Por JESÚS FERRERO | © BABELIA
Fuente: mediaIsla "Boletín 1114"
Cuentos. De los 350 cuentos que llegó a escribir Guy de Maupassant el lector va a encontrar en este libro 119, lo que indica que nos hallamos ante una sólida antología del genial cuentista francés que pasó su vida atormentado por las caricias sombrías de la locura y las pulsiones suicidas, y que a pesar de eso (y de las supuestas distorsiones del discurso que solemos atribuir a los dementes) dejó tras él una obra transparente, bien adjetivada y de una elegancia y una musicalidad del todo envidiables. Maupassant es uno de esos escritores que hay que leer para aprender a escribir pues tiene todas las virtudes con las que solemos identificar a los maestros. Discípulo predilecto de Flaubert, que creía en la "palabra justa", hizo suyo el legado de su mentor asegurando que "para cualquier cosa que se quiera decir hay una palabra para expresarla, un verbo para animarla y un adjetivo para calificarla".
La identidad entre la palabra y la cosa puede ser un espejismo como piensan los que le niegan sustancialidad al lenguaje, pero creer en ella ayuda a esmerarse en la adjetivación (y no olvidemos que los adjetivos son la moral del escritor así como su sistema de valoración del mundo). Y el sistema de valoración del mundo que se desliza en los cuentos de esta antología nunca llega a ser cruel, aunque sí muy penetrante y a veces duele en el pensamiento y en el corazón.
Una de las máximas virtudes de esta antología, concebida con inteligencia y amplitud, es que a través de ella vamos detectando las vicisitudes físicas y mentales por las que fue pasando Guy de Maupassant, así como su trayectoria propiamente literaria. Es observable por ejemplo cómo Maupassant se va deslizando desde un naturalismo reposado y flaubertiano, detectable en Bola de sebo, a un naturalismo cada vez más extrañado e inquietante (en su fondo, nunca en su forma) pues Maupassant nunca fue un autor descuidado. Naturalismo extrañado de cuentos como en Saint-Antoine, El regreso, Un hijo, que le irán conduciendo a narraciones de carácter alucinatorio en las que llevará a cabo una exploración de su propia locura y de los estados más negros del alma. Se trata de una tendencia bien clara en relatos como La muerta, Un loco, Las sepulcrales, La noche, Lo horrible, La madre de los monstruos, La cabellera, y muy especialmente en El Horla, del que aquí aparecen dos versiones, lo que indica hasta qué punto le obsesionó a Maupassant este cuento, estrechamente emparentado con William Wilson de Poe, y donde percibimos una de las claves más trágicas de la locura de Maupassant, acosado por su enemigo interior y por lo que él llamaba "el desorden desconocido", en oposición al desorden conocido y soportable, que se abatía sobre él sobre todo por la noche (y no hay que olvidar que la noche es un leitmotiv en los cuentos de Maupassant), cuando esperaba el sueño "como quien espera al verdugo", y sentía que alguien poseía y gobernaba su alma y lo convertía en esclavo de las más pavorosas pulsiones. Situación que le condujo al intento de degollarse a sí mismo y a la muerte, no mucho después, en un asilo mental. Hechos bien penosos que no deben crear en el lector la impresión de que la vida de Maupassant fue sólo un infierno y que sus cuentos sólo tratan de los estados crepusculares del espíritu, pues de todo hay en la vida y la obra de Maupassant, y si algo lo caracteriza como cuentista es su deslumbrante diversidad y su capacidad para expresar todas las emociones del cuerpo y el alma.
[fontanamoncada]~
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