Por Iratxe Fresneda | © Gara
Fuente: mediaIsla, Boletín 1115
Hace diez años que murió repentinamente. Lo hizo antes de dar por finalizado su último proyecto: «Eyes wide shut». La carrera de Stanley Kubrick está marcada por el intento de dominar y controlar por completo sus películas. Sujeto a sus obsesiones temáticas y a su preciosismo técnico, Kubrick fue un cineasta extraordinario, incómodo y audaz.
La pregunta es: ¿Qué era el cine para Stanley Kubrick? Probablemente todo: noches sin descanso, costumbres «patológicas», entrega total, pasión, creatividad, obsesión, su vida. Para Kubrick crear una película suponía entregarse totalmente a esa tarea, la palabra vacaciones no era bien recibida en su diccionario de la vida. Cuentan las malas lenguas que, desde que comenzó en la industria del cine, tan sólo hizo uso de esta palabra una vez. Sucedió en una sola ocasión, que se prolongó durante los cinco días que invirtió en viajar a Normandía. El autor de «La naranja mecánica» aprovechó las jornadas de asueto para visitar los lugares del desembarco y los búnker que allí se construyeron. El trabajo era su vida. Trabajaba dieciséis horas al día, perseguía el control absoluto de sus películas y estaba obsesionado por el dominio de todo lo que tuviera que ver con sus inquietudes cinematográficas. Esta obsesión por el control total de su trabajo no se limitaba simplemente a los aspectos creativos; el neoyorquino sabía que una de las aduanas por las que tenía que pasar su libertad creativa era la del sistema capitalista imperante en la meca del cine. Así que, a sabiendas de que sus productos debían ser rentables, escogía la ciudad, el día y la sala donde quería que se estrenaran sus películas, controlaba mediante télex las recaudaciones...Todas y cada una de las decisiones que tuvieran que tomarse en torno a sus películas debían de obtener su visto bueno. Esta actitud le llevó a ostentar el privilegio de rodar con una libertad fuera de lo común dentro del sistema de Hollywood, al mismo tiempo que mantenía firmado un contrato con la Warner en el que se reservaba el 40% de los beneficios de cada una de sus obras. Así era Kubrick, un genio del control y de la eficacia.
Hace diez años que el cineasta falleció en Harpenden, Inglaterra. Acabada de dar los últimos retoques de su película número 13: «Eyes wide Shut». Murió sin previo aviso, sin dar por finalizada la última película, no pudo controlar el momento de su muerte. Nacido en el Bronx neoyorquino, sus mediocres notas en la escuela le dejaron fuera de la universidad y dirigieron su interés hacia la fotografía. Con 17 años comenzó a trabajar para la revista «Look» y allí aprendió todo lo necesario para convertirse en cineasta. «Day of fight» fue su primer trabajo, un documental de 13 minutos de duración basado en un reportaje fotográfico que él mismo había realizado para la revista acerca del boxeador Walter Cartier. Con tan solo 23 años ya había financiado su primera película. La RKO compró el documental para incorporarlo a la serie «This is America» y se proyectaría en el Paramount Theatre de Nueva York. Kubrick recibió sus primeros beneficios económicos (4.000 dólares) y la misma RKO le adelantó dinero para su siguiente documental, «Flying Padre», una cinta de 9 minutos de la que no se enorgullecía: «Una tontería sobre un cura que tenía una parroquia de 400 millas en Nuevo Méjico y se trasladaba de un lado a otro en avioneta», dijo en más de una ocasión.
