El mal del tiempo
¿Cómo llorar la muerte de una rosa, | si los amaneceres han desdoblado el Mundo, | y en la hierba que tiembla cerca de los rosales | se han quedado las albas vueltas gotas de agua?" | Aída Cartagena Portalatín
Por René Rodríguez Soriano | © mediaIsla, Boletín 1115
De pequeño, en la escuela, me atiborraron de tantas fechas, fórmulas y sonoros nombres que, en cierto modo arruinaron mi capacidad de memoria. Hoy, en realidad, no sé si es ayer o pasado mañana, y hablo de las cosas viejas como si acontecieran ahora mismo. ¿Cuánto ha cambiado el mundo desde cuando Atilas y sus hordas arrasaban con la humanidad, imponiendo su verdad o su mentira a horca y cuchillo? Luego vendrían cientos y cientos de guerras santas, e intervenciones, para salvar con más barbarie a los unos y los otros. Eterno filme que se enmadeja y desenmadeja como los hilos de Penélope en busca de un imperdible vellocino, más perdido cada vez.
En el catecismo del sábado, las señoritas de familia tuvieron a buen recaudo enseñarnos, o al menos prevenirnos de la existencia del mal que, como daga perniciosa pendía sobre nuestras cabezas. El mal, ese animal perverso y sangriento que siempre está del otro lado, contra el que todos –hasta los más retorcidos– siempre debemos luchar. Bandera que ha servido para arropar tanto lodo y tanta bilis. ¿Acaso Hitler no pasó a millones por las armas en su cruzada contra el mal por el bien de la humanidad?
Las cruzadas, las purgas sectarias, las bombas nucleares y cientos de miles de catástrofes y campañas patrocinadas y perpetradas por el hombre, desde el principio de los días, han sostenido una lucha a muerte contra los valores mundiales. No por azar o falsa inquina, Amnistía Internacional proclama que "la violencia de los grupos armados y el número cada vez mayor de violaciones que cometen los gobiernos se han unido para producir el ataque contra los derechos humanos y el derecho internacional humanitario más sostenido de los últimos 50 años..."
Mientras los ministros, los enviados especiales y los siempre sonrientes indignatarios del planeta se retratan en la prensa, obsesionados con la amenaza de las armas de destrucción masiva, la injusticia y la impunidad, la pobreza, la discriminación y el racismo, el comercio incontrolado de armas pequeñas, la violencia contra las mujeres y los abusos de menores, continúan su abierta tropelía; poblando un mundo segmentado, aprensivo, hosco y, sobre todo, hambriento. El mal del tiempo es este olvido que, entre estampidas y estallidos, me hace olvidar cómo se olvida.
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