Por Nieves y Miro Fuenzalida | © mediaIsla
Como muy bien sabemos, hoy día el capitalismo contemporáneo esta dividido en capital industrial tradicional y capital informático digital y la social democracia es su denominador común. Esta es la forma en que la oposición izquierda-derecha funciona hoy día. Al mantener una independencia relativa de cualquier sector en particular la social democracia representa el interés del capital como tal, del capital en general. La derecha, como regla, se identifica con el interés de un sector particular del capital en oposición a otros sectores para lo cual, curiosamente, tiene que buscar el apoyo electoral de la clase trabajadora haciendo referencia a sus intereses (proteccionismo, financiamiento de la supervivencia de las corporaciones automotrices, etc.).
Desde una posición de principios es extremadamente fácil condenar a la izquierda posmodernista por su compromiso y acomodación con el sistema. Pero, la pregunta obvia es… ¿Cual es, efectivamente, la alternativa? Si la política actual es oportunistamente pragmática, sin principios, la "autentica izquierda", en cambio, se ve a si misma como la única fuerza política que mantiene la fidelidad a los principios revolucionarios y anticapitalistas. Uno, simplemente, se apega a las viejas formulas descartando cualquier análisis detallado que indique como la situación ha cambiado. El inherente dogmatismo de la "izquierda con principios" es posible notarlo en el rechazo común a cualquier análisis que proponga una descripción más compleja de la realidad política actual y su consecuente paralización o inefectividad política. Si actuamos directamente haciendo algo como, por ejemplo, luchar en contra de la globalización, la mantención del ambiente, el derecho de las minorías o aliviar la pobreza, terminamos contribuyendo a la reproducción del orden existente.
¿Cual es la acción que crea los fundamentos de un verdadero cambio radical?... Si la izquierda elige, en honor a los principios, la fidelidad a los viejos programas se condena a marginalizarse a sí misma. De lo que se trata, en la hora actual, es de repensar críticamente el proyecto izquierdista, de ir más allá de la alternativa de acomodarse a las nuevas circunstancias o apegarse a las viejas actitudes. En la historia reciente la desintegración de los estados socialistas fue acompañada por el desmantelamiento del estado de bienestar que deja de funcionar como imagen colectiva capaz de apasionar políticamente a sus partidarios. Lo que hemos perdido con la desaparición de estos dos proyectos es la creencia o la fe en la noción de que la humanidad, entendida como sujeto colectivo, tiene la capacidad de limitar, en alguna medida, las fuerzas anónimas e impersonales del desarrollo socio histórico, de orientar los procesos sociales de acuerdo a la voluntad colectiva. Hoy día, los procesos sociales se perciben como dominados enteramente por fuerzas que están mas allá de nuestro control. El capitalismo global se nos presenta como tal fuerza y el mensaje explicito que escuchamos repetidamente es que no tiene sentido oponerse a tal realidad. Si lo hacemos ella nos aplastara. Cualquier proyecto político que proponga una transformación radical se topa con la amenaza del boicot internacional o con la amenaza de que el crecimiento productivo se detendrá. Nos adaptamos a la globalización capitalista o nos quedamos fuera del desarrollo histórico.
Lo único que queda es regular al capitalismo contemporánea, limitar sus efectos nocivos y hacerlo mas humano… ¿No es esto lo que la nueva izquierda propone o trata de hacer? ¿No será hora de romper algunos de estos fetiches? Zizek, el filósofo marxista lacaniano, pregunta si realmente nos importa si el crecimiento productivo per capita se detiene, especialmente, cuando su alto crecimiento promedio ha resultado en nuevas formas de pobreza, delincuencia y explotación… ¿No seria preferible, dice, un crecimiento estable que provea un estándar de vida, no más alto, pero mejor para la mayoría de la población humana de este planeta? ¿No seria este un acto de intervención real en la política actual? ¿Un acto que verdaderamente rompa con la adhesión automática al marco económico que dictan las Corporaciones multinacionales? La pregunta real, sin embargo, es… ¿Cómo una economía con crecimiento negativo podría, efectivamente, terminar con la pobreza?
Uno de los fenómenos realmente nuevo de nuestro tiempo es el crecimiento explosivo de las poblaciones marginales de las megas ciudades del mundo que contienen el potencial de transformarse en un sujeto político capaz de llenar el vacío revolucionario dejado por la clase proletaria, porque son los únicos libres en el sentido proletario clásico. Libres de amarras sustanciales, fuera de la regulación policial del Estado. En la sociedad actual en donde el control es total las poblaciones marginales son espacios que, a pesar de estar dentro del territorio nacional, se ubican fuera de la ley. El control estatal se suspende y la policía raramente se atreve a internarse por sus laberintos. Es esta masa, privada de todo y situada en los márgenes de las grandes ciudades industriales, la que puede transformarse en la fuerza política futura. El antagonismo es constitutivo de la condición humana y el antagonismo crucial en este momento, el punto de referencia de todos los otros, es el antagonismo entre excluidos e incluidos. Es una división que atraviesa todas las otras divisiones. En el siglo XIX se produce la politización del proletariado. En el siglo XX, el despertar político de la población rural del Asia y África. En el siglo XXI, los habitantes de las poblaciones marginales tienen el potencial de romper la inercia política y transformarse en agentes de cambio.
Cuando la "izquierda con principios" reprocha que "no hay una clara definición revolucionaria en tu teoría" uno debería arriesgar la respuesta de que la única forma efectivamente abierta a una posibilidad revolucionaria es renunciar al llamado fácil de la acción directa que necesariamente nos compromete en una actividad en donde las cosas cambian para que la totalidad permanezca exactamente igual. El peligro de una sociedad pos capitalista es que repitamos otra vez las formas jerárquicas directamente fundadas en privilegios individuales que cancelan, incluso, la igualdad y libertad formal burguesa. La cuestión es esta… ¿Qué forma tendrá una sociedad pos capitalista? ¿Estará basada en la igualdad o será jerárquica? Este será el problema político más importante en las luchas por venir.
[Nieves y Miro Fuenzalida, profesores de filosofía, Ottawa, ON]~
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