Aprendiendo a hacer cine
El último de sus documentales, «The Seafers», fue su primer trabajo en color. Por aquel entonces el realizador americano ya había renunciado a su trabajo en «Look»; Kubrick pertenecía ya a la industria del cine. Había conseguido sobrevivir a tres cortometrajes y el ajedrez, además de proporcionarle las destrezas necesarias para ser un cineasta eficiente, también le suministraba el dinero para seguir adelante en su carrera cinematográfica. Se le daban bien los torneos. En lo que se refiere a su lado creativo, lo alimentaba frecuentando el Museo de Arte Moderno de Nueva York, devoraba películas y comenzaba a ser consciente de sus habilidades: «Era consciente de que no tenía ni idea de cómo hacer películas, pero de lo que estaba seguro era de que no podía hacerlo peor de lo que lo hacían los demás». Así que fiel a la máxima de que la mejor manera de aprender a hacer algo es haciéndolo, rodó su primer largometraje, «Fear and desire». Sucedió en 1953. Financiada a base de préstamos familiares, Kubrick hizo prácticamente de todo en esta cinta: de montador, maquillador, peluquero, fotógrafo, iluminador, autor de los efectos de sala... Con esta cinta, algo torpe y que no llegó a estrenarse en Europa, comenzaría a tratar uno de los temas más recurrentes de su trayectoria cinematográfica: «El hombre es un lobo para el hombre». A pesar de que fue un pequeño fracaso, le película permitió financiar parte de su siguiente trabajo: «El beso del asesino». Producida en 1955, su presupuesto, a pesar de ser modesto, era ya profesional. La película fue de lo más convencional, incluído el final feliz: «Una película imbecil, con una historia estúpida (chico conoce chica y se enamoran, a pesar de lo inconveniente de su amor) y en la que los actores apenas están regular», dijo. Curiosamente en este filme figuraba, en el papel de bailarina, su segunda esposa, Ruth Sobotka. Aunque fue su primer largometraje, hay quien considera «El beso del asesino» como su debut, ya que, debido a su descontento con el resultado de «Fear an desire», él mismo se encargó de hacer desaparecer las copias de la película bélica. Fue la última película que dirigió Stanley Kubrick con guión original. El filme contó con pocos medios, pero el trabajo de Kubrick con la fotografía en blanco y negro llamó la atención de James B. Harris, un productor de la NBC. Con él inició una nueva etapa en la que, entre sus objetivos, se encontraba el de romper con el conformismo de Hollywood. «Atraco perfecto» (The killing) fue el resultado de la nueva alianza de los dos pretenciosos jóvenes. La película resultó ser un excelente filme noir y avanzaba lo que más tarde caracterizaría a la obra del cineasta: la precisión, mostrar las consecuencias y no las secuencias directamente, el travelling lateral siguiendo a los personajes...
Tras su digamos primer éxito, Kubrick realizó «Senderos de gloria», la película que lo consagró como uno de los directores más importantes de la historia del cine. Alguien al que el miedo a la muerte le guía en su trayectoria y se convierte de algún modo en el motor de todas sus creaciones. Puede que «Espartaco» mereciera la admiración de muchos cinéfilos, pero Kubrick renegaba de ella, no la consideraba suya, porque no le habían permitido realizar los cambios que él deseaba realizar en un guión que no había firmado. Kubrick pretendía aferrarse a las verdades históricas pero «las tontas astucias de guión» se imponían a su criterio. De nuevo se interpone entre él y su obra la obsesión por el control total de su trabajo. Pronto declaró que jamás volvería a realizar un filme en el que no tuviera el control total. Tras su éxito comercial y de crítica, llegaría «Lolita» gracias, sobre todo, al sueño premonitorio de Nabokov que, en un principio, era reacio a vender sus derechos. Los «cruzados de la moral» se les echaron encima, pero aún así no consiguieron que Kubrick volviera a poner en solfa la hipocresía de la moral burguesa.
El sexo y la muerte comenzaron a girar en la órbita del creador y llegaron «¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú», «2001, una Odisea en el espacio», «La naranja mecánica», «Barry Lindon», «La chaqueta metálica», «El resplandor» y, finalmente, el fin «Eyes wide Shut». Todas ellas obras maestras, todas ellas de un valor artístico incalculable. Contrariamente a lo que él pretendía, acabó creando cintas incontrolablemente «inacabadas», repletas de huecos que obligan a las mentes de los espectadores a buscar algo más allá de lo visto y lo contado. Siempre hay algo que descubrir en cada nuevo visionado de sus películas, a pesar de que lo que encontremos nos enfrente con el lado más oscuro y salvaje de nuestra existencia. [lilibrik ]~
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