno no se ha lanzado aún y no conoce, a profundidad, el vértigo (...) de caer hacia el olvido"; en evocación al poeta Enriquillo Sánchez, quien en el epígrafe introito de "Sed de pez" sentencia ...tu seno izquierdo navega hacia el olvido, Rodríguez Soriano regala poemas contentivos de angustias como puente con vigas rotas, y de silencios marcados por el reloj del tiempo. Así, le cuestiono a René el porqué insistir en la memoria, y la justifica "para no salir jamás de la inocencia, lavarme del tedio y mensura catastral. Poco menos que una pedrada en el alma es el poema, su profundidad no salva a nadie si no se unta de sed o deseo de vivir".

Mármol, a su vez, trasladado a la infancia, rescata el recuerdo de Simón, pulpero del pueblo que le vio crecer, cuyo arresto en plena Revolución de abril marcó la crueldad de la palabra guerra en su inocente corazón de cinco años. La visión de "la brisa reposada sobre los platanales y el aroma de las ubres" es también origen, y no en balde Mármol, conocedor de los arúspices, preconiza que "el futuro es una lenta procesión de días pasados". Él, que escribe desde el lenguaje y hacia la memoria, hace de Torrente sanguíneo una verdadera fiesta de la cotidianidad y del presente: "fuente nutricia de la memoria; (...) la escritura es, a mi ver, una potenciación creativa del acto de recordar (...), la fábrica de las imágenes oníricas, de los tiempos condensados del poema, de las atmósferas dilatadas del lenguaje narrativo".

El mar, que no tiene memoria, alcanza la dimensión de lo insondable

René Rodríguez Soriano, que "nunca se ha imaginado lo que el mar es en sus textos", confiesa un temor a éste, al respeto que parecido al espanto, "alcanza la dimensión de lo insondable". Montañés al fin y al cabo, abraza el agua, "...vida y luz, fuente desde donde proviene y hacia donde todo va...". Al arribar a "Torrente", tercer poema de Rumor de Pez, Rodríguez Soriano advierte "...que no se repiten ni el río ni el fuego, sólo la voz, caudal de arroyo y madrugadas, (...) en torrente que desenvaina la espuma, los sueños y la calma; agua pura que –como bien dice José Emilio Pacheco- jamás podrá saciar la sed humana".

El mar de Mármol, por otra parte, es un mar que está desmemoriado; le repiten las olas, leitmotiv de la ilusión; es un universo simultáneamente catarsis y refugio, como en "Mar del sur": "(...) En tu agitar estriado mar del sur, mi religión, tus abluciones limpian frustraciones y miedos". El mar de Mármol, para nuestra suerte, sigue siendo "una hermosa catedral rezando muda". Y no hay sorpresa, porque él es su más grande metáfora de la vida, "y por supuesto, de su otredad, la muerte". Al igual que Rodríguez Soriano, Mármol respeta la metáfora rabiosa de la muerte que es el mar, "símbolo de las fuerzas descomunales de la naturaleza"; aquellas que Poseidón burlaba a saltos de Samotracia hasta las islas del Egeo. El mar es de tal forma "(...) un muerto gigantesco sostenido contra el cielo por el sordo sollozo de los ahogados".

Cuerpo


Jose Mármol enaltece el cuerpo mientras, cartógrafo en mano, advierte sobre sus peligros: "En el centro no de las ingles diagonales. Allí, la desmesura donde habita tu sexo. (...) En el centro no, de los pechos macerados. (...) En el odio no. Tampoco en el amor". Es decir, el cuerpo invita al respeto por aquel lugar morada del corazón y a su vez, a la gesta de la aventura erótica en una lúdica conversación que no permite vacilaciones. El cuerpo de Mármol es también mar y sufrimiento: "pescadores y hembras que vuelven a su orilla con las barcas vacías": "El mar, acezante como un corcel de estruendo, se comba en su sábana de trepidante sed. En todas las edades el dolor ha sido igual".

Ya hemos dicho que la epistemología del cuerpo premoderno parte del Renacimiento, época en que Da Vinci, en la célebre obra El hombre de Vitrubio, instala el cuerpo ser-humano en pleno centro del universo a través de la demarcación de la proporción aurea. No ha de sorprender por lo tanto, que en nuestro diálogo sobre el cuerpo, el cuerpo lúdico, Mármol se traslade a Spinoza, Bentham, Platón y Foucault, para terminar concediéndome la razón: "...en la perspectiva crítica de Huizinga (el cuerpo) es el lugar donde se hace posible el espirítu lúdico, inventivo, gozozo, poiético y ocioso del hombre. Es acertada tu percepción del cuerpo como depósito; tal vez no sólo del amor, sino también del odio".

