miércoles, 25 de febrero de 2009

Sin rastro del viejo Hollywood


Poco queda en Los Ángeles de los teatros y edificios que acogieron los primeros años dorados del cine, Consulta el especial Oscars 2009

Por GREGORIO BELINCHÓN | © El País

Fuente: mediaIsla "Boletín 1113"


Ya ha acabado el montaje de la alfombra roja en Hollywood Boulevard. La cadena de televisión ABC se ha tomado con resignación la pinza comercial que le supone por un lado la cacareada crisis económica y por el descenso de la audiencia televisiva y por ello ha rebajado el costo de los anuncios que se emitirán en la gala: si el año pasado se pagaron 1,7 millones de dólares por 30 segundos, en esta edición el mismo periodo de tiempo cuesta 1,4 millones. Lógico, porque si en 2007 vieron la gala 40 millones de televidentes en EE UU en Estados Unidos, en 2008 se pusieron delante de la pequeña pantalla 32 millones. Y Hugh Jackman ha memorizado sus movimientos en el escenario (confirmado, canta y baila, o al menos así se anuncia en un vídeo colgado en Los Angeles Times).

Y sin embargo, hubo un tiempo en el que a la industria del cine no le interesaban ni la tele ni la publicidad. No queda mucho rastro del viejo Hollywood: algún edificio por aquí y por allá, los teatros Egipcio y Chino, erigidos por Sid Grauman, el cementerio Hollywood Forever, que aún admite fallecidos hoy y en cuyo suelo -justo al lado de los estudios Paramount- reposan Rodolfo Valentino, Cecil B. DeMilles, Dorglas Fairbanks o Tyrone Power. En los años 30 el pueblo de Hollywood era para vivir y para trabajar, y los grandes estrenos se realizaban en Broadway, pero en el Broadway angelino, que recorre el Dowtown de norte a sur.

Al contrario que en las ciudades europeas, y sí al estilo estadounidense, el centro de Los Ángeles no es precisamente el ombligo de la ciudad. Hace mucho tiempo que vive su decrepitud. Curiosamente a muy pocos metros está el centro financiero de Los Ángeles, que bulle de día y reposa en absoluto silencio por la noche, y no mucho más allá la catedral católica, obra de Rafael Moneo, el Walt Disney Concert hall, diseñado por Frank Gehry, y el Dorothy Chandler Pavillion, durante años casa de los Oscars.

En la calle Broadway edificios imponentes de art deco están sin embargo vacíos en su interior y sólo mantienen vida sus fachadas monumentales y sus bajos, repletos de tiendas de chicanos donde se venden sobre todo ropa, vestidos de gala para la fiesta de las quinceañeras -la puesta de largo aquí- y música. Un buen recorrido empezaría por el edificio Bradbury que sigue manteniendo su esplendor original. Se llama así en honor a quien pagó su erección, el magnate minero Lewis Bradbury, y todo cinéfilo debe acercarse porque en su interior se rodó Blade runner, y en su tejado la secuencia de la muerte de Decker ("yo he visto...").

En realidad, todo el barrio, en los días de lluvia, parece un decorado del filme de Ridley Scott. Enfrente se encuentra el Gran Mercado Central, repleto de puestos para cenar y con aroma también a androides y replicantes, y a su lado, el primero de los grandes teatros, el Million Dollar, levantado por Grauman antes de llevarse el negocio a Hollywood. Más abajo se suceden los espectaculares Roxy, Palace, Globe, Tower (donde se estrenó El cantante de jazz, la primera película sonora), Los Angeles (donde, con la presencia de Albert Eisntein, se estrenó Luces de ciudad, de Charles Chaplin), Orpheum y United Artists (cuya construcción pagaron Mary Pickford, Chaplin y Dougkas Fairbanks).

Algunos son ahora iglesias, el United es la sala de actos de una telepredicadora, otros se dedican a bailes de gala y la mayor parte están cerrados. Al final de esas diez manzanas de ex gloria el espectacular Empire Columbia, con sus fachadas turquesas y sus adornos art deco obligan al visitante a reflexionar que hubo un tiempo en que aquí se hacian los estrenos con cañones de luz y famosos. Hoy, se oyen rancheras y, sorpresa, alguna canción de Alaska y los Pegamoides.
[fontanamoncada] ~

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