miércoles, 11 de febrero de 2009

Obama: ¿Cambio o continuidad?


Por Elíades Acosta Matos | © Progreso Semanal.com

La elección de Barack Obama como el presidente número 44 en la historia de esa nación, y su toma de posesión el pasado 20 de enero, ha puesto sobre el tapete de la opinión pública mundial el tema de los símbolos y sus posibles lecturas. Si alguien tiene plena conciencia del enorme peso cultural y político de lo simbólico, ese es el propio Obama.

La propia figura y el discurso del presidente electo su carisma, brillo, aplomo, audacia, simpatía, sangre fría e inteligencia devuelven, a nivel simbólico, un liderazgo perdido a su país, que las torpezas y la mediocridad de George W. Bush habían dañado seriamente. Las alianzas se han renovado, automáticamente, y un aplauso casi unánime lo sigue en todas sus apariciones públicas. Con honrosas excepciones, entre ellas una de las Reflexiones de Fidel Castro titulada "A contracorriente" y un artículo de Ignacio Ramonet donde analizaba, con justa preocupación, la composición de su próximo gabinete, pocos se han detenido a escrutar, con ojo crítico, las primeras medidas proyectadas por su administración. En el caso concreto de la agresión israelí contra el pueblo palestino de Gaza, Obama defendió su silencio alegando razones políticas, y explicando que el país debía tener una sola voz autorizada, pero olvidando dos principios esenciales: el primero, que contra los crímenes es licito e inexcusable alzar la voz, pues se trata de una cuestión de principios éticos, antes que políticos, y segundo, que si la voz de la nación debía ser la del actual presidente, el mundo siempre preferiría que se mantuviese con la boca cerrada.

Esta falta de rigor y análisis objetivo alrededor de las proyecciones y decisiones del flamante presidente norteamericano, nos hacen recordar que pocas cosas hay más peligrosas en el mundo contemporáneo y en la política mundial que extender un cheque en blanco al presidente de la nación más poderosa del planeta, como se comprobó, dramáticamente, tras los hechos del 11 de septiembre del 2001.

A nivel simbólico, la retórica de Obama opera con argumentos y conceptos tomados de cierta izquierda lite, cercana a la socialdemocracia. Categorías tales como "justicia social" y "cambio", nunca antes habían esgrimidos con tanta fuerza por ningún político norteamericano de este nivel. Independientemente de que en sus intervenciones públicas nunca nos ha explicado, a profundidad, de dónde surge y cómo se reproduce la injusticia social, y en consecuencia, contra qué fuerzas económicas y políticas debemos luchar para extirparla de raíz, está por ver la manera en que el presidente de la nación capitalista e imperialista más arrolladora, quiere o puede llevar a la práctica tales conceptos. La constante reiteración de los mismos en sus discursos, más que esclarecer, dejan una nebulosa de ambigüedades y confusiones, especialmente en sectores menos informados y militantes de la propia izquierda, que no pueden menos que recordarnos, por sus efectos, a las acciones de guerra cultural, tan del gusto de los hoy defenestrados neoconservadores en fuga.

Las afirmaciones de Obama de que en su presidencia, y bajo su liderazgo, se borrarán las diferencias entre demócratas y republicanos, entre izquierda y derecha, son sutiles y muy adecuadas para introducir elementos de confusión desde el capitalismo, pues constituyen un engañoso llamado a deponer la lucha política e ideológica, en aras de una falsa e imposible reconciliación de lo opuesto por naturaleza, en primer lugar, de clases sociales contrapuestas desde la propia génesis del capital. Aceptar sin polémica esta afirmación equivale, además, a lanzar por la borda, como a un fardo obsoleto, toda la teoría y la práctica revolucionaria de los últimos 150 años, especialmente de aquella que se inició con el "Manifiesto Comunista", de Marx y Engels, y que debutó en el terreno de las ideas, hablando claro, en voz alta, sin avergonzarse de señalar, en la realidad, las verdaderas causas de la pobreza, de la explotación y de las injusticias sociales.

Otro elemento simbólico a tener en cuenta alrededor de la figura de Obama es su biografía, sabiamente explotada por los hagiógrafos y mullidores políticos de turno. Poco importa que solo hubiese podido convivir con su padre keniano hasta los dos años, y que luego se hubiese reencontrado con él una sola vez, antes de su muerte. Este elemento ha sido corcel de batalla para lograr la adhesión a su mandato de los más humillados y ofendidos de su país, y del Tercer Mundo. Por otro lado, la imagen de su madre blanca norteamericana, con una historia de rebeldía contracultural y de afinidades con la izquierda, no ha sido menos utilizada. Un hombre con estos orígenes, no importa si forma parte hoy de la elite de poder y si ayer fue miembro en la Universidad de Columbia de la aristocrática y excluyente Ivy League. Lo que se nos ha vendido, hasta el cansancio, es la idea de que, mediante las elecciones, los grupos discriminados y progresistas han llegado, al fin, al poder en los Estados Unidos, a través del presidente electo, quien ha protagonizado algo parecido a una revolución pacífica y democrática, que, oh, qué casualidad, deja flotando en el ambiente la sensación de que es un sistema superior y maduro, pues lo ha permitido, respetando la voluntad popular y siendo capaz de rectificar una larga historia de errores.

Este hombre joven, de apenas 47 años, ha podido proclamarse representante de una manera diferente e innovadora de hacer política, aunque aquí la novedad no radique solo en enviar mensajes personalizados a los teléfonos celulares de millones de norteamericanos. Por razones generacionales, no está relacionado con las grandes confrontaciones del Siglo XX, entre ellas, la Guerra Fría y la guerra de Vietnam, por lo tanto se le reputa como mucho más capacitado para entender la sensibilidad postmoderna, y los desafíos y oportunidades de nuestro tiempo. Sus ambiguas anécdotas sobre el consumo moderado de alcohol y drogas, en sus años de estudiante, lo humanizaron a los ojos del público, y lo convirtieron en un ejemplo de autosuperación, y de las facilidades que brinda su país para alcanzar el éxito y la reinserción social. Y su imagen arquetípica, donde casi cada clase social, raza y profesión puede verse reflejada y representada, se redondea al declararse públicamente como un hombre culto, muy informado, que no se avergüenza de ser un intelectual, y que se maneja familiarmente con las nuevas tecnologías, como ocurre con las generaciones más jóvenes, pues gran parte de su éxito se debe a haber entendido que la política y las ideas de hoy no pueden triunfar sin Internet.

Lo dicho hasta aquí solo pretende activar el pensamiento racional y analítico de las personas de cara a tiempos nuevos, que ya se ven venir con esta nueva administración, y que obligarán al replanteo de muchas certezas y discursos anteriores. Los tiempos de la Guerra Fría, donde un puñado de chicos creativos trabajando para las agencias correspondientes del gobierno norteamericano, eran capaces de transformar la percepción de la realidad mediante caricaturas, emisiones radiales, difusión de rumores y revistas, parecen hoy cosa de un pasado prehistórico. Hoy todo es más complejo y a la vez más sencillo. Sin embargo, no ha cambiado la certeza de que las herramientas culturales sirven, eficazmente, para adelantar, promover, imponer y defender los intereses de una superpotencia como los Estados Unidos. Herramientas de lucha ideológica y cultural, y no otra cosa, son los conceptos del "poder suave e inteligente", que respalda las proyecciones internacionales del gobierno de Barack Obama. Los retos ideológicos que esto entraña, para países, por ejemplo, como Cuba y Venezuela, son enormes.

Para la Revolución cubana, para su pueblo, para sus artistas e intelectuales, se acercan momentos de prueba. La batalla de ideas entrará en una fase inédita. El instinto de conservación de un sistema como el capitalista, que está siendo azotado por crisis de una magnitud nunca antes vista, se deberá imponer a los sueños imperiales que hoy se han visto naufragar en las calles de Bagdad o en las montañas afganas. Todo imperialismo sabe que desaparecerá, si no evoluciona. Por eso asistimos a una bien pensada operación de salvación, y no solo en el terreno de las finanzas, sino también en el de las ideas y los símbolos. La presidencia de Barack Obama, independientemente de sus resultados positivos o negativos, muestra que el sistema está dispuesto a transformar todo lo que no cambie sus esencias, en articular, sus métodos hegemónicos habituales, con tal de mantenerlas intocables.

Pero en el terreno de las ideas y la cultura, que es donde se medirá el verdadero alcance de los cambios prometidos, no hay fórmula infalible, ni invencible. Tampoco las propuestas del soft y el smart power lo son. Un interesante artículo de Josef Joffe, publicado en The New York Times, el 14 de mayo del 2006, bajo el título "The Perils of Soft Power", lo demuestra:

"El soft power no necesariamente incrementará el amor que siente el mundo hacia los Estados Unidos. Mientras se trate de poder, de este o cualquier otro tipo, siempre podrá generar enemigos… Independientemente de que millones de personas de todo el mundo se vistan, escuchen música, beban, coman, miren televisión o cine, o bailen al estilo norteamericano, no por fuerza se identifican esas costumbres cotidianas con los Estados Unidos… Estos productos difunden la imagen, no necesariamente la simpatía. Hay poca relación entre los artefactos y los efectos…"(1)

Ciertamente, lo que decidirá que la Humanidad crea en los Estados Unidos bajo el gobierno de Barack Obama, y en el propio Barack Obama, no será la retórica del poder suave e inteligente, por muy bien envuelto que nos lo regalen, ni por apaciguadora que resulte, comparada con las declaraciones apocalípticas usuales de la anterior administración. Lo esencial serán las políticas prácticas que implemente la actual administración, que sean lo suficientemente honestas, eficaces, justas y a tiempo, para contribuir a remediar los enormes males que corroen al planeta.

Si Estados Unidos, bajo la nueva presidencia, se empeña en seguir siendo lo que ha sido hasta hoy, una potencia imperialista y hegemónica, entonces de nada habrá valido el voto de confianza de los electores norteamericanos y del resto del mundo a ese hombre joven, negro, brillante y carismático que entró en la historia enarbolando la palabra "cambio", sencillamente, porque no habrá cambiado nada.

En los tiempos de la Roma, especialmente para los galos, judíos y germanos, Roma era Roma, aunque en la silla imperial se sentase César, Nerón o Constantino.

Ha llegado el momento de comprobar si, a fin de cuentas, quien tiene hoy en sus manos las riendas de la nación más poderosa del planeta simboliza la continuidad o el cambio.

Ojalá sea lo segundo. El próximo 30 de abril se cumplirán los primeros cien días del nuevo mandato del flamante presidente número 44 de los Estados Unidos.

Como decían nuestras abuelas: "Obras son amores". Esperemos que aquella señora negra que vivía a orillas del Lago Victoria, o la otra blanca de Kansas, le hayan enseñado lo mismo a su nieto, Barack Hussein Obama.

Fuente: mediaIsla "Resumen 1111"

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Haga sus comentarios por favor.