Para Rodríguez Soriano, el cuerpo es "el animal que nos aniquila y nos redime a la vez" (curiosa referencia mística de un escritor que admite que "...entre sus piernas no se escribe, ...allí se describen los decibeles de tu grito"). El cuerpo de René es fe cuando permite prolongar el pensamiento; y es además territorio de los sentidos: "...espejo en que me miro, trasvestido, en mi espera; (...) Bestiario que conservo intacto en mis pupilas; (...) telar que se deshila en la acuarela de mis uñas". El poeta es, de tal forma, transgresor del tacto, la mirada o el paladar, un verdadero espejo hecho violador del cuerpo. Ante la incertidumbre del tiempo o la aventura de perderse en el poema, Rodríguez Soriano invita el cuerpo-refugio a "...poner orden a esta hora, poner la vida en cada punto (sobre la mesa quedan rastros de tus formas), sobre la mesa llena del vacío que dejaron nuestros cuerpos (yo casi tú adentro de ti)...".

Fronteras


Le pregunto a ambos amigos si la rotura de la construcción del poema, la "impureza" de mezclar en él la prosa, ¿es el desenfreno de lo poético que inevitablemente se abalanza hacia todas las formas de la literatura, o es ella la intención del poeta? El uno, René, enuncia que "las fronteras son de tiza, se borran con el dedo cuando piensa y escribe. Hasta que me salga espuma, continúo escribiendo como el escritor degenerado que ¿los demás? sin proponérselo han inventado". El otro, José Mármol, cuenta convencido "que el desafío cuando prosas el verso o versas la prosa, está en transgredir afirmativamente los diques convencionales de la separación tajante entre una y otra formas de expresión imaginativa". Mas dejemos a Vallejo por un momento, porque evidentemente se trata del tercer milenio, y aguardan las fronteras.

(Confesiones de autor)


"Pones en entredicho muchos versos", de Rodríguez Soriano, y "Nunca" de José Mármol, a mi parecer poemas imperecederos, son los daguerrotipos de estos textos acuáticos. En una danza a paso de corazón y cuerpo, el primer autor cuenta que tiene "...un dolor muy agrio en un paraje cercano de las lágrimas", y no le culpo; él es un certero conocedor del destino del angor, el dolor del corazón, vecindario de ciertas geografías...: "para saberte a ti sin desperdicios, no hay que esperar a que des la vuelta; no hay que acudir ni a braille ni al botánico, sólo apagar la luz y desnudarte". A su vez, Mármol dibuja con certeza el desasosiego que Pessoa asumía como razón; el asombro ante la ira, el destino del amor que nunca fue y el mismo miedo del amor: "No estaba en mis azares adorar un torbellino. (...) No supe adivinar la inminencia del desastre, La fuerza y el ardor de lo bello hecho un demonio. No estaba en mi designio amaestrar furias de amor".

A través de los muchos textos que forman estos poemarios, ambos autores, de una u otra forma han sido presa del llamado "tedio" que desgarra el espíritu del ser posmoderno contemporáneo (Mármol); los acontecimientos que durante el lustro y medio posterior al fin de siécle han corroborado la victoria del mercado -ese tótem sin otra religión que él mismo- permean a flor de piel en la narrativa poética. Y es de tal forma que el lector deberá asumir el agua y su humedad: más allá de la obvia consecuencia física, quizás como símbolo volátil del alma sedienta de respuestas. Y deberá tambien asumir no sólo el cuerpo ser-humano epicentro existencial, sino tambien la memoria, último antídoto contra el tedio.

Consciente de todo lo ya dicho aquí, el reconocido escritor dominicano Pedro Conde Sturla ha expresado que para un poeta, "...lo importante no es congeniar con su apellido sino con su poesía; que hace un tiempo...tiene el pálpito, en el sentido cortazariano de la palabra, de que los poetas terminan pareciéndose a su poesía, de la misma manera que la crítica de la poesía debe parecerse al poeta".

Esta, yo confieso, es mi más firme esperanza escondida tras estos párrafos.
[jochyh@aol.com]

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