martes, 24 de marzo de 2009

Escritores que renuncian a su voz


En muy distintas circunstancias, Arthur Rimbaud, Jerome David Salinger y María Luisa Bombal abandonaron el oficio de las letras. ¿Cuáles habrán sido sus razones o las de otros escritores que tomaron esta misma decisión? Algunos autores aventuran respuestas.

Por MACARENA MORALES FINDEL | © El Mercurio

Fuente: mediaIsla, "Boletín 1117"

"¿Que por qué escribo? Pregúntale a un manzano por qué da manzanas". Así ejemplificaba António Lobo Antunes -hace sólo un año, en entrevista con Javier Pinedo, coordinador del Premio José Donoso con el que fue reconocido en 2007- su relación indisoluble con las letras. Asombran entonces sus recientes declaraciones de que publicará sólo un libro más y luego callará para siempre. "Se acaban las novelas, se acaban las crónicas, se acaba todo y no publico nada más. Mi voz, hablada o escrita, no se volverá a escuchar", dijo a mediados de febrero.

Que un escritor abandone su labor literaria y se adentre en un eterno silencio no es algo fuera de lo común. Desde larga data se pueden encontrar casos similares al de Lobo Antunes. Uno de ellos (y por cierto muy paradigmático) es el del francés Arthur Rimbaud, quien decidió cortar todo nexo con la literatura tras su segunda publicación, cuando tenía sólo diecinueve años. En "Adieu", texto incluido en su célebre obra Una temporada en el infierno (1873), el poeta maldito deja entrever su condición de escritor desterrado: "He intentado inventar nuevas flores, nuevos astros, nuevas carnes, nuevas lenguas. Creí adquirir poderes sobrenaturales. ¡Y ya veis! ¡Debo enterrar mi imaginación y mis recuerdos! Una hermosa gloria de artista y de narrador arrebatada". Desde este momento y hasta su muerte, casi dos décadas después, Rimbaud se dedica a llevar una vida aventurera.

Otro de los que ha optado por el silencio es el estadounidense Jerome David Salinger. El guardián entre el centeno (1951) -su primera novela corta- lo llevó a la cima. Pero después de publicar algunos relatos más, prefirió mantenerse en el anonimato. Dejó de lado las giras, las entrevistas y evitó cualquier tipo de contacto con el mundo que lo rodeaba. Desde entonces no se sabe con certeza si continúa escribiendo. Puede que todavía lo haga, a escondidas, sin que nadie llegue nunca a enterarse. Al menos, hasta su muerte. Pese a que esto constituye hasta el día de hoy un verdadero misterio, lo cierto es que ya lleva casi cincuenta años sin publicar.

También hay ejemplos en el territorio chileno. El caso de María Luisa Bombal es uno de los más representativos: escribió La última niebla (1935) y La amortajada (1938), sus dos obras maestras, y luego fue incapaz de lograr una tercera de esta magnitud. "Siempre me ha costado mucho escribir. Escribir es para mí un trabajo lento, muy lento. Una lentitud, se diría, que hace tiempo comienza a adquirir ritmo de parálisis", comentó en una ocasión la escritora. Finalmente, la parálisis se torna total: pasa sus últimos años en una casa de reposo, sumida en el alcohol y afectada por una enfermedad hepática que le dará término a su vida en 1980.

Las causas del silencio

Cuando a Juan Rulfo le preguntaban por qué ya no escribía, él solía contestar: "Pues porque se me murió el tío Celerino, que era el que me contaba las historias". La excusa -una de las más originales hasta ahora inventadas- es recogida por el español Enrique Vila-Matas en su obra Bartleby y compañía (2000). En ésta, el narrador discute el mal de las letras contemporáneas, de la pulsión negativa o la atracción por la nada que hace que "ciertos creadores, aun teniendo una conciencia literaria muy exigente (o quizás precisamente por eso), no lleguen a escribir nunca; o bien escriban uno o dos libros y luego renuncien a la escritura; o bien, tras poner en marcha sin problemas una obra en progreso, queden, un día, literalmente paralizados para siempre". Vila-Matas habla en este libro, de principio a fin, sobre aquellos que han dejado de escribir, e indaga en los motivos que tiene cada uno para hacerlo. La misión del autor, en este sentido, es encontrar a los "bartlebys" que residen en este mundo. El término, tomado del personaje del estadounidense Herman Melville, hace referencia a todas aquellas personas que habitan en una profunda negación y que ante cualquier petición responden infaliblemente con un "preferiría no hacerlo".

¿Por qué algunos escritores dejan repentinamente este oficio?, ¿qué razones podrían hacerlos perder su vocación?, ¿qué motivo los puede llevar a un silencio total? Para el crítico Camilo Marks, razones hay tantas como escritores: depresión, locura, alcoholismo, vivir en el borde de la criminalidad, bloqueo creativo, psicopatías, castigos y persecuciones. Y agrega: "En la actualidad, también existen otros tipos de causas, como indiferencia del público, malas críticas reiteradas, hechas con mala fe, pues atacan al autor/a y no a sus textos, hastío, incomprensión y carencia total de estímulos, tener que hacer frente a insultos y vejámenes, políticas editoriales, entre otros".

Una de las respuestas que da Marcelo Lillo -premiado en 2008 por el Círculo de Críticos de Arte- coincide con el último motivo entregado por Camilo Marks. "Porque el escritor se cansó del ambiente, de las entrevistas, de las giras de promoción y de todo lo que implica este oficio", señala el autor de El fumador y otros relatos (2008). En la misma línea se encuentra la declaración que hizo el escritor vasco Bernardo Atxaga y que Vila-Matas recoge en su obra: "Hoy en día para ser escritor hace falta más fuerza física que imaginación". Manifestó estar saturado de los congresos, de las conferencias y de las presentaciones ante la prensa y comentó que el nuevo modelo de escritor que le exigen las editoriales lo tiene agotado. Para él, las consecuencias de este nuevo ritmo no son menores, ya que comienza a desaparecer un tipo de autor que antes podía considerarse como independiente, a la vez que también las ganas de escribir empiezan a menguar. "Después de veinticinco años de carrera, como dicen los cantantes, las ganas de escribir son cada vez más difíciles de encontrar", expresa. Armando Uribe es más categórico al respecto: "El haber escrito durante toda la vida puede producir un hastío y crearse en el escritor la fobia de seguir escribiendo. Cuando hablo de fobia, lo hago en el sentido clínico de la palabra". Sin embargo, cree que esto último es algo excepcional.

Gonzalo Contreras, autor de títulos como La ciudad anterior (1991) y El gran mal (1998), también cree que las razones pueden ser múltiples, como "la desazón con un medio hostil, que llevó a muchos al suicidio, por pérdida de sentido en un oficio cuyo fin es la búsqueda de sentido o por falta de fuerza ante los agoreros que desde la década del sesenta vienen proclamando la muerte de la palabra escrita y el libro". Según Contreras, también se puede dejar de escribir porque el negocio no es rentable o porque el esfuerzo y el talento del escritor (si es que lo tiene) pocas veces es reconocido.

Sequía de ideas

También puede ocurrir que, simplemente, el escritor sienta que no tiene nada nuevo que decir. Éste es para Marcelo Lillo el motivo principal por el que alguien puede decidir abandonar la escritura y es lo que le ocurrió a Antonio Ostornol, actual director de estudio de Literatura de la Universidad Finis Terrae. "Más de alguna vez he sentido que lo que escribo vuelve siempre sobre las mismas claves y ni siquiera logro una forma nueva que pueda aportar aunque sea una mirada. Cuando no he escrito, pienso que ha sido porque no me he podido conectar profundamente con un proyecto. No he sentido que mi escritura pudiera aportar algo de valor", revela el autor de Los años de la serpiente (1991) y El obsesivo mundo de Benjamín (1994). En la década del noventa, fue uno de los integrantes de la nueva narrativa chilena y dedicaba su tiempo exclusivamente a escribir. Hoy, en cambio, las actividades que lo mantienen ocupado son otras, aunque confiesa que de vez en cuando escribe. Pero ya han transcurrido más de diez años desde su última publicación y esto, para él, constituye un proceso "para nada fácil, muchas veces doloroso, en el cual se han mezclado períodos de no escritura y otros de trabajo, pero sin llegar a la edición".

De la misma generación de Ostornol, y con seis libros publicados, Claudio Jaque declaraba en una entrevista en 1991: "Lo que realmente me importa es que escribo. Sentirme escritor es haber logrado lo que quiero, ése es mi camino fundamental. Yo diría que el centro de mi vida es la actividad literaria y el resto (su actividad empresarial) es la manera de dar curso a aquello que me satisface". Sin embargo, poco tiempo después el autor de Puerta de escape (1991) y Para llegar a Baden-Baden (1990) deja atrás su vocación literaria y desaparece de la atención pública. Más de alguien ha intentado seguir sus pasos a través de internet y hay quienes incluso han especulado respuestas. "Siento que Claudio Jaque está en alguna parte, quizás queriendo volver, pero prometiendo olvidarse del pasado", escribió Luis Saavedra en su blog.

Según Lillo, continuar en el oficio o retirarse, es algo que todo escritor se ha planteado alguna vez en su vida. Para él, nadie está exento de esta problemática: "Es algo que va muy unido con el acto de escribir y publicar: mostrarse y luego ocultarse. Todo artista, de los auténticos, se siente tentado a hacerlo". Él lo tiene claro. Confiesa que cuando comenzó a publicar se fijó una meta que piensa respetar: retirarse antes de cansar a sus lectores. "Creo que beneficia la salud y la buena manera de existir. Hay que saber aparecer y también saber desaparecer".

Eugenia Brito, por el contrario, cree que no son los escritores quienes se plantean su final. Según ella, puede que la fuerza interna que mueve la escritura se encuentre totalmente absorbida por otro campo de fuerzas, la mayoría provenientes de "las instituciones conservadoras del sistema y que actúan de manera inconsciente en el ser", aminorando o destruyendo su capacidad creativa. La poeta considera que estas tentaciones surgen "bajo diversos llamados, que pueden operar de manera seductora, por ejemplo, con el poder, el trabajo, la academia y la figuración social. Y el escritor cae en esa trampa, por ilusión, sin saber que pierde. El que era escritor termina sin fuerza creativa, no puede pensar y ésa es la razón por la que deja de escribir".

Antonio Ostornol, a diferencia de los dos autores anteriores, opina que nunca se deja por completo de escribir, aunque sea en el espacio imaginario de sus sueños. Según él, los escritores a veces encuentran el método, la disciplina, la focalización que les permite llevar adelante sus proyectos. Esos son, dice, los escritores profesionales. "Los envidio sanamente, creo que son los escritores de verdad". Sin embargo, a otros no les resulta tan fácil y el camino se les vuelve esquivo, "más pedregoso de lo que son capaces de sobrellevar, y se van desangrando en el intento, hasta llegar al punto de renunciar". Y concluye: "Eso pasa, quizás, con más frecuencia de lo que imaginamos. Hay muchos y notables escritores que no fueron felices porque no encontraron el lugar para su escritura y decidieron abdicar, al menos públicamente. El problema es que sólo nos enteramos cuando eso les ocurre a los más famosos".
[zoiladulceuva]